domingo, 13 de enero de 2013

El viaje de Pi



Me hubiera gustado que terminara en la pura fábula, sin la posible interpretación psicoanalítica que tanto contamina a la fantasía del siglo actual, un siglo que hereda  la racionalidad a toda prueba instaurada por el siglo XX. ¿Por qué tiene que ponerse en duda el asombro? ¿Por qué no se deja vivir al mito? Y aún así, a pesar de terminar explicando la posible insanidad de Pi durante el naufragio, a pesar de ello la historia termina imponiéndose y dejándonos una aguda visión acerca de "la naturaleza de la naturaleza", si se me permite la redundancia, porque el tigre aparece tigre y termina tigre, intacto en el carácter de su especie, no humanizado para contemporizar con la tendencia Disney que busca siempre darle rasgos humanos a los animales.

El tigre es insondable hasta en sus momentos más desesperados y la desesperación de Pi busca acercarse, de manera imposible, a una psiquis que no entiende el universo desde ninguna interpretación mística. La escena donde Pi es rescatado y el tigre se va sin verlo un segundo siquiera, esa escena donde Pi llora dolido por la falta de sentimientos humanos de lo animal es para mí la catarsis absoluta de la película. Aquí no hay Libro de la Selva y, definitivamente, lo más cercano a lo hierático del tigre es el balón Wilson de Náufrago, la memorable película actuada en su personaje principal por Tom Hanks.

Lograr esta imperturbabilidad del tigre concentrado en ser él mismo, es lo que realmente me maravilló de la opción de Ang Lee, toda una lección de la visión oriental que no se ablanda ni un ápice aún y cuando Hollywood deseara lo contrario.


Hasta la hora del ocaso amarillo
Cuántas veces habré mirado
Al poderoso tigre de Bengala
Ir y venir por el predestinado camino
Detrás de los barrotes de hierro,
Sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
El tigre de fuego de Blake;
Después vendrían otros oros,
El metal amoroso que era Zeus,
El anillo que cada nueve noches
Engendra nueve anillos y éstos, nueve,
Y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
Los otros hermosos colores
Y ahora sólo me quedan
La vaga luz, la inextricable sombra
Y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
Del mito y de la épica,
Oh un oro más precioso, tu cabello
Que ansían estas manos.

East Lansing, 1972
Jorge Luis Borges (El oro de los tigres)

1 comentario:

tyess dijo...

Ah, veo que hay más en esa película de lo que yo esperaba.