En esta soledad de tierra escasa,
pero llena de alas y alelíes.
(Manuel Joglar Cacho)
En mucho erramos si creemos que la Libertad es un concepto que solo funciona cuando todos los seres humanos
involucrados en su búsqueda pueden afirmarla: somos libres, la hemos
conquistado. En mucho erramos. Una vez conquistada, la Libertad, comienza a desaparecer y nunca es más grande que cuando
comienza a insinuarse, como hierba joven, en el pecho de aquellos que la
sueñan. Quizá sea por ello por lo que la idea de Libertad se presente en la historia concentrada en unos pocos o en
los territorios más pequeños y acosados por todos los imperialismos que han
existido. Pero de esos pocos, de esos pequeños, precisamente, es donde nacen
los ejemplos más grandes de libertad total que siguen siendo aspiración incluso
de aquellos que dicen poseerla y peor aún, de compartirla como tesoro único que
les pertenece.
El ejemplo de los melios puede ayudarnos a comprender mejor
las contradicciones de uno de los conceptos más manipulados por la demagogia
del poder y que nos hace, paradójicamente, inmovilizarnos en la complacencia de
su supuesto disfrute. Pequeña isla-estado de la antigua Grecia, Melos enfrentó
a Atenas (416 a.C.) -la misma que nos legó el concepto de Democracia- en un intento de mantenerse neutral en la guerra que
ésta enfrentaba contra Esparta. ¿En qué ofendía Melos a Atenas al punto de
llamar a sus habitantes isleños insumisos?
Aunque nos parezca asombroso, lo que tanto ofendía a los atenienses era la amistad de los melios, una amistad
propuesta como neutralidad. Su gran sentido de libertad los hacía elegir no
estar a favor de una ciudad en la cúspide de un poder expansionista y
avasallador. ¿Y no aceptarías que,
permaneciendo neutrales, fuéramos amigos vuestros en vez de enemigos, pero no
aliados de ninguno de los dos bandos? -preguntan los representantes melios
a los embajadores atenienses que les llevan el ultimatun de declarase a favor
de Atenas o de lo contrario ser arrasados. No,
porque nuestra enemistad no nos perjudica tanto como vuestra amistad, que es
para nuestros vasallos un signo manifiesto de nuestra debilidad, mientras que
vuestro odio lo es de nuestro poder -les responden con absoluta alevosía
los atenienses.
Me resulta casi inevitable recordar este hecho histórico
descrito por Tucídides en La Guerra del
Peloponeso mientras miro el estreno del documental 1950, La Insurrección
Nacionalista del director José Manuel Dávila, sobre los hechos trágicos
acaecidos durante el más reciente levantamiento independentista en Puerto Rico
y, a la vez, establecer una conexión con la tragedia política actual en
Honduras. Narrado a nivel testimonial, 1950
nos cuenta a través de los supervivientes del alzamiento, aún vivos, las
motivaciones esenciales de los mujeres y hombres que se reunieron en torno a la
figura y pensamiento de Albizu Campos, máximo representante del independentismo
puertorriqueño, aún preso en esos días cruciales en que Luis Muñoz Marín se
aprestaba a declarar el Estado Libre Asociado (Ley 600). En un relato
conmovedor, van apareciendo los protagonistas de esta memoria viva: Carlos
Padilla, José Miguel Alicea, Heriberto Marín, Emidio Marín Pagán, Ricardo Díaz
Díaz y su impresionante madre, doña Leonides Díaz quien en una acción digna de
un monumento reta a los soldados que llegan a su casa, en busca de su hijo,
cuando ya han sofocado el alzamiento. Búsquenlo
en las calles, en la revolución, porque bajo la cama aquí no están -les
espeta, plantándoles cara, pero sin poder evitar su propio arresto. En ese
mismo momento, su hijo Ricardo se encuentra junto a otros alzados a medio
camino de Arecibo, proveniente de Utuado. Parados junto a un remanso de agua,
saben que la causa está perdida y aún así se encomiendan a un juramento por la
libertad de la isla.
II
Vuestra mayor fuerza
consiste en esperanzas que se demoran, y la que ahora tenéis es pequeña para
salir con bien frente a las tropas que ya están alineadas contra vosotros. De esta manera redujeron el
concepto de Libertad los atenienses
ante los melios. Esperanzas. Ante lo
que los Melios responden: Y a nosotros el
ceder inmediatamente no nos reserva ninguna esperanza, mientras que
entregándonos a la acción hay esperanza todavía de mantenernos en pie. Veo
las iridiscencias del agua sobre el rostro de los cadetes alzados en Utuado.
