Puede amanecer el día en que los sacerdotes se decidan por servir como agentes de tránsito, en cada cruce indigesto en cada esquina hereje de esta ciudad.
Los taxistas y los buseros suelen ser estandartes del fatalismo y así lo expresan con su stickers más antiguos: "Sólo Dios sabe si volveré", "Si Dios conmigo quién contra mí", y con ello mantienen alejados de sus carrocerías a los más abigarrados conductores, quienes al leer la leyenda se sienten reprendidos por una voz cromada.
Pero hoy es el colmo. Veo un taxi que dice: "Blindado por la sangre de Cristo"... el taxi es un Datsun 2-10 que aún trastabilla entre baches y peatones. Imagino al cura de tránsito dándole prioridad entre las enormes filas sin necesidad de que amenace con aceleraciones, corcoveos o simplemente con los gritos más heréticos. No, sólo hace falta esa leyenda y el cura levantará el bastón para partir en dos el mar de caucho y lata, y nuestro beato automotor cruzará el maremagnum con piadosa prestanza, incólume, libre de las ataduras del asfalto.
"Blindado por la sangre de Cristo" llegará a casa como un hombre que se atrevió a andar desnudo en medio de una balacera. Se reirá del precio de los carros blindados que cuestan millones y se acostará satisfecho con el dios que lo guía cada día entre la matanza.
"Soy salvo" -dirá- "¿quién contra mí?"
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