Hacía las cuatro en punto las luces de Viena, los faroles de la calle, las velas de un sin número de habitaciones, empezaron a penetrar en la nublada penumbra. El día había casi llegado a su término. En el segundo piso de la Schwarz-spanierhaus, la Casa del español moreno, al oeste de las antiguas murallas de la ciudad, yacía un hombre que también había casi terminado su trayecto. En una gran habitación, apenas amueblada, de apariencia triste, entre miseria, libros y papel pautado, dejándose ver, en medio de todo ello, su apreciado piano de cola, un Broadwood de caoba, Beethoven, el General de los músicos, perdió su vínculo con la vida. Tendido en una tosca cama, inconsciente, en ese momento estaba tan destrozado y acabado como su piano. Fuera, los elementos continuaban rugiendo furiosamente. Los copos de nieve que caían se amontonaban frente a la ventana. De repente, se oyó un fuerte trueno acompañado de un relámpago… Beethoven abrió los ojos, levantó su mano derecha y, con el puño cerrado, miró a lo alto durante varios segundos… Cuando dejó caer de nuevo su mano sobre la cama, con los ojos medio cerrados… ¡Su respiración se detuvo, el corazón dejó de latir! El espíritu del gran compositor había huido de este decepcionante mundo hacia el reino de la verdad. Así lo recordaba Anselm Hüttenbrenner. Otro de sus contemporáneos, Joseph Carl Rosenbaum, relataba el fin de Beethoven, de forma aún más conmovedora, en un lacónico apunte de su Diario: Ludwig van Beethoven ha muerto de hidropesía, por la tarde, alrededor de las seis, a sus cincuenta y seis años. ¡No estará más entre nosotros! Pero su nombre seguirá viviendo a la luz de su fama.
El funeral tuvo lugar la tarde del 29 de marzo de 1827. En contraste con los tres días anteriores, el tiempo era amable, cálido: la primavera había despedido al invierno. Una multitud conmovida por el dolor asistió al funeral para rendirle su último homenaje. Según el Allgemeine Theater Zeitung (del 12 de abril) había alrededor de 15000 personas. Otros estimaron una cifra cercana a los 20000 asistentes. Pero según todos estos informes, la ceremonia fue una de las más espectaculares de la Viena posnapoleónica. Según un detallado informe del funeral, de los archicos de la Corte Suprema, el patio de la casa estaba lleno a desbordar y fuera, la multitud, pedía paso impetuosamente. La intervención militar de los soldados del cuartel de Alser… apenas sirvió para controlar a la multitud. Incluso las escuelas permanecieron cerradas. A las tres se cerró el ataúd y lo bajaron al patio. El paño mortuorio, encargado por Antón Schindler del Segundo Regimiento Civil, fue extendido sobre el féretro, la cruz adornada con una corona de flores bellísima y sobre el paño se dispusieron unos evangelios y la bellísima corona cívica… La puerta se abrió. La multitud estaba tan apiñada que sólo con gran dificultad pudieron, el director de ceremonias y sus ayudantes, organizar la comitiva. Los que sostenían el féretro, entre los cuales se contaban Hummel y Gyrowetz, llevaban velas cubiertas con crespones. Entre los que llevaban las antorchas, nombres como Castelli, Czerny, Grillparzer, Graf, Paccini, Schubert y Schuppanzigh, destacaban de una distinguida comitiva. En el centro de la procesión iba el magnífico carruaje ceremonial, llevado por cuatro caballos que habían sido encargados desde el despacho del rector de la Catedral de San Esteban. El cortejo giró pasado el Palacio Lichnowsky. Un coro cantó el Miserere, en un arreglo de uno de los Equale de Beethoven para trombones. Una banda interpretó la marcha fúnebre de la sonata para piano Op.26.
Máscara mortuoria
Ates D´Arcy Orga, Beethoven, 2001, Ediciones Robinbook, s.l., págs. 11, 12 y 13.
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