"Al declararlo mártir, la iglesia manda un mensaje de que siempre a los pobres hay que cuidarlos, que ellos siempre estarán entre nosotros y que también tienen derechos". (Carlo Magno Núñez, vicario del santuario de Suyapa, Tegucigalpa, refiriéndose a la canonización de Romero)
La mujer sola. El hombre solo. Los dos juntos sin instrumentos sociales para su dignificación, sin fuerza de raciocinio para entender su entorno, sin conquista de una razón práctica para dominar la naturaleza hostil que lo rodea. La mujer sola, el hombre solo. Desnudos ambos, a la mano de dios y en un paraíso de frutos espejeantes, sencillos ambos, humildes, flora y fauna también de ese paisaje paradisíaco y desolador a la vez, especie en peligro de extinción a la que debe protegerse e insuflarle espíritu para el consuelo y para su estabilidad sobre el terreno que habita silenciosa, temerosa, mendincante. La mujer y el hombre pobre. La pobreza. La que necesita ser cuidada, protegida, alentada, consolada. La pobreza como jugo metafísico para beber con calma, sin apresuramientos. La pobreza como tópico, como singularidad, como estadio sin progresión. La pobreza como identidad a la cual comprender, orientar, tipificar. La pobreza paisaje. La mujer y el hombre en la postal de la ayuda solidaria. La mujer y el hombre que se saben pobres y reclaman consideración como tales, gimientes, tiernos, hoscos, energía neutra que vibra en casas oscuras y ante mesas vacías. El altar de la pobreza que necesita de velas para alumbrarse y tornarse espacio sacro. La mitificación, la mistificación de la carencia y el Jesús fue como nosotros. La chispa de la intuición, entonces, la mujer y el hombre viéndose de pronto a los ojos, viéndose ya no como paisaje sino como pasaje, pasadizo, pasillo, tránsito físico y espiritual hacia el reclamo, hacia la incomodidad por ser pobres, por ser condenados, determinados, la mujer y el hombre viéndose el rostro demacrado ante el espejo de los rostros saludables que bendicen su hambre, que bendicen su humillación, que les piden paciencia porque la paciencia es un bonzai al que se debe ir recortando las raíces puntualmente, árbol contenido al que se le dan gotas de agua ante su sed de mar, ante su anhelo de tierra, ante su visión humana que busca juntarse con los demás y caminar erguido, progresiva humanidad sin lástimas ni abrazos filantrópicos, mujer y hombre sin paraíso pero con la tierra en la mano y el agua corriendo bajo sus pies, dueños de su propia metafísica mujer y hombre, templo del orgullo y de la emancipación de toda categoría socio-económica, de castas, de culpas.
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