Me pregunto, Rodríguez, si seremos capaces de esquivar el golpe. Vos sabés que no hay una sola verdad, que un día nos declaran muertos y se supone que la misma mano que señaló el horizonte será la misma que rociará gasolina sobre el rostro, la que encenderá las alarmas de la noche.
Estás fingiendo que lo has hecho, sí, te declarás ausente y clavás un listón negro en la puerta de tu casa. Todos pasan calculando el precio. Fingen por igual que te amaron, que fuiste alguien que afinaba las tardes hasta dar con la letra correcta. Eso ya no importa, los cuartos están vacíos y las tablas son de un viejo piano destrozado.
¿Seremos capaces de advertir el golpe, Rodríguez? Todas esos brazos que suben al escenario, queriendo tocarte, esconden un puño de Joe Louis que va directo al mentón y que te lanza a la lona. El bombardero vivió al otro lado de la ciudad y machacó mandíbulas blancas antes de hacerlo con respeto y con medidas. Todos le gritaban nigger puños de algodón y él lo desmentía en medio de campanazos y botellas rotas. Vos no fuiste así, Rodríguez, vos eras calmo pero a muchos les hubiera encantado llamarte nigger y que respondieras abriendo rin y haciendo hacha de tu guitarra con toda la fibra de un greaser enajenado.
Vos eras calmo como cualquier pasajero de metro que se duerme en la madrugada en dirección a la fábrica.
Vos viste al enorme público como si bajaras del metro en una estación eufórica.
Vos ibas de madrugada y ahí estaba medio mundo coreando tu nombre.
Vos sentías que alguien lanzaba la toalla a tus pies.
Y cantaste.
F.E.
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