Neruda fue “asesinado”
Miércoles, 11 de mayo de
2011
Francisco Marín*
Todo estaba dispuesto para que el poeta y premio Nobel de
Literatura Pablo Neruda se exiliara en México. Había viajado de su casa en Isla
Negra a Santiago de Chile y un avión enviado por el gobierno mexicano estaba
listo para recogerlo. Sin embargo, tuvo que ser internado en la clínica Santa
María. Avisó por teléfono a su mujer, Matilde Urrutia, y a su asistente Manuel
Araya que un médico le había puesto una inyección en el estómago. Unas horas
después murió. Araya –quien estuvo al lado del poeta en sus últimos días–
cuenta a Proceso un secreto que lo ahoga: el poeta “fue asesinado”.
Valparaíso.- El
poeta chileno Pablo Neruda “supo a las cuatro de la madrugada (del 11 de
septiembre de 1973) que había un golpe de Estado. Se enteró a través de una
radio argentina que captaba por onda corta. Ésta informaba que la marina se
había sublevado en Valparaíso.
“Trató de comunicarse a Santiago, pero fue imposible. El
teléfono estaba fuera de servicio. Recién como a las nueve de la mañana
confirmamos que el golpe se había concretado. (…) Ese 11 de septiembre fue un
día caótico y amargo porque no sabíamos qué iba a pasar con Chile y con
nosotros.”
Manuel Araya Osorio habla de Neruda con la familiaridad
de quien ha compartido momentos cruciales con un personaje histórico. Y sí. Fue
asistente del poeta desde noviembre de 1972 –cuando regresó de Francia– hasta
su muerte el 23 de septiembre de 1973.
El corresponsal se reunió con este personaje el pasado 24
de abril en el puerto de San Antonio. La entrevista se llevó a cabo en la casa
del dirigente de los pescadores artesanales chilenos Cosme Caracciolo, a quien
Araya le pidió ayuda para develar un secreto que lo ahogaba: “Lo único que
quiero antes de morir es que el mundo sepa la verdad, que Pablo Neruda fue
asesinado”, asegura a Proceso.
Sólo el diario El Líder, de San Antonio, dio cuenta
parcial de su versión el 26 de junio de 2004. Pero no trascendió por la poca
influencia de este medio.
Araya afirma que siempre ha querido que se haga justicia.
Cuenta que el 1 de mayo de 1974 le propuso a Matilde Urrutia, viuda de Neruda,
aclarar esa muerte. Ambos fueron testigos de sus últimas horas: durmieron,
comieron y convivieron en la misma habitación a partir del golpe del 11 de
septiembre de 1973 y hasta la muerte del poeta, 12 días después, en la clínica
Santa María de Santiago.
Pero Araya afirma que Matilde –quien murió en enero de
1985– no quiso tomar acción alguna para fincar eventuales responsabilidades.
Según él, Urrutia le dijo: “Si inicio un juicio me van a quitar todos los
bienes”. Araya cuenta que en otra ocasión tuvieron una discusión que marcó un
quiebre final en su relación con la viuda. “Me dijo que lo que había pasado era
cosa de ella y no mía, porque yo ya había terminado de laborar con Pablo, ya no
era trabajador y no teníamos nada que ver”.
“Neruda quería que cuando muriera, la casa de Isla Negra
quedara para los mineros del carbón (…) Pero la fundación (Pablo Neruda) se
apropió de su obra y no ha concretado ninguno de sus sueños. A ellos (los
directivos de la fundación) sólo les interesa el dinero”, espeta.
Afirma que hace dos años le entregó a Jaime Pinos,
entonces director de la Casa Museo de Isla Negra, de la fundación, un relato
sobre los últimos días del poeta. “Pero no han hecho nada con esa información,
ni siquiera la han dado a conocer. No quieren que la verdad se sepa (…) Nunca
me han dado la palabra en los actos que organizan ni siquiera en las
conmemoraciones de su muerte”.
Araya proviene de una familia de campesinos de la
hacienda La Marquesa, cerca de San Antonio. Cuando tenía 14 años fue acogido en
Santiago por la dirigente comunista Julieta Campusano, quien le dio trato de
ahijado.
Este vínculo le ayudó, pues Campusano llegó a ser
senadora y la mujer más influyente del Partido Comunista, y gestionó que Araya
recibiera una preparación especial en seguridad e inteligencia, entre otras
materias. Araya escaló rápido. Fue mensajero personal de Allende antes de
fungir como principal asistente de Neruda.
Araya, quien hacía de chofer, mensajero y encargado de
seguridad de Neruda, acepta que el autor de Canto general tenía cáncer de
próstata, pero no cree que esa enfermedad lo matara. Asegura que dicho
padecimiento “estaba controlado” y que Neruda “gozaba de buena salud, con los
achaques propios de una persona de 69 años”.
