Schnier es un payaso fracasado. Todos lo saben. Incluido él mismo. Sólo que ante el espejo, Schnier sabe algo más: el maquillaje ya es parte de él.
La novela alemana de la posguerra lleva dos nombres eminentes: Grass y Boll, y en ambos, el sentido del ridículo es el eje de sus historias. En Opiniones de un payaso, Boll no puede callarse ni señalar lo que en forma de burla (¿burla al sentido de nación germana?) ha sido montado en la moral del ciudadano, ya sea para sobrevivir o para tener un precario sentido de seguridad, unas veces cubierta esta moral por las conveniencias católicas o evangélicas.
"Quiero volver a respirar el aire católico de Bonn", le dice Marie -su pareja católica- al abandonar a Schnier. "No lo entenderías, es una necesidad metafísica"... y ahí es donde el derrumbe de la pareja cimienta el punto de fuga de la narración, porque desde ahí para allá, Schnier mantiene un constante monólogo existencial con ácidas desavenencias dirigidas al círculo de amigas y amigos de Marie.
Es realmente delicioso el intercambio telefónico que Schnier entabla con el sacerdote consejero de Marie, a quien Schnier dirige toda su batería crítica, unas veces mordazmente ateo y otras con la furia del desamor, pues Marie lo ha abandonado para casarse con un guía espiritual católico y se ha ido para Roma, de luna de miel, razón por la cual, Schnier imagina que va tras ella y logra una audiencia con el Papa para advertirle que Marie es una pecadora, porque Marie aún lo ama.
Los detalles con que Boll va construyendo su narración son de un gusto minimalista finísimo, ya que entra en juego la capacidad que tiene Schnier para olfatear a través de los auriculares telefónicos a quienes están al otro lado de la línea, como una solución literaria para evitar el discurso de "hasta lo que hablan apesta", "tienen un tufillo santurrón que se filtra hasta por el teléfono". El otro detalle en el cual me logró concentrar Boll, es en la forma en que recuerda a Marie apretando el tubo dentífrico (cuando aún convivían) y que utiliza como recurso vengador en su memoria, ya que piensa que Marie se estará prostituyendo cada vez que apriete el dentífrico frente a su nuevo esposo, por la sencilla razón que eso forma parte de sus sencillos recuerdos cotidianos, y desde ese pequeño detalle se construyó también el amor de ambos.
Aquí, más que en otro pasaje, se define aquello de que la obsesión reside en los detalles.
El pasado de la familia alemana durante la guerra es uno de los señalamientos más fuertes que hizo de Boll uno de los escritores más controversiales en una Alemania de posguerra que deseaba olvidar lo más rápidamente posible su pasado nazi. La ruptura espiritual con la mamá y papá ricachones a pesar de las carencias impuestas por la guerra, la tacañería alemana resuelta en la escena donde la mamá baja a hurtadillas al sótano para comer a oscuras el jamón en la alacena, el mismo jamón que administraba en la mesa familiar con una falsa frugalidad; la forma cívica y orgullosa con la que enviaron al frente a Henriette, su hija adolescente, y el posterior silencio sepulcral cuando llegó la noticia de su muerte al pie de una batería anti-aérea; todo, incluso la conversión de un frágil y desorientado hermanito Leo al catolicismo (Schnier provenía de una familia luterana) es el entramado de un circo cuyas risotadas se dan en off, pero con la imagen convulsa de la gente en las graderías.
Opiniones de un payaso es todo un monumento al ridículo de la civilización aséptica que heredamos de la más profunda brutalidad. Y en ese circo de conveniencias todos y todas hemos pagado la entrada.
F.E.
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