Ayer tuve la sensación de estar sobre el huracán. Es decir, estuve sobre el Pilder de Mazinger, avanzando sobre los cerros, viendo los árboles inclinarse ante el poderío de la máquina.
Una inusitada ráfaga de viento se desató sobre Tegucigalpa y quiso segarlo todo.
Creo que aún no nos convencemos acerca del cambio climático. La fuerza del viento era dramática en los aproximadamente diez minutos que duró y así de inmediata fue su desaparición. Toda la tarde había estado soplando un fuego del tipo Riddick, en la escena donde el personaje místico aquel dice un par de cosas reveladoras y luego avanza hacia su incineración, pero en pocos minutos inmensos bloques de cielo gris cubrieron este agujero llamado Tegus y desataron su paroxismo.
Hubieron casas caídas, muchísimos árboles arrancados de cuajo y sobretodo, la pasmosa e ínfima condición humana ante lo imposible de definir.
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