¿Cuántos siglos han pasado con el poder
masculino reglamentando el mundo con la mano apretada a su pene? Sube el político al
estrado y para tener fuerza en su discurso se sujeta, firmemente, a su pene. Se
despliegan los mapas ante el general y este agarra su pene como una brújula y
quisiera que entre sus manos palpitara un cañón. Muere el soldado entonces,
afianzado a su pene. Juzga el magistrado dando golpes sobre la mesa con su pene
y el imputado siente que se le empequeñece… el pene.
Penes ambulantes, penes ciclópeos,
brutales y libidinosos, interpretadores y malversadores de la ternura, penes
arqueólogos y penes acusadores. Adán fue un pene que le iba poniendo nombre a
las cosas según su pulsión y fue así, que enajenado y virulento vio a la mujer,
bella y dulce entre el fragoroso paraíso, delicada en su andar, perspectiva de
toda armonía y fuente de toda intuición, plena, dadora de vida, palabra y canto,
ser, y sin más, el pene, o en su defecto, Adán, no pude más que nombrarla desde
su limitada erección, desde su vacío glande unipolar, bautizarla con la única
visión que pudo darle su tuerto miembro, llamó a la mujer: Vagina.
Y en sus sueños y ansiedades despojó
a la mujer de sus atributos esenciales tanto como de sus capacidades infinitas,
y la relegó al centro de su propio placer, imagen y semejanza de su estrecha
uretra. Un receptáculo, un túnel carretero por el cual lo inevitable transita
para luego salir apresuradamente. Objeto, enigma, placebo, el pene redujo la
mujer a esto: a una vagina articulada socialmente solo a través del placer y la
procreación.
Desde el asombroso efecto
reduccionista impuesto por la mente-pene, la segunda boca es la más importante
y la primera, por supuesto, queda sujeta a la palabra absoluta que habita entre
las piernas. Y si de este tamaño es el escarnio de similar tamaño es la
respuesta, por supuesto, desde la palabra. En Monólogos de la vagina de Eve
Ensler, puesta en escena aquí en Tegucigalpa (capital pene-potenciaria de
Honduras), alcanzamos a ser testigos de la poderosa respuesta de la mujer
cosificada que, en un proceso de aceptación inversa, va construyendo, con el
instrumental semántico de sus motes vaginales y los mitos sexuales impuestos
desde el pen(e)samiento clásico, el andamiaje de su total negación, es decir, el
principio de su liberación.
Lo que a primera vista pudiera ser
un monumento a Freud va siendo descartado de manera tajante en cada monólogo,
por una actitud burlesca y de absoluto poder que desarma y desmitifica, pero
que a la vez va mostrando lo que nunca fue dominado en el espíritu de toda
mujer: el sentido estricto de su propia importancia, la conciencia avasalladora
de un universo superior que el hombre apenas atisba y que intenta percibir con
ayuda de su pobre bastón de ciego: su pene.
En lo humano, la risa de todo
chiste es el reconocimiento de un fracaso. Siempre es el “alguien” (propio o
ajeno) o el “algo” puesto en ridículo o en patética evidencia lo que mueve a la
carcajada, y ésta, sirve por lógica como una catarsis disimulada, una comunión
disfrazada oportunamente. Durante la puesta en escena van sucediéndose entre el
público múltiples catarsis similares a múltiples orgasmos reveladores,
escalofríos ontológicos y vergüenzas secretas que hunden al espectador o
espectadora a lo más profundo de las butacas, a lo más bajo de las sombras
donde nadie advierta que quien está en el proscenio no es la actriz sino el yo emergente,
el yo vergonzante, el yo vagina anónima. La physis
en su incontinente carcajada.
Bajo la clara dirección de Tito
Ochoa y las fascinantes (ay mentalidad fálica traidora que no puede evitar el fascinus) actuaciones de Ana Sofía
Velásquez, Mariela Zavala e Inma López, Monólogos de la vagina es un grito
portentoso del teatro hecho en la actualidad por Teatro Memorias- Honduras.
Fabricio Estrada
12 de febrero del 2012
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