Foto: Paola Scagliotti
Primero es el
asombro. De los impactos sobre los cuerpos sólo distingo un aullido
de mujer.
Acarreados al fuego alteran la escena del horror y esconden en sus
uniformes cuerpos
de cenizas que no regresan. Otros cuantos bailan
semidesnudos la
marcha de la muerte. Quiero irme a mi casa,
conchetumare, le escucho
sus restos
sollozando esparcidos sobre la Alameda. ¿Dónde irán los que
no aparecen esta
noche? ¿Cuál es el color de una oscuridad sin ojos?
A una artista de la
ilusión le ahorcaron su única
presentación.
Estación Baquedano, combinación con una línea de
tortura.
La tierra se hunde
en el mar. Nada hay de Pacífico. De fondo la
cordillera.
Cualquier pueblo de
Chile.
«Arrasaremos las carreteras» Es la única condición
para arrancar de
este país. La cordillera de los Andes es un espejo. Al otro lado hay
barcos que llevan pasajeros de contrabando. En su mayoría
inmigrantes que guiados por el viento recorren Sudamérica. Llevan
en sus valijas revólveres y libros de bolsillo. Silban canciones pasadas
de moda, y en sus corazones, late absoluta la juventud.
este país. La cordillera de los Andes es un espejo. Al otro lado hay
barcos que llevan pasajeros de contrabando. En su mayoría
inmigrantes que guiados por el viento recorren Sudamérica. Llevan
en sus valijas revólveres y libros de bolsillo. Silban canciones pasadas
de moda, y en sus corazones, late absoluta la juventud.
Los Intocables
Tú escondes el vértigo en los puños
para no sentir la ferocidad de las palabras.
Los antiguos poetas son intocables.
Para escucharlos desde la muerte
debes practicar piromanía en un cuarto de antigüedades,
en las periferias de la ciudad
pero prefieres hacer turismo de aerolíneas
con escala en las piernas de tu padre,
recorrer países sobrepoblados
de policías que imitan tristes rutinas de televisión.
Se trata de hacer parar autos en la carretera
bajo una despiadada lluvia de madrugada
y estrellarse con los ojos abiertos.
Si después de eso seguimos vivos,
detenernos en las posadas que siempre hemos soñado
para advertir el fin de los días dóciles.
Retomar la autopista, colisionar una vez más
ahora contra un territorio sin mapa
en el que para siempre, permanezcamos olvidados.
Tú escondes el vértigo en los puños
para no sentir la ferocidad de las palabras.
Los antiguos poetas son intocables.
Para escucharlos desde la muerte
debes practicar piromanía en un cuarto de antigüedades,
en las periferias de la ciudad
pero prefieres hacer turismo de aerolíneas
con escala en las piernas de tu padre,
recorrer países sobrepoblados
de policías que imitan tristes rutinas de televisión.
Se trata de hacer parar autos en la carretera
bajo una despiadada lluvia de madrugada
y estrellarse con los ojos abiertos.
Si después de eso seguimos vivos,
detenernos en las posadas que siempre hemos soñado
para advertir el fin de los días dóciles.
Retomar la autopista, colisionar una vez más
ahora contra un territorio sin mapa
en el que para siempre, permanezcamos olvidados.
Ñ
La ñ
como deformación
pura de la lengua española.
Mutación gráfica y
hasta fonética
accidente original
de lengua, paladar, nariz.
Curtida
por el canto aymara
mapuche
quechua
guaraní.
También por sus conquistadores.
Falla contenida en
tu apellido
que confunde al
despistado lector.
Gangosa,
imperfecta, incómoda.
Tuya es la
virgulilla para que seas todopoderosa
dominadora de mi
habla,
letra fundamental
de mi sangre.
Por aquellos días
había deshabitado la piel
y deambulaba solo
por la ciudad de
las nubes fugaces.
Había extraviado
mis ojos
y el lucero
abrasador que me llevaba.
Había perdido mi
nombre, pero eso qué importaba:
mi nombre era el
nombre de un país perdido
tras las áridas
montañas.
¡Oh sí! Las blancas
montañas,
las cargo en mi
pecho como un amuleto:
fueron la brújula
mientras duró el
resplandor en el valle.
El presagio vino a
mí a través de un susurro de cóndores
pero yo estaba
afirmado en el amor
o en lo que cree un
chico de veinte años
que es el amor.
Del resto de los
días
no recuerdo más,
tan sólo un rostro
de wawa chola
que agarrado de mis
huesos aprendió a caminar
y un par de carcajadas
estrepitosas
que me arrancaron
la sombra de un solo golpe.
Como un suicida
arrepentido
me aferré a un sueño oculto
y mis ardientes cumbres
se enfriaron,
los pesados
párpados se bañaron en un río de ciénagas,
entonces el
presagio de los cóndores
se reveló vibrando en
el horizonte.
Toda nuestra
ternura se estrechó entre el rugido de espumas:
seremos un puente
de océanos, le dije.
Y las aguas se
mojaron unas con otras.
Yacerán hasta
nuestra muerte
en un canto de amor mestizo.
Síndrome de Ulises
Atraviesas la
cordillera de los Andes
como la última
hazaña que se emprende antes de la tormenta.
La luz blanca que
dibuja las cumbres nocturnas
encandila la
memoria.
El vuelo de un cóndor
arrasa tu pecho:
es el presagio de
tu muerte y resurrección.
Atrás dejas el
paisaje accidentado.
Serías capaz de
reconocer cada montaña
serías capaz de
reconocerte en cada montaña
como si fuera tu
rostro una piedra.
La cordillera de
los Andes es un espejo.
Desde ahora
se levanta sigiloso
el llano
y te confundes con él hasta pertenecerle
hasta sacrificar la
lengua primaria.
De fondo se oye la
quietud de un río
tan inmenso como el
mar,
y flotas en el
fango
como barco vigilado
por una noche sin faros.
Palabra por palabra
el ritmo de tu canto se eclipsa:
tu diferencia es
musical.
Para
deshabitar tu dolor has
enterrado las palabras,
aprendés el español de los gauchos.
Tu nombre es el
nombre de tu patria
y en cada fisura
suya resuena tu lamento
árido, como el
rostro del hombre amerindio.
Cuatro años
Enero 2017
Como los cuatro
puntos cardinales
cuatro veces las
estaciones sucediéndose, fugaces
como
nubes por el cielo de
Montevideo.
Manos y pies con
los que te aventuras
y descifras los
signos de este mundo:
frágil monstruo,
llena de
impaciencia por devorarlo todo.
Fuego aire agua
tierra
son por ahora un
juego misterioso
y de ellos son tus
huesos y tus risas
tanto
o más que al aliento
original
que encendimos con
tu madre.
Cuatro años.
Lo que dura el amor
según las ciencias
el tiempo que
demora en cerrarse una distancia
lo que he esperado
para vengas a encenderme los párpados
y decirme: padre, ¿qué has estado soñando todo este tiempo?
¿en qué paisajes
yacen tus sueños?
Paisajes accidentados y andinos.
Entonces mascullo
un lenguaje que te parece extraño
y siento caer tus
risas desde el firmamento.
Lo único que te
quedará será la poesía.
En la naturaleza,
en tu memoria y en las palabras.
Adhemar Cereño Quevedo
(Santiago de Chile-Chile 1987). Poeta y realizador audiovisual. Reside actualmente en Uruguay. En 2011 publicó la plaqueta independiente La espesura de la glaciación. Es padre de Sofía de 6 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario