Cuando se lee Obituario
Puertorriqueño de Pedro Pietri contrastado con La Colina (poema inicial de Spoon River), de Edgar Lee Master, pareciera evidente que se hace una
lectura de espejos, donde los paralelismos se nos presentan obvios como
temática elegida: los muertos volviendo a la vida a través de la evocación
poética. Pero al leer detenidamente, nos damos cuenta de que los muertos llamados
a resucitar en el texto no son los mismos y que el lector de ambos poemas no
es, tampoco, el mismo. Quizá el viejo cementerio de Spoon River tenga la misma función de depositario de luchas
anónimas como sucede con el cementerio de Long Island (Es un largo viaje que no da ganancia/ desde el Harlem español/ hasta el
cementerio de Long Island, escribe Pietri) pero las luchas finalizadas para
los muertos dormidos en La Colina de
Lee Master, se leen desde otro paradigma de la moral que poco tiene que ver con
la forma en que el lector boricua lee y se reconoce en el Obituario Puertorriqueño. Porque el largo viaje para llegar a morir a Long Island no tiene nada que ver
con un regreso a la patria -como se describe en La Colina- luego de haberse ido a vivir a Londres o a París, no;
irse a morir a Long Island es morir en patria incierta luego de un frustrado
camino de superación, desterrados, desclasados, enfrentados.
Los muertos de La
Colina, según describe Lee Master, mueren de una vida casi pendenciera,
casi de sordidez doméstica (en un burdel, en una cárcel, frustradas por el amor,
con el orgullo roto) en la que los recuerdos de las guerras -ya sea la Guerra
de Secesión o la Guerra contra España- son la mayor tensión utilizada como
dilema moral, contrario a las personas que menciona Pietri, aparentemente
muertos aunque vivos por obra y gracia de la multitud de sustitutos continuos
dispuestos a sufrir el destino de los tantos Juanes, Olgas, Milagros, Manueles
que siguen llegando desde Puerto Rico a Estados Unidos: todos murieron ayer hoy/ y volverán a morir mañana. Hago hincapié
en esta posición del cómo se leen ambos poemas porque sin duda es en el
imaginario del lector donde se contrasta y se corrige el fácil señalamiento de
influencia desmedida o, en el peor de los casos, de plagio. Un lector
estadounidense diría de inmediato que Obituario
Puertorriqueño no es más que una versión de Spoon River (1915), así como un lector puertorriqueño diría que Poema de Amor (1974), de Roque Dalton,
es una versión de Obituario
Puertorriqueño (1969), siendo del todo equívoca esta apreciación ya que es
el paradigma moral del lector el que recrea lo leído desde una muy distinta
territorialidad cultural. Es así, que en Obituario
Puertorriqueño podría afirmarse como muestra de una apropiación cultural
del canon literario Spoon River para
deconstruirlo y elevarlo a categoría de resistencia a esa misma cultura que
cosifica y reduce al puertorriqueño asimilado o en busca de la supervivencia. Todos ellos murieron/ como muere un
héroe con ropa del distrito/ en un sándwich/ a
las doce en punto de la tarde/
las cenizas del
número de seguridad social/
se unieron para
quitar el polvo de las deudas. La heroicidad de
los viejos combatientes dormidos en La Colina,
nada tienen que ver entonces con los héroes de la supervivencia en la
marginalidad colonizada descrita por Pedro Pietri. Y eso es algo que un lector
con mucho sentido de la moralidad lo sabe. Cada poema tiene sus propios
muertos.
F.E.
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