Tengo cerrados los ojos, así como la sala es el inmenso ojo cerrado de Puerto
Rico. De Honduras. Veo a doña Leonidez subiendo al techo para agitar la bandera
y gritar su ¡viva Puerto Rico libre!
La misma bandera que luego utilizarán en el juicio como prueba de insurrección;
la misma bandera que los jueces luego izarán, vaciada de contenido, junto a la
bandera colonial. Queríamos ver la
bandera nuestra sola -escucho esa frase de uno de los testimonios aún en mi
silencio más profundo, y la frase es una estrella o cinco, encendiéndose
tenuemente como velas en un altar aún indefinible.
III
En mucho erramos si creemos que la Libertad ha desaparecido del panorama actual de Puerto Rico. La Libertad es un reducto que suelen
defender pocos, una Resistencia
similar a las esenciales baterías que energizan el motor de la historia. Los
poderes coloniales saben muy bien que mientras exista el deseo de liberación
sus argumentos en contra serán expuestos una y otra vez en toda su descarnada
criminalidad. Los libres siempre obligan a los carceleros a mostrar su
brutalidad. Y esta es una de las tesis principales que sostuvieron los alzados
de 1950, obligar a ver hacia Puerto Rico a las recién creadas Naciones Unidas,
la misma organización que estaba acompañando la independencia de India, Israel,
Pakistán, Libia, Túnez, Marruecos y que, por igual, ya advertía el dominó que
estas proclamas harían caer en la década del 60 en Malí, Zimbabwe, Senegal,
Burkina Faso, Argelia, Costa de Marfil, Sudáfrica y, aunque haya sucedido en
1959, la revolución cubana. Pero esas mismas Naciones Unidas no eran más que
aquellas potencias que enfrentaban su propia disolución o su urgencia de
consolidarse: los británicos veían cómo su inmenso dominó de ultramar se
desmoronaba, los rusos comprendían que los Estados Bálticos (Estonia, Letonia y
Lituania) y Ucrania habían acogido como liberación de la URSS a los nazis, los
franceses perdían Iraq y Siria y estaba a punto de despedirse de Argelia,
mientras los chinos, emergían partidos en dos con la creación de Taiwán. Solo
Estados Unidos, expandida a causa de la geopolítica de la Segunda Guerra
Mundial, veía los nuevos territorios como una frontera más para contener a sus
próximos enemigos: la URSS y la China Popular. Así, las Naciones Unidas no mirarían
hacia Puerto Rico, pero aquellos cadetes que se juramentaban viendo hacia el
agua del río, estaban convencidos también, que la Libertad, como todo río, tiene su mar. Y en eso no estaban
dispuestos a perder el hilo, aún y cuando el imperialismo norteamericano les
dijera, al igual que los atenienses a los melios: de suerte que no es de esperar que vengan a una isla (en su ayuda) siendo nosotros dueños del mar.
En 1954, luego del ataque nacionalista puertorriqueño en
Washington, arrestan de nuevo a Albizu Campos, creyéndolo instigador de los
atacantes. Luego sería declarado loco por los medios de prensa y funcionarios
coloniales al denunciar que estaba siendo envenenado en su celda con rayos atómicos. La prensa hizo coro de
la burla ocultando que lo que Albizu Campos denunciaba era envenenamiento por
radiación. De igual forma, se burlaron de los alzados tergiversando el concepto
Libertad por locura terrorista. La mayoría de los protagonistas de aquella
insurrección fueron hechos prisioneros bajo penas eternas que ningún imperio
podría vigilar, aunque en un espacio corto de tiempo fueran liberados luego de
terribles condiciones penitenciarias. ¿Liberados
a qué Libertad? Plantea el
director José Manuel Dávila, a lo que el tenaz sobreviviente Ricardo Díaz Díaz,
de 93 años, responde: “Si existe la
reencarnación yo quiero reencarnarme en un movimiento revolucionario del
futuro’’, así que en gran parte la pregunta está respondida. Los
transformados en hombres y mujeres libres siempre van en busca de la gran nación
de la Libertad, esa que se lleva
inmaterial pero que el mismo cuerpo define en sus fronteras de piel.
Imagínese -dice casi al final don Ricardo, con
asombro socarrón-, yo fui a la revolución
con cuatro balas en mi revólver (quizá, pienso yo, las balas eran Libertad,
Independencia, Deber, Felicidad) …pero
ahora tengo más conciencia de la Libertad que cuando tenía 25 años.
Al abrir los ojos dentro de la sala de cine hubo lágrimas y
aplausos. Lágrimas como aquel río del juramento, y aplausos merecidos para el
director José Manuel Dávila, un cineasta insumiso
de Melos.
Fabricio Estrada
9 de abril, 2018
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