Cuando solo te creía el viento eras el pájaro de la tarde,
el tordo que volaba entre las piedras
y que sabía hacer su nido en la mano del hondero.
Luego fuiste la confianza del agua y viajaste
hasta el palacio de arena deslumbrante,
hasta la cama donde ardía una fragua desnuda,
hasta el mismo corazón de los calcinados.
Pez de cuaresmas olvidadas,
rezabas y tus dedos quemaban tu frente,
tuviste la confianza del agua y la dejaste escapar
cuerpo de agua
pulmones de agua
miradas que corrían por todas las aguas...
Pero hubo remolinos de polvo
y la tierra también tuvo su presencia. Hablaste con ella
mientras los mozos paleaban la tierra traída por los muertos
los terrones que llenaban la boca de niñas bellas
los adobes angulares del verano.
Escarbaban los mozos sin propósito
y en su danza circular abrían pozos malacates,
se hundían
en la danza del vacío.
Bajaste a respirar con ellos el aire enrarecido
solo para encontrarte dormido en la humedad de la arcilla,
en el blando camino de los gusanos
donde las raíces pactan en silencio una nueva conjura contra el sol,
profunda e irremediable.
Cuando solo te creía el viento
a nadie más contaste tus secretos.
F.E.
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