jueves, 2 de mayo de 2013
Cármen industrial para Rodríguez
Escuchame bien, Rodríguez, vos sos como La Meca, yo quiero irme mojado para la yusa como una especie de romería hasta Detroit. Quiero rastrear los barrios industriales y preguntar, también, de cómo eras cuando la música era cuento lejano, de cómo eras cuando pagabas tu flaco desayuno americano y luego te ibas a restaurar casa de ricos silbando tu melodía, el único hit que aceptaste de tu soledad.
Escuchame bien, Rodríguez, yo sé que existe Bután, que hay montañas enormes en ese país del Shangri-Lá, que ahí triunfa el poeta más desconocido de Honduras, que lo tienen por vidente, por lama insurrecto, por destructor de monarquías. Pero yo no quiero ir a Bután, quiero, ya te lo dije, ir a buscarte a Detroit con velitas mesoamericanas para obsequiarte, para pagarte un concierto en la ventana y que cantés compadecido una rola de aquellas que nunca triunfaron. Era tu pinta mexicana, viejito, era tu pinta de triste que no reclamaba más que un trabajo en los suburbios con panqueques y mermelada y nieve mezclada con lágrimas, con desencanto, con la tonadita de los silenciosos.
Era tu pinta de kung-fú Carradine arrastrando sombras y espejos, era eso lo que te ponía en un mal poker, casi un tripulante de submarino que filtra por todos lados, vos, Rodríguez, sufriendo tu propio Apartheid y sin ningún Mandela de tu parte, eras vos solo el cantante de los presagios y de los malos moteles, el que llegó a probarse ante los tiburones y sacó de ello una dulzura extraña, casi lama pero no lama, ya te lo dije, una dulzura que en tu guitarra movía al llanto a los afrikaaners, a los zulués, por una extraña coincidencia de los tristes que tejen distancias y van arrastrando los continentes hacia su íntima proximidad.
Escuchame bien, Rodríguez, me voy ahora mismo para Detroit y quiero que me presentés a una de tus hijas para que te demos un nieto, un pequeño folclorcito de estos humedales, pero que salga anónimo y glorioso como vos, vos tan Rodríguez como cualquiera de los cientos de miles de Rodríguez que saturan los listados de desempleo por aquí, todos ellos tan vos y tan cantantes a su manera, estibadores que cargan lo que sea por un dólar, cargarían tu enorme guitarra si fuera posible, tus lentes de junkie, tus botas mal lustradas, tu sonrisa quebrada aquella noche en que te diste cuenta que estabas vivo porque así lo creían en Sudáfrica, exactamente igual que en Bután, ahora mismo, creen que en Honduras existe la quinta esencia de la libertad, encarnada anónima y silenciosa en un poeta que vive, sin saberlo, entre nosotros.
F.E.
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