“Abandonados”
Araya dice que después del golpe del 11 de septiembre,
Neruda, su mujer y el resto de los habitantes de la casa de Isla Negra quedaron
“solos y abandonados”. El contacto con el mundo exterior se reducía a las
noticias que les llegaban a través de una pequeña radio que Neruda sintonizaba,
a las esporádicas conversaciones telefónicas de un aparato que sólo recibía
llamadas y a lo que les contaban en la hostería Santa Elena, cuya dueña “era de
derecha y sabía todo lo que pasaba”.
Cuenta que el 12 de septiembre llegó un jeep con cuatro
militares. “Todos llevaban los rostros pintados de negro. Yo salí a recibirlos.
(...) El oficial me preguntó quiénes estaban en la casa. Le tuve que decir que
en ese momento estaban Cristina, la cocinera; la hermana de ésta, Ruth;
Patricio, que era jardinero y mozo; Laurita (Reyes, hermana de Neruda); la
señora Matilde, Pablito (Neruda) y yo.
“El oficial nos señaló que en el domicilio no podía
quedar nadie más que Neruda, Matilde y yo. Entonces tuvimos que arreglárnoslas
entre los tres: dormíamos en la recámara matrimonial que estaba en el segundo
piso. Yo dormía sentado en una silla, arropado con un chal. Lo hacía para estar
más cerca de Neruda, porque no sabíamos lo que nos iba a pasar.”
El 13 de septiembre, cerca de las 10 de la mañana, los
militares allanaron la casa. Araya dice que eran como 40 soldados que venían en
tres camiones. Iban armados con metralletas, con las caras pintadas de negro y
uniforme de camuflaje. Vestidos y pertrechados “como si fueran a la guerra”.
Recuerda: “Entraban por todos lados: por la
playa, por los costados (…) Salí al patio para preguntar qué querían. Hablé con
el oficial que daba las órdenes. Me dijo que abriera todas las puertas.
Mientras revisaban, destruían y robaban, los militares preguntaban si había
armamento, si teníamos gente escondida adentro, si ocultábamos a líderes del
Partido Comunista (…) Pero no encontraron nada. Se fueron callados. No pidieron
ni perdón. Se sentían dueños y señores del sistema. Tenían el poder en las manos”.
Añade que como a las tres de la tarde, poco
después de que se habían ido los soldados, llegaron marinos. “Estuvieron más de
dos horas. También allanaron la casa y robaron cosas. Registraban con
detectores de metales. (...) La señora Matilde me contó que el mandamás de los
marinos entró al dormitorio de Neruda y le dijo: ‘Perdón, señor Neruda’. Y se
fue”.
Araya recuerda que durante varios días la marina
puso un buque de guerra frente a la casa del poeta. “Neruda decía: ‘Nos van a
matar, nos van a volar’. Y yo le decía: ‘Si nos tenemos que morir, yo voy a
morir en la ventana primero que usted’. Lo hacía para darle valor, para que se
sintiera acompañado. Entonces le dijo a la señora Matilde: ‘Patoja –que así la
nombraba–: mire el compañero, no nos va a abandonar, se va a quedar aquí’”.
Araya cuenta que conversaciones de ese tipo
tenían lugar en la pieza del matrimonio: ellos acostados y él sentado a los
pies de la cama. “Nos preguntábamos que haríamos nosotros solos. Pensábamos que
a Neruda lo iban a asesinar. Entonces, resolvimos que la única opción era salir
del país”.
El viaje
Araya narra que Neruda le dijo que su plan era
instalarse en México y una vez en ese país pedir “a los intelectuales y a los
gobiernos del mundo entero ayuda para derrocar a la tiranía y reconstruir la
democracia en Chile”.
Rememora: “Desde la hostería Santa Elena –a menos
de 100 metros de la casa de Isla Negra– nos comunicamos con las embajadas de Francia
y México. La de México se portó un siete (nota máxima en el sistema educativo
chileno). El embajador (Gonzalo Martínez Corbalá) se movilizó para ayudarnos.
Creo que el 17 de septiembre nos llamó para decirnos que se había conseguido
una habitación en la clínica Santa María. Allí deberíamos esperar la llegada de
un avión ofrecido por el presidente Luis Echeverría”.
El problema era trasladar al poeta a la clínica.
“Con Neruda y Matilde pensamos que la mejor y más segura manera de llegar hasta
allá era en una ambulancia. Mi misión era conseguirla. Viajé a Santiago en
nuestro Fiat 125 blanco y pude arrendar una ambulancia. (...) Recuerdo que
ofrecí como seis veces más de lo que me cobraban para asegurar que
efectivamente fueran a buscarnos. Acordamos que fueran el 19, porque ese día la
clínica tendría todo dispuesto para recibir a Pablito.
