Foto: Fabricio Estrada
Dobladita
como una hoja (Cartemas)
Era el tiempo de
partir.
Tomé la isla y la
doblé en varias partes, dobladita como una hoja. La entré en el bolsillo, el
que está encima del corazón. Tuve miedo de que descubrieran mi acción en
aduanas, pero la operación resultó ser un éxito.
Ya estoy en casa.
Saco la isla del
bolsillo, la despliego en los lugares del recuerdo, como un mantel. La primera
vez noté que traje también rostros distintos. Cada uno con el peso adecuado:
Francisco aún no ha podido sonreír, a Gustavo le salen las palabras desnudas
del bigote, Ely continúa tapando los agujeros de su lengua con abrazos.
Ayer tendí su sábana
espesa sobre el jardín. Quiero abrirla en cada lugar. Estoy en casa, me repito,
repleta de palabras que me persiguen en una histeria mansa.
Pienso en saltar
desde una montaña que se recrea en el manto, caer en mi tierra, resembrarme,
para que crezcan de nuevo raíces. Luego decido que no es justo. Estos son mis
recuerdos, mis caídas, mis caras, moldeando a la nueva mujer que se teje sobre
el tiempo.
Cuando no puedo más,
cuando el dolorcito inicia de nuevo su giro de agua, recojo el lienzo. Digo los
nombres para guardarlos, Linda se come una flor, Giancarlo recoge los dinosaurios,
Alejandro la lluvia. Otros, como
Roberto, se toman de un tirón el vino que queda en la copa y sonríen al
despedirse ¡Salud! Hasta la próxima, susurro, queriendo decir todos los días y
cada minuto.
Carta II (Cartemas)
Quise salvaguardar
la despedida dentro de un abrazo (porque los abrazos son las
máquinas indicadas para detener el tiempo), olvidar los pasos que compusieron
el destino hacia el adiós.
Pude descoser tu
imagen de mis ojos, cada hueco con la ausencia de tus hilos, pero decidí mejor clavarte
en mi niña, sumarte a la colección de amores que sanan con el tiempo.
¿Cuáles fuerzas nos tiran sobre la palabra amigos?
¿Cuántos amigos cabrán en mí?
Es imposible
sostener el peso de todos los nombres que se incrustan en la casa de huesos, continuar
nadando por los océanos de las bienvenidas y las despedidas que me visitan a
modo de látigos. Morirá la piel dentro del ritmo de
los encuentros, los festivales —de la poesía como excusa para conocernos—, sabiendo de antemano que otro pozo
nacerá.
No quiero el
castigo, extraviar las presencias cuando sean ya visiones... Por eso pensé,
torpemente, que llevarte dentro de un abrazo sería la solución para abandonar
sanamente la tierra del adiós.
Carta III (Cartemas)
A mi regreso tomo la
poesía, florecida, recién pulida, la guardo en un saco y dentro de un cajón.
Trato de no mencionarla cuando salgo a la calle, me como las ansias de que vaya
flotante a mi lado.
Algunos preguntan por
ella, yo, la callo con el más potente engrudo de labios, pero ellos la halan
por sus delicados brazos. La vuelvo a entrar en su saco de plumas perfectas, disimulando.
Mientras avanza la
noche, la solicitan testarudos, desorganizando su tenue cabellera, su moño
recién hecho de flores amarillas. Y así, continuamos sobre el tiempo derribando
estrellas, callándola, gritándola, descomponiendo las palabras.
A la hora de marcharme
recojo la poesía del suelo. Mi poesía entiende que estas cosas suceden y no
reprocha. Al llegar a casa la baño con las mieles de sanación que ella misma me
regala, pongo curitas en sus heridas, en las mías, intentamos dormir en el
bullicio del recuerdo.
Cartema a mi padre
Papá, es
lamentable que no tengas Facebook. Pudieras ver lo mucho que te recuerdan por
allí, especialmente cada 3 de mayo cuando tu nombre multiplica los deseos de
llorar.
Las redes
sociales y ellos, con sus extensas cartas, tu foto, tu sonrisa. Las redes
sociales y yo.
También hablaron
de ti en Instagram, con un megáfono escrito donde las letras son punzadas.
Buscan consuelo, imagino, también lo ansío. Tal vez sea yo la equivocada y deba
hacer el cambio hacia el escándalo, llevar de paseo mis lágrimas, mendigar
abrazos y likes.
Como ves, estos
días llegan solo por sus gritos y aunque trato de olvidarte casi a diario el
pálido aguacero de tu recuerdo contorsiona los objetos derritiendo sus verdades.
Si encontrara el antídoto para el peso de tu inexistencia ¿habría tomado la
cucharada amarga?
Sé que es tonto
tratar de comunicarte lo que siento sabiendo que solo el silencio se vestirá de
respuestas. Pero a pesar de ello quisiera decirte algunas cosas que te harían
llorar de la risa, hacer una cita, sentarme en tu escritorio y recordarte que
debes pensar un poco más en ti.
Insólito que el
cielo esté tan atrasado en tecnología.
Cartema a Julio (cartemas)
Querido Julio, he perdido
el corazón.
Usualmente lo ataba a
mi pecho con los hilos de la concordia y la costumbre. Así logré amaestrarlo, forjarlo
como ciudadano modelo de los terrenos de mi cuerpo.
