viernes, 23 de marzo de 2018

Honduras está ahí

La bala está ahí, incrustada en el cerebro de un civil que protestó desarmado. El fraude está ahí, incrustado en la urna de dos millones de hondureños que votaron contra la reelección dictatorial de juan orlando hernández. La maquinaria de la dictadura está ahí, en el congreso nacional, como un muro erizado de púas para que no lo traspase la bancada de la oposición. La ilegitimidad se erige en cada rincón de la ciudadanía destrozada. El ejército permanece al acecho de cualquier signo de inconformidad y asesina, una veces de uniforme y otras de civil paramilitar. ¿Qué diálogo puede existir en semejante escenario? ¿A qué idea civilizada puede recurrirse en esta vertical brutalidad que ha sido legitimada por el poder colonial estadounidense y el cálculo de la Comunidad Europea?

Honduras está ahí, incrustada en el centro de América, como una bala perdida en el cráneo de un niño que jugaba a la democracia. Cada vez más cerca de aquello que Carlos Montaner llamó "el extremo Occidente"' (genial parodia de la tan usada caracterización de "extremo, cercano o lejano Oriente"), Honduras cuenta con una población de casi 9 millones de habitantes en un gueto de 112,492 km2 que debe controlarse sí o sí para asegurar la política exterior del Departamento de Estado en cuanto a frenar la inmigración hacia Estados Unidos y, a la vez, asegurar una de las plataformas de intervención militar hacia Venezuela y Cuba. Su capacidad de exportación e importación no alcanza la que mueven los estados de Delaware y New Hampshire entre sí pero se demuestra esencial para probar armas mediáticas y diseños de intervención a la institucionalidad de los demás países de Latinoamérica. Una cosa es promover teorías de gobernabilidad en los salones de Harvard y otra es comprobarlas sobre seres humanos enmarcados en un mínimo marco ciudadano, es decir, en seres vivos.
Laboratorio consuetudinario, Honduras le opone a esta visión avasalladora, una incipiente ciudadanía que ha abrevado de los últimos fragmentos de civilización occidental a mano. Su insurreción permanente en las calles, aparentemente bárbara y anárquica, es la más pura muestra de una inconformidad civilizatoria, la expresión de una incipiente ciudadanía articulada en la defensa de algo que se le está perdiendo y arrebatando. Ha sido la desesperación lúcida de un conglomerado que sabe lo que debe hacer antes de caer en la cosificación absoluta: cifra, vaca industrial, hamster, figura de maqueta en el discurso o en el informe socio-económico de distracción en el círculo de las élites colonizadas o colonizadoras.

La bala está ahí pero el forense ahora es diputado en la máquina opresora. El muerto está ahí, pero el cadáver ¡ay! -como bien dijo Vallejo- siguió muriendo. Todos los hechos están a favor de esa ciudadanía que se ha movilizado en las calles y que hoy está apenas contenida en sus casas, en los siniestros horarios del trabajo esclavista y en las aulas donde la educación apenas tiene promesa de utilidad. Sin embargo, todos los hechos de la dictadura y del imperialismo interventor favorecen a una población que va acelerando su tesis de liberación en una de las más profundas -y rumiadas- reflexiones sociales del continente americano. Mientras tanto se asiste al epectáculo nazificado del poder, donde los criollos Roland Freisler* dan su mejor actuación antes que la bomba popular les caiga encima.

Hay países que nacen para probar el impacto de la barbarie y la civilización en su gente. Honduras es uno de ellos, pero estoy seguro que las butacas para semejante show están vacías esta vez. El público está en casa, y sabe de qué lado de la civilización se encuentra. Y sabe, sobretodo, que uno de los lados de esa idea humana, tiene filos para defenderse. Si no que lo digan los griegos de Salamina o los lencas que se arremolinaron junto a Elempira en el Congolón.



*
https://es.wikipedia.org/wiki/Roland_Freisler

No hay comentarios: