Foto: Fabricio Estrada
Han sonado cohetes en Pugnado Adentro. Primero aguzar el oído ¿se escucha el chisporroteo de los fuegos artificiales o el fondo resonante del metal? Chisporroteo. Son fuegos artificiales en medio de la urbanización que parece el set de una filmación abandonada. Es de noche, llueve. Alguien manda una señal de que siguen vivos en casa. El día ha estado tan soleado y las calles siguen tan vacías. Los paradójico son los intermitentes carros con sus parlantes con reguetón a todo volumen. ¿Esta es la banda sonora elegida para el fin del mundo? Debo decir entonces que hay un buen set abandonado y que quizá fue el que utilizaron para el primer gran video de Calle 13. Atrévete te, salte del closed, destápate quítate el esmalte. El árbol de los cohetes se va haciendo bosque, pero yo quisiera ver uno así prendido toda la noche y que incluso saliendo el sol fuera más amarillo que él. Sus raíces serían invisibles, como las multitudes que ahora se pasean en sueños.
Sueño con multitudes, incluso en conciertos donde alguien canta y es famoso y no tose ni estornuda. Hace casi un mes ya que caminábamos por la Zarandí en la Ciudad Vieja de Montevideo. La medianoche nos puso al frente un Uruguay diferente. Martín Barea Mattos nos acababa de dar el abrazo de despedida luego de la lectura de Marcela en el último día del Mundial Poético 2020, y parecía que sí, parecía que ese era momento delicado de ahí en adelante. Atravesaríamos dos aeropuertos internacionales y cenaríamos con el cariño de Katia Malo y Moisés Pascual, ambos de un corazón más grande que la emergencia por Covid 19, nos reciben en su casa en Panamá para que no durmiéramos en el aeropuerto, de la misma forma que Linda Rosa hace un voto de confianza a todos los orishás de las antillas para ir por nosotros a nuestra llegada a Puerto Rico... Ha quedado atrás La Rambla y la polifonía, la entrevista a la que Pablovski nos ha llevado casi como en medio de una alarma en un cuartel de bomberos... nos deslizamos con Eduard Escoffet, Iris Alejandra y yo hacia Radio Océano, atravesando bulevares, subiendo de rodillas los túmulos, cruzando campos de flores que pisoteamos sin cuidado con tal de llegar a la hora en punto.
Han sonado cuetes. Le quito la h y la o. Cuetes a lo mesoamericano, llenos de espirales en el cielo, como aquellos fuegos de la feria de la Candelaria donde uno quedaba con la tristeza más extraña al dejar de explotar la ristra. Recuerdo el humo. Dormía con ese olor a pólvora. El humo. El coronavirus resultó el código fibonacci mismo y no para de multiplicarse. Vimos tres ciudades vacías. Un canal trans oceánico en trance de cerrarse como un alvéolo en los pulmones acuosos del mundo de hoy. Leímos en el último festival de poesía de la tierra antes de instalarse este interfase llamado "cuarentena", y fue aspirar menta, fue retomar la musicalidad del fonema y el retorno a la oralidad más posapocalíptica, la oralidad que se necesitará para subirse al carro modificado con el guitarrista de Mad Max y leer junto a él un palimpsesto antidiluviano de cuando la poesía reunía más de 50 personas en un solo lugar y después se bailaba funk y se volvía a leer hasta que el mar de La Plata deba la alquimia de un oro solar pleno, Spléndido.
Creo estar viendo los fuegos artificiales desde el balcón del Hotel Spléndido. El mate aún me mantiene alterado y el portugués alucinado. Hace seis años estuvimos en medio de la poesía árabe con todas sus florituras dentro de Costa Rica, y ahora fuimos hasta el Uruguay para saber la ruta de la música de origen y eso lo atesoramos, Pedros, Telmas, Amoras, Marcelos, Raisas, atesorarlo así como el vaivén del Uruguay, del Chile tremendo de Mario y el hip hop del Cabildo, las palabras asincopadas de Leoncé, el silencio de Alejandro, las bellas del Slam Minas RJ. ¿Fuimos fantasmas del Spléndido y aún continuamos tecleando en esas teclas de huesos de sus rincones?
Javier y Maca han retomado la plática. Aún el mundo no se vacía. Ambos han estado en Centroamérica, pero solo Maca ha llegado a Puerto Rico. Con eso basta para sacar el sextante y recordar, medir las distancias, olvidarnos de los presagios que ya cruzan en los cruceros que llegan o se marchan del puerto para dar el viaje de los desprecios. Puerto Montt, Valparaíso, Manta, Panamá, todos negaron arribo al crucero que estuvo un día antes de nuestra llegada a Montevideo. Vimos sus turistas, todos jubilados del primer mundo, ignorando que el mundo podría estar acabado a su regreso. Te lo cuento a vos, Thomaz, porque esta es una plática de fantasmas y de espíritus de indios acompañándonos. Fuimos los fantasmas del Spléndido y los habitantes de la última gesta poética en boga. Martín ya se cansó y le pide a Javier que le haga barra. Así es que Corina ya inició su inolvidable poesía coral y la francesa ya nos contó lo del esqueleto inuit luminoso sobre el cuerpo presente y risueño de don Benedetti ¿no es así, Alfonso?
Suben los cuetes. Aquí todo es silencio. Nadie asoma la nariz más que para jugar una ruleta muy rusa con el miedo. Nosotros no tuvimos miedo, ¿oíste Luis Márcelo Pérez? Nosotros quisimos abrir frecuencias que ni el virus más invasivo frenara. Llevamos cuatro botellas de vino y muchas medias lunas con panceta. Ya nos comimos la res en el Mercado del Puerto, Nos comimos hasta sus sueños y la res soñaba hatos completos como un concierto de Zitarrosa resucitando. Nos regresamos. Ya vimos hasta dónde llegará la inundación que está bien marcada el en el Edificio Salvo, Guille... El mar llegará hasta los alto relieves de pulpos y caballitos de mar, le completará la pirámide trunca al catafalco de Artigas ¿verdad, Ariel? ¿Seguís corriendo por La Rambla? ¿Seguís mandándonos fotos de las sombras que pasan más aprisa que nunca? Esa era la marea lenta, Diana, la que completa el poema.
Que toquen la milonga más uruguaya. Pero yo solo quiero ver bailar multitudes.
F.E.
1 comentario:
¡Muy bueno! ¡Saludos fraternos desde el Sur!
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