Fui poco a poco,
sentándolo en la escuela del sosiego, retirando primero los cuchillos, para
obtener su confianza. Luego, quité también toda la luz que lo hacía vibrar,
evitar así sobresaltos innecesarios.
No recibí nunca una
queja formal.
Tuve sospechas de que
mi método de escasez fuese amenazante para corazones indomables, pero el mío no
parecía serlo. Confiada abrí las bardas. Entonces llegaron los nimbos a llenar
mis ojos y pasó con toda su velocidad el filo de la carretera… Ahora el corazón
se ha perdido.
Dicen que lo vieron
sostenido del viento, con plumas labradas a la medida. Dicen que iba sonriente
con la fibra de un párvulo artilugio.
(De una casa en la palma de tu mano)
Hablemos un poco de soledad
Esta afonía inunda cavidades
este buscar y perderse en el tumulto,
mi cuerpo junto al tuyo.
Soledad de locos,
pandemia de lágrimas,
bocas cerradas regresan por vértebras ajenas
desesperando los hogares del alma.
Un desterrado tú
y un lejanísimo yo
suman un terreno vacío,
hueco excavado
para encontrar de nuevo y otra vez
un silencio vivo.
Secos yacen,
los «árboles azules»
de mi cabeza.
Fuera del lugar irremediable
Mi cuerpo, lugar irremediable
MICHEL FOUCAULT
No sé quién soy,
desconozco a la mujer que habita
este lugar irremediable,
ciudad fragmentada ante mis ojos.
¿Quién habla desde el espejo?
¿Quién vigila al otro lado?
Si solo veo un par de manos que escriben mis dudas,
unas piernas cruzadas sobre el sillón,
pedazos de un ente difuso,
fisonomía inadvertida en el tiempo.
¿Quién me ocupa?
¿Quién muerde mis uñas?
¿Quién llora en las cavernas?
La mente está vacía,
la silueta habitual se confunde,
permanezco lejos,
guarecida en las afueras del templo.
¿Dónde se esconde la mujer
que respondía por mi nombre?
Cosechas
Los ladrillos del silencio sembrados en el jardín florecen
de nuevo.
Los cosechamos en temporada y permiten construir
la pared que nos separa. Trabajamos en ella, sin dejar
pasar ni un día. Nos vemos de frente y sonreímos educados,
retirándonos después de la faena, a los mundos paralelos
que llevamos con maestría, territorios de egoísmos.
En mi hemisferio desgarro el deseo. Me baño en el lago
del recuerdo, levanto la tierra del fondo. Mis cabellos forman
islas que añoran tus ojos, raíces en busca de respuestas.
Te veo del otro lado y me pregunto si tendrás un lago
parecido al mío, donde pudiéramos reencontrarnos o
por lo menos soñar ahogados lo que un día dijimos sería
la vida.
Madres
(Poema para el grito de Mujer 2018)
Con la piedra del deber
despedazo el caparazón multicolor de mi hija.
Al verla en el suelo,
siento al animal lamer mis heridas.
¿Quién nos enseñó tan magistralmente
a estar solas?
Espero cada día no ser como mi madre,
caminar en contra del dolor y la culpa
pero soy ella incluso en las llagas.
Sin ser llamada yaces, madre, asilada en mi espejo,
precedida por abuela
y por ese recorrer infinito de mujeres con mi sangre.
Cuando golpeo sus murmullos
parpadea mi silueta.
Todas mis madres duermen
en una letanía heredada
de vientre en vientre
hasta el arribo de mi rostro, único y colectivo
superpuesto de las lágrimas y de sexo
desnudez primera de mi esencia.
El peso de mi género es una mordaza.
Dos pechos descolgados por los siglos
nacidos para coserme la boca
para recordarme que somos mejores en silencio
que somos el desierto más fértil de la tierra.
llorar
contrapuesto
llorar
sostenido, sistemático
dejarse
halar por las contracciones
hasta
el punto preciso del dolor.
Excavar
profundamente
llegar
hasta las venas
deslizarme
en su corriente de latidos
oscuridad
de mi propia sangre.
Nadar
de ida por nuestros lagos
y
de vuelta hasta uno mismo
por
las lágrimas.
Llorar
como una lluvia
como
una risa compuesta de una vida.
Lavarse
sacar
del fondo la imagen
la
sonrisa.
Denisse Español
Nace el 3 de agosto del 1975 en República Dominicana. Arquitecta y escritora (poesía, ensayos, relatos). Ha cursado las maestrías Arquitectura crítica y proyecto (Universidad Politécnica de Cataluña) y Estudios Avanzados en Literatura Española e Hispanoamericana (Universidad de Barcelona). Autora del poemario “Mañana es Ningún día” (2013) y “Una casa en la palma de tu mano” (2016), con la editorial Mediaisla y una versión centroamericana del mismo gestionada por el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica 2016, también de los cuadernillos “No conozco el cartero” (2016) y “Cartemas” (2018) de la colección Playa Sucia editados por el proyecto editorial La Chifurnia. Responsable del Rincón Cultural de la revista Zona Este del Listín Diario. Fundadora del grupo literario-multidisciplinario Café de Artistas de Punta Cana y organizadora del recital poético anual de la misma localidad. Su obra ha sido galardonada tanto en su país como internacionalmente. Ha sido invitada a diversos festivales internacionales de Poesía.
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