Foto: Fabricio Estrada
IV
Te contaría
mis cuatro paredes
un abanico de techo
100 papeles que firmo
un café que me tomo en 15 minutos
las 25 llamadas que hago y contesto al día
un almuerzo solitario y otro café;
la gota que se repite sobre sí misma
en ondulaciones pendulares
que jamás terminan.
Lucy, te conozco. Sálvame.
Llévame a contar diamantes
a caminar entre las flores gigantes
crucemos el puente de ladrillos
de luciérnagas rectangulares
vamos al otro lado del río
donde los ojos de colores
fluyen hacia el mar
déjame observarme
que sea yo el que cuente
1, 2, 3, 4 paredes
1, (abanico de techo)…
2, la gota que se repite sobre sí misma
3, el absurdo zombi que me mira
en el espejo que fragmento contra el suelo
4, el abanico de techo que sigue girando.
(De Diálogos de
Liverpool, 2016)
Nocturno de la luz
Me preguntas la noche
que con rastros de cizaña en las manos
sembraron en tu surco,
te contesto las estrellas
que el trigo de tu pecho abierto
pobló en la inmensidad de tus ojos.
Ojos infinitos
donde me pierdo a merced
de los redobles de muerte
que has convertido en arpegios de vida.
¡Y aún así me preguntas la noche!
Yo te respondo: la noche ya ha pasado,
hoy amanece la taza de café sobre la mesa
y el periódico leyendo el desayuno
mientras seca sus alas al sol,
porque hasta lo cotidiano puebla los cielos
y se hace carne de poesía,
de vida y el universo.
Anda, deja tu lienzo doblado sobre la mesa,
abre todas las puertas,
hágase tu luz.
Pregunta
43 asientos vacíos en Iguala
en ruta a Tlatelolco
172 regazos vacíos en Ayotzinapa
sin razón válida para el desamparo
688 gritos de indignación
no bastan para la justicia
2,752 lágrimas multiplicadas al infinito
no devolverán sus cuerpos, ni el sosiego
11,008 pájaros volando de día y de noche
dentro de los pechos
44,032 periódicos con la noticia
y la indignación que se extiende
hay llamas por todas partes
el mundo todo se enciende
176,128 ,
704,512,
2,818,048…
¿Ya a ti quien te recuerda?,
tirano/tirana.
Salario mínimo
Cuando los ojos revolotean
en el estómago
y la boca se hace mosca
de la basura y de las sobras,
andando a tientas
con una lágrima
perforándole el labio superior
o inferior
todo es cuestión de preferencias…
Futilidad
Nos construimos
un modo
de silenciar los ojos,
algo así como un pecho
de madre,
una palabra
semejante a frazada
o puerto,
sosiego de peces remontando vuelo.
Pero las manos muerden,
deshojan,
y el cuerpo se levanta
andando con el pecho
y el alma a rastras,
con su costumbre de trazar
profundos surcos en la tierra
tras nuestros pies
andando.
Envenenada
No creo en los días, Madre,
pero hoy el rostro se hace agua
en el hueco de los tiempos
ese lamento de las aves en la tarde
ese relamer de los relojes que no sentimos
cuando nuestros pies a la deriva
siguen rumbos circadianos.
La neurona duerme y el músculo arranca,
el estómago busca su leche
y no importa ser o no ser, no hay identidad.
La historia leve es un complejo enorme.
Es posible derrotar los relojes de arena
y romper las rocas con una lengua de olas,
pero todos pretendieron el estruendo de volcanes.
La casa tiene cuatro paredes
no importa el cielo, si llueve o no llueve.
La extensión del ser tiene fronteras demasiado
cercanas.
Bienvenida la ceniza, la junta, la olimpiada
de las sillas de colores, la suma que no sabemos
hacer.
Hoy proliferan las tarjetas de plástico y los libros
inútiles
(nadie sabe de dónde vienen, nadie sabe para qué
sirven).
Nadie siente la bota sucia que nos detiene sin
aplastarnos
creemos que nos movemos, la arañamos y la mordemos
pero todo es sueño o pesadilla: la vida transcurre
en el estado de siempre.
La costumbre es un carimbo, un cinturón de castidad,
una rueda para roedores, un bozal para perros mudos.
En la memoria no hay banderas reales,
tan solo banderines de colores,
la sangre es temible, el cielo no existe
y la blancura no es más que ausencia
y la estrella
es una linda figura geométrica.
Bien es cierto que nunca nos dejaron crecer, Madre.
Nuestros Padres se avergüenzan de nosotros.
Nuestros líderes buscan luces para sus vitrinas
y desconocen las suertes de la balanza.
Hoy no tengo para ti regalos,
la victoria que se conoce
es un lema deportivo.
Los pusilánimes no saben de batallas
ni de riesgos, ni de sumas, ni de estandartes
y mucho menos de cambios en la historia.
Perdónanos Madre, porque no hemos crecido
y hoy, no tengo para ti el regalo que quisiera.
Maldita
sea la colonia.
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