El Coronel me ha pedido estos días que vaya y pregunte en el correo si hay carta para él. Se siente indispuesto, una leve fiebre de hastío lo tiene en cama. Sabiendo la respuesta de antemano prefiero enviar mi correspondencia, sin dilación. Cuando se la entrego a la funcionaria ella me advierte algo que sin duda nadie le advirtió nunca al Coronel: "Toda la tinta de este país se vuelve invisible a las pocas horas... cuando la carta llega a donde se envía nadie puede saber quién es el remitente... el país en verdad es invisible, amigo".
He enviado unos libros. Quien los reciba no sabrá quién los envía. Serán como botellas de papel que el azar convertirá en extravío.
F.E.
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