“Escribir/ (es) cruzar el
bosque/
y matar a los demonios del
paraíso…”
Alex Canizález
Conocí
al poeta hondureño Fabricio Estrada (Sabanagrande, Francisco Morazán, Honduras,
1974), en un Encuentro de Escritores realizado en nuestro país a inicios de la
década anterior; un quinquenio después lo vi en su país natal adonde fui
invitado por el poeta Rainier Alfaro y su esposa Armida García, junto al vate y
pintor Juan Carlos Rivas…
Tras
escucharlo leer sus versos -me dije-, a este poeta debo seguirle la huella, y ¡vaya
que no me equivoqué! Hoy se reafirma mi apreciación con la lectura de su más
reciente libro titulado Blancas piranhas (Editorial Pez Dulce), el cual leí de
un tirón acompañado de un tazón de café y de vendaje, un nacatamal.
Confieso
no ser muy dado a enarbolar monumentos en una isla de granito, pero cuando lo
leído pulveriza por sus imágenes lindando el desamparo, la oquedad, la desazón
por un mundo cataléptico denunciado con la misma aptitud con que abordas tu
realidad, no dudo en estrechar la mano del poeta.
La
poesía impresa en Blancas piranhas nos presenta versos sustanciales, no
evasivos ni plañideros, líneas avasalladoras, testimoniales… tal como percibe
su realidad el poeta Fabricio Estrada, quien observa a los seres humanos
entregados a sus labores cual marionetas movidas por las agujas del reloj.
“No
tengas miedo, ni dolor, ni nostalgia: / sólo basta mantener el asco a su nivel
de alarma/ y todo irá bien” escribe Fabricio en sus primeras líneas como
preámbulo a lo que vendrá después.
“…
sos un santo al que nadie reza, / un corazón de Jesús / trasplantado
exitosamente. / El trabajo es tuyo”… versos con los cuales me identifiqué,
constatando que muchos seres humanos con tal de conservar sus empleos pierden
su independencia, confirmándolo con la siguiente cita: “si entramos a una
iglesia vamos de rodillas/ si entramos donde el jefe vamos humillados”…
Y
es que Fabricio Estrada es parte de esa pléyade de escritores lunáticos
noventeros surgidos a la sazón de los nuevos tiempos, vates cuyas líneas
desenfundan sables, bailan jazz, idolatran a Bob Marley, se sacuden a Pink Floyd
para andar de la mano con Madonna, son poetas que además de cohabitar cavernas
desnudan a las musas y no se amilanan cuando les muestran arlequines, pues se mueven
con las aguas a su nivel.
“La
primera impresión es la que cuenta, / mantenete presentable, no dejes la cara
de náufrago, traete la tabla rota y la sal seca de la frente”… escribe
Fabricio, para martillar después: “por supuesto que he llegado/ y jurando, he
respondido/ que nada es más valioso que el trabajo.”
En
Blancas piranhas hay líneas testimoniales del Honduras de hoy, la desazón por
un mundo robotizado como resaca de una sociedad mercantilista, consumista y
comercializada… aquí encontramos versos mordaces, urbanos, deseosos de decir lo
que el vulgo calla, pero que en la pluma de este vate hondureño hayan cabida: “Los
androides desayunan viendo hacia los monitores y así permanecen”…
Aquella
tierra descrita por sus paisanos poetas Clementina Suárez y Roberto Sosa está
distante… hoy la poesía de Fabricio Estrada testimonia una década a la que
muchos tememos trasladarnos, quizá por vergüenza de recobrar nuestras raíces,
por mediocridad, o simplemente por ser parte de una sociedad “light”.
“…
zumba el salario…/ bajo los escritorios, se acumula la broza de los malos
acentos. / Hay sacapuntas que le van sacando filo al good morning y a la
expresión cool.”
Fabricio
Estrada quiere dejar huella por su paso y no se amilana cuando de denunciar un
hecho se trata, “Bien pude crecer a las orillas del Estigio sin embargo vino el
viento y me llevó apretado a tu pecho”.
Cada
línea escrita en Blancas piranhas es una retroalimentación nacionalista, es
volver al pasado, sufrir con los que sufren y señalar las congojas a través de
la poesía, como en una catarsis perenne.
“En
la calle detecto cuando alguien se acerca, y entonces comienza a echar espuma
por la boca, y como araña, subo y espero en las paredes”.
A
Fabricio Estrada no se le escapan espacios lindantes al paroxismo, usando como
imágenes poéticas a las inocentes Piranhas que, al igual que ciertos
personajes, tienen un ojo abierto y los dientes afilados para enviarte a
entregar tus quejas al averno.
Blancas
Piranhas es un libro iconoclasta, la voz de una generación que contrasta el
pasado y se da cuenta que nada ha cambiado, que las demagogias siguen
agazapadas, el sueño de ser diferentes, al irse de mojado y experimentar un
viaje en avión aunque sea deportado-, es la imagen del latinoamericano que ve
en la bota yanqui la oportunidad de salir de sus miserias.
“todas,
todos se irán para el norte, en un momento cualquiera, sin aviso. Sólo se irán
y regresarán en avión pagado, deportados, felices de su primer vuelo, de
regreso al vacío”…
Fabricio
Estrada está dolido por la parsimonia con que sus contertulios ven la realidad
y como buen publicista usa técnicas del cine, el flash back para ir desnudando
una escena a lo Ionesco:
“El
asunto es que la mueca debe ser perfeccionada a diario, frente a todos, face
off. / De lo contrario se corre el riesgo de que los espejos revienten y que los
teclados se conviertan en blancas piranhas tatuadas alfabéticamente”.
Amigos
lectores, leamos a Fabricio Estrada, ese melenudo que conocí hace una década y
que hoy cambia look pero no las ganas de seguir escribiendo buenos versos que
se atosigan en la retina y nos quedamos cuál náufragos a la espera de un nuevo
libro.
Luis Antonio Chávez
Escritor y periodista
Enero de 2012
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