martes, 23 de agosto de 2011
El último libro - Fabricio Estrada
Ricardo Piglia se me viene a la mente, cuando pienso en las posibilidades de que ahora mismo se esté editando el último libro de la humanidad.
Pienso por lo tanto, en el último lector y lo que éste asumiría al saber que es el último descifrador de ese objeto que -como describió el ministro de Atahualpa en Cajamarca cuando el sacerdote de Pizarro les puso al frente una Biblia-, abierto es como un ave y sus signos son como huellas de pájaros en la arena, pero cerrado... nada es. Imagino a la humanidad sin la capacidad de recordar qué cosa es esa que se acumula en estantes y así, el what if de Saramago va encontrando otra posible novela.
El último libro de la humanidad -en este escalofriante supuesto- se desmoronará ante un último lector que minuto a minuto irá perdiendo la conciencia, y que en su desesperación, correrá página tras página, para conocer el final. Entran aquí entonces, las escenas del último Buendía tratando de adelantarse al fin de su mundo, la fragmentación silábica del último poema de Altazor, el monólogo de Oskar hecho pedazos en el cierre de El Tambor de hojalata, la última gaviota revoloteando en torno al mástil que se hunde definitivamente en Moby Dick...
Si estuviera ocurriendo ahora mismo el detente definitivo de las imprentas, ¿qué libro saldría de su inercia final? La crítica, en proceso de disolución, entendería que ese libro es la obra maestra absoluta de todas las generaciones humanas y por breves segundos -lo que tarda una burbuja de helio en desaparecer dentro del sol- se diría ¡por fin! que el libro encierra toda la verdad de una especie que intentó sobrevivir recordando, creando la frágil memoria que se enciende y se apaga, definitivamente.
Siguiendo esta posibilidad, entonces, el último libro pudiera estar ahora mismo debatiéndose en medio del bullicio del tráfico, adentro de la ensordecedora maquinaria de las oficinas y de las filas apretadas de los autobuses y metros... ante las manos y ojos de un vacío inexorable.
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