“Llega el 19 y solicitamos a Tejas Verdes (el
regimiento militar de la provincia de San Antonio) permiso para trasladar a
Neruda. Me dijeron: ‘No estamos dando salvoconductos, menos a Neruda’. A pesar
de la negativa decidimos partir. La ambulancia entró hasta la puerta que daba a
la escalera de su dormitorio. (...) Al salir se despidió de su perrita Panda,
se subió a la ambulancia y se acostó en la camilla. Neruda y Matilde se fueron
en la ambulancia. Yo los seguí muy de cerca en el Fiat.”
“El viaje fue triste, caótico y terrible. Nos
controlaban cada cuatro o cinco kilómetros, parecía imposible llegar a nuestro
destino. Imagínese que salimos a las 12:30 y llegamos a las 18:30 a la clínica
(distante poco más de 100 kilómetros de Isla Negra).
“En Melipilla fue el control más maldito. Allí
Neruda vivió el momento más terrible. (...) Los militares lo bajaron de la
ambulancia y le registraron el cuerpo y la ropa. Decían que buscaban armas. Él
pedía clemencia, decía que era un poeta, un premio Nobel, que había dado todo
por su país y que merecía respeto. Para ablandar sus corazones les decía que
iba muy enfermo, pero las humillaciones continuaban. En un momento lloramos los
tres tomados de la mano porque creíamos que así iba a ser nuestro fin.”
Finalmente la ambulancia llegó a la clínica tres
horas más tarde de lo acordado. “Como llegamos muy cerca de la hora del toque
de queda, no pudimos hacer nada más que quedarnos todos en la clínica a dormir
(…)
“El embajador Martínez Corbalá fue a vernos al
día siguiente. Y también el francés, que nunca supe cómo se llamaba. También
recibimos la visita de Radomiro Tomic y Máximo Pacheco (dirigentes
democratacristianos), de un diplomático sueco, y de nadie más.”
La inyección misteriosa
Araya dice que los primeros días en la clínica
transcurrieron sin sobresaltos. El 22 de septiembre, la embajada de México
avisó que el avión dispuesto por su gobierno tenía programado salir de Santiago
rumbo a México el 24 de septiembre. Le comunicó además que el régimen militar
había autorizado su salida.
“Entonces Neruda nos pidió a mí y a Matilde que
viajáramos a Isla Negra a buscar sus cosas más importantes, entre éstas sus
memorias inconclusas. Creo que eran Confieso que he vivido. Al día siguiente
–23 de septiembre– partimos temprano hacia la casa de Isla Negra. (...) Dejamos
a Neruda muy bien en la clínica, acompañado por su hermana Laurita, que llegó
ese día a acompañarlo.”
Asegura que Neruda estaba “en excelente estado,
tomando todos sus medicamentos. Todos eran pastillas, no había inyecciones.
Nosotros nos preocupamos de recoger todo lo que nos indicó. Estábamos en eso
cuando Neruda nos llamó como a las cuatro de la tarde a la hostería Santa
Elena, donde le dieron el recado a Matilde, quien devolvió la llamada. Neruda
le dijo: ‘Vénganse rápido, porque estando durmiendo entró un doctor y me colocó
una inyección’.
“Cuando llegamos a la clínica, Neruda estaba muy
afiebrado y rojizo. Dijo que lo habían pinchado en la guata (el estómago) y que
ignoraba lo que le habían inyectado. Entonces le vemos la guata y tenía un
manchón rojo.”
Araya recuerda que momentos después, cuando se
estaba lavando la cara en el baño, entro un médico que le dijo: “Tiene que ir a
comprarle urgente a don Pablo un remedio que no está en la clínica”.
Fue a comprar el medicamento y Neruda se quedó
con Matilde y Laurita. “En el trayecto me siguieron sin que yo me diera cuenta.
El médico antes me había dicho que el medicamento no se encontraba en el centro
de Santiago, sino en una farmacia de la calle Vivaceta o Independencia. Cuando
salí por Balmaceda para entrar a Vivaceta aparecieron dos autos, uno por detrás
y otro por delante. Se bajaron unos hombres y me pegaron puñetazos y patadas.
No supe quiénes eran. Me cachetearon harto y luego me pegaron un balazo en una
pierna.
“Después de todo lo que me pegaron terminé muy
mal herido en la comisaría Carrión, que está por Vivaceta con Santa María.
Luego me trasladaron al estadio Nacional donde sufrí severas torturas que me
dejaron a un paso de la muerte. El cardenal Raúl Silva Henríquez logró sacarme
de ese infierno. Por eso estoy vivo.”
