Hoy interrumpimos la paz de Basho y en el reflejo de su estanque pusimos a volar aviones. De paso, desde otro estanque más amplio (el lago de Texcoco) Nezahualcóyotl exigía atención. Lo miramos desde la otra orilla y comprendimos, al acercarnos que, si bien no hacía haikús, bien le entendía a las esencias de la poesía oriental.
El mono que Dadá amarró al marco quería soltarse y romper el cuadro, así que nos entretuvimos dándole poemas en voz alta, desde Ajo la micropoetisa hasta Bretón. Dalí, Ensor y Kokoshka hablaron mientras tanto en el pasillo, tomándose un café alrededor de la bailarina de Degás. Le dimos copy paste a Mayakovski y como en un retrato chino, lo colocamos con su verso industrial y futurista en una esquina del aula blanca y minimalista.
Tiempo, soportes para las palabras, sumerios, himnos del upanishads, ideogramas, traducciones de la luz hacia la primera captura tecnológica de la imagen puntillista (demasiada pixeleada, diríamos ahora). Pedimos un pequeño favor al CEET: que para mañana nos cambie las gradas de acceso al tercer piso por una escalinata de jeroglíficos mayas, del tipo Copán, para que la palabra siga llevando nuestros pasos, conduciéndolos hacia un supramundo donde reine por igual el designio digital, la internet y los libros en físico.
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