martes, 8 de enero de 2013

El Prado que no vi


Estuve de visita a España en el 2004 y el 2005, todo gracias al bello pasaporte de la poesía. Cuando caminaba por Madrid, en una larga y sola circunvalación que comenzaba en Cibeles, subía y bajaba por La Gran Vía hasta dar a la Plaza España, doblaba hacia el Palacio Real y su Plaza de Oriente y luego buscaba, a través de Lavapies, dar de frente o quedar inmerso en la Plaza Mayor, trataba de imaginar los sonidos y las miserias de aquella Madrid de la guerra civil. Me sentaba largas horas en las bancas a ver pasar la marea turista y luego, cuando comprobaba que la hora pico de visitas al Museo del Prado había mermado, me compraba el boleto y entraba, todos los días de esos siete días primeros de otoño del 2004.

No me resulta fácil describir la sensación de estar frente a Goya o Rembrandt, pero como aproximación, creo que es la experiencia espiritual más cercana al arrobo religioso que he tenido nunca. Pero... pero... de haber conocido a profundidad todas la peripecias que tuvieron que pasar durante la guerra civil las obras enteras expuestas en El Prado, ese nuevo valor que dan las épocas a las obras maestras en grave riesgo de extinción, me hubiera hecho llorar de emoción, tal como estuve a punto de hacerlo anoche, al terminar de ver el documental de la Televisión Española que trata sobre el cómo la República y un grupo de especialistas de arte lograron salvar uno de los patrimonios artísticos más grandes de la humanidad.

"Sabían que nadie recordaría sus nombres al llevar a cabo esa tarea de salvación pero que nadie olvidaría sus nombres si fallaban en su misión", creo que ahí se resume la responsabilidad con que el documental expresa y describe el trabajo acometido por toda la gente a cargo de Timoteo Pérez Rubio, presidente de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico. Soldados, choferes, secretarias, carpinteros, albañiles, cada uno de ellos y ellas, trabajando días o semanas sin descanso, desfalleciendo de hambre o de cansancio puro, todos ellas y ellos lograron trasladar, primero a Valencia, luego a Figueres y después, de salto en salto atravesando Francia hasta llegar a Ginebra, Suiza... ¡Nunca hubo derrota tan simbólica! El gobierno de la República cargaba consigo, la materialidad del espíritu humano en su mayor trascendencia, todo aquello que el fascismo ve tan solo como inmensas colecciones y propaganda, todo aquello que la intelectualidad española defendió desde el lado revolucionario hasta sus últimas consecuencias, casi como si en lugar de las pinturas y objetos sacros se hubiera llevado el cuerpo de García Lorca, así como hiciera Ptolomeo con el cuerpo de Alejandro Magno.

Y yo estuve ahí e ignoraba todo ese valor depositado ahí, en El Prado que no vi, más allá del arte que uno ve y con el cual se admira hasta el tuétano, pero que ahora, al saberlo todo, me doy cuenta que fui un ciego, porque el arte es historia que se cuenta de otra manera, porque Las Meninas que vi no eran Las Meninas que son, porque Cronos devoraba a sus hijos dentro de las cajas de embalaje y el Bosco iba pintando,desde el tren camino a Ginebra, un camino de despojos infernales que en ese 2004, para mí, reflejaban nada más el portento de la estética, pero no la dolorosa España.

F.E.

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