domingo, 11 de mayo de 2014
Lo común en el mal público - Fabricio Estrada
Vivo en un territorio tomado por la institución del crimen. Una institución, sí. Primera regla que entender para evitarse un dolor de cabeza a la hora de imaginar soluciones.
Fuera de lo que se pueda conocer a través de las fotografías del horror, la realidad en las calles sigue discurriendo con pasmosa indiferencia. La institucionalidad del crimen produce costumbre al crimen, claro, todo poder reglamenta y si la democracia se ha mostrada totalitaria no se puede esperar menos de quienes les importa un bledo el sistema político que exista en el simulacro civilizatorio. El crimen es totalitario. Invasivo. Movilizador. Participativo. Común en el mal público. Adiós bien público, entonces. El crimen es vigoroso y como un banco de peces se auto regula y, en principio, se mueve de manera intuitiva hasta que encuentra en su cadencia un patrón funcional para avanzar.
El territorio es el del crimen. Abordar esta realidad desde la institucionalidad cívica y democrática es la mayor de las ingenuidades. Somos un Dubai inverso. No alzamos rascacielos. Excavamos lo atroz, profundamente, y dentro de este agujero, el crimen vierte el plomo que le da forma a los enormes rozainfiernos. En ese mundo inverso el tiempo social es holístico. En su expresión más bizarra, los sótanos de la institucionalidad cívica aparente se unen con los de la institucionalidad del crimen. Se comunican con fluidez, se intercambian información. La democracia formal y elegida en las urnas del simulacro necesitan información del submundo gigantesco porque de información está hecha la preocupación de ambos mundos. El poder se informa. Sube y baja la información.
La verdadera anarquía está en el poder. Todos lo sabemos. La respuesta de la "democracia cívica" ante un poder emergente que intente ordenar este sistema promiscuo siempre será violenta. Recurrirá a todo su arsenal ambiguo, desatará lo que en apariencia yace contenido y que en sí, forma parte de su edificio gemelo. "La vida política en él (el Estado aparente) se hizo imposible", como bien dice Giorgio Agamben en su ensayo Cómo la obsesión por la seguridad hace mutar la democracia.
Las políticas de seguridad, entonces, ¿qué significado tienen? Asegurar el poder anárquico totalitario y burgués, y este poder enfocará sus medidas de seguridad no en contener al crimen sino que en frenar y avasallar el poder regulador del pueblo organizado políticamente. Los términos "terrorismo", "vandalismo", "molotera" serán elegidas para los titulares recriminatorios de la prensa y el esfuerzo de seguridad invertirá enormes presupuestos para armar y uniformar a la población enajenada. Intimidación, amenaza. He aquí el propósito. Las leyes aparecen entonces desnudas y articuladas, instrumentadas por el poder que las diseñó. El doble poder del crimen institucionalizado.
El territorio es el crimen, entonces, sus fronteras son invisibles. La población se auto-excluye de cualquier intento de cambio. Se domestica ante la hiper dictadura. Espera impasible y cívico el siguiente turno en el matadero.
F.E.
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1 comentario:
es bueno que hayas redactado esto,a esta hora, en este fin de incendio. abrazos, Rodolfo.
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