Neruda murió a las 22:00 horas en su habitación
–la número 406– de la clínica Santa María.
Consultado por Proceso, el director de archivos
de la Fundación Neruda, Darío Oses, dio a conocer la posición de esta
institución respecto de la muerte del poeta:
“No hay una versión oficial que maneje la
fundación. Ésta se atiene a los testimonios de personas cercanas a Neruda en el
momento de su muerte y de biógrafos que manejaron fuentes confiables. Hay
bastantes coincidencias entre las versiones de Matilde Urrutia en su libro Mi
vida junto a Pablo, la de Jorge Edwards en Adiós poeta y la de Volodia
Teitelboim en su biografía Neruda. La causa de muerte fue el cáncer. Uno de los
médicos que lo trataba, al parecer el doctor Vargas Salazar, le había advertido
a Matilde que la agitación que le producía al poeta el enterarse de lo que
estaba ocurriendo en Chile en ese momento podía agravar su estado. A esta
situación también contribuyeron el allanamiento de su casa (...) y el traslado
en ambulancia (...) con controles y revisiones militares en el camino.”
Pero Manuel Araya dice no tener duda alguna:
“Neruda fue asesinado”. Y sostiene que la orden vino de Augusto Pinochet: “¿De
qué otra parte iba a salir?”.
Consejos para Allende
VALPARAÍSO, CHILE.- El presidente chileno
Salvador Allende era el visitante más asiduo de Pablo Neruda en su casa de Isla
Negra. “Cuando iba, Allende siempre le pedía consejos al poeta porque éste era
muy sabio en política”, sostiene Manuel Araya Osorio, ex asistente personal de
Neruda.
Recuerda, por ejemplo, los consejos que Neruda le
dio a Allende sobre las fuerzas armadas en las semanas previas al cuartelazo,
cuando el 23 de agosto de 1973 la derecha y los militares golpistas forzaron la
renuncia del general Carlos Prats González, comandante en jefe del ejército.
“Tenemos que descabezar a las fuerzas armadas...
Los de nosotros hacia acá y los otros hacia un lado”, le decía Neruda al
presidente.
Araya lamenta que El Chicho (Allende) no le
hiciera caso al poeta en este tema. “Si lo hubiera hecho, la historia habría
sido bien diferente. Otro gallo hubiera cantado, todavía estaríamos en el
poder”, dice convencido.
Y cuenta que el 10 de septiembre de 1973 –un día
antes del golpe militar– Neruda le pidió que viajara a Santiago para entregarle
un mensaje al presidente Allende. Se trataba de una invitación a la
inauguración de Cantalao, el refugio para la inspiración y el descanso de los
poetas, que sería precisamente el 11 de septiembre.
En entrevista con Proceso, Mario Casasús,
estudioso de la vida de Neruda y corresponsal en México de El Clarín de
Chile, dice que Neruda había escrito los estatutos de la fundación
Cantalao. A ésta traspasaría los terrenos de la casa de los poetas del mismo
nombre, que están muy cerca de su casa de Isla Negra.
Araya afirma que Allende lo recibió en su
despacho. “Estaba caminando, parecía nervioso. Leyó la nota de Neruda e
inmediatamente redactó una respuesta. Sin leerla me la guardé en un bolsillo.
(...) No tengo idea lo que decía ese mensaje, pero el presidente me dijo:
‘Dígale al compañero (Neruda) que mañana yo voy a ir a la Universidad Técnica
(donde anunciaría la realización de un plebiscito) y que posiblemente haya
ruidos de sables este 11 de septiembre’”.
Dice que Neruda, al conocer el mensaje, se quedó
muy preocupado porque entendía el curso que estaban tomando los
acontecimientos. “Esa noche casi no durmió”.
Ese 11 de septiembre “nosotros quedamos
completamente abandonados y solos” afirma Araya. “La muerte del presidente
Salvador Allende afectó mucho a don Pablo. Sin embargo Él se sentía con la
fuerza y entereza necesaria para seguir luchando por lo que crea justo”.
“Las noticias emitidas por los medios de
comunicación nacionales eran manipuladas por el régimen militar. Sabíamos que
eran falsas, que todo era mentira.”
Araya narra que Neruda se deprimió mucho. Él le
pidió que no se pusiera triste. “Le dije que los militares en un mes le iban a
entregar el poder a la Democracia Cristiana”.
Neruda le replicó: “No compañero, esto va a durar
muchos años, como ocurrió en España. Yo conozco la historia, usted no sabe de
golpes de Estado”.
*Corresponsal en Chile del
semanario mexicano Proceso, reportaje publicado en la edición número 1081 del 8
de mayo de 2011. Se reproduce en Clarín.cl
con autorización del autor.
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