Llega la hora, sí, llega la hora compañero Juan Carlos.
Seremos viejos al recordarla pero sabremos cuándo fue la hora en que los
jóvenes sucumbieron o avanzaron.
Algo nos dijo siempre que debíamos estar preparados y que la
crujiente madera y lodo de bahareque aguantaría hasta esta hora. Luego vendrían
muchos brazos a levantar los troncos y toda la casa hincharía su pecho y
hablaría. Vos sabés lo que cuentan las casas que ya no soportan una gota de
lluvia más y sabés, vos lo sabés, cómo se entretiene un niño con los pozos que
se abren a mitad de la cama, en pleno temporal.
Vimos las correntadas que inundaron las calles y también
vimos cómo el sol implacable evaporaba el canto, pero el pueblo no se fue, la
gente que amamos y sufrimos nunca se fue. Tan solo espera dentro de las casitas
con un dibujo de Allan junto a una estampa de la virgen. Doña Ángela, por
ejemplo, entendió por fin la combinación del rojo y el negro y ahora pinta su
pared con ellos: negro para la noche y rojo para el día, me dice. Don Manuel
–cuando bebe- ya no grita más vivas al partido liberal sino que se desgañita
con lágrimas de gas y océano con toda la fe puesta en un “Viva el Frente hijos
de puta!!”.
Y yo no sé cómo imaginábamos la hora, Juan Carlos. ¿Qué cosa
iba a salir de tanto dolor acumulado y sueños apaleados? No teníamos más que a
nuestros cipotes esperándonos y con esa preguntadera del por qué sangraban
nuestras cabezas y del por qué la tía Sonia tosía tanto al regresar de las
calles. “Nos pijiaron, chiquitos, nos pijiaron los chepos malditos y nadie
sabía cómo empuñar un arma…” Era sólo la impotencia, como esa matita que no
termina de quitarse las piedras de encima para darnos su fruto, como esa vez en
que mamá se bañó tempranito para salir a una cita laboral que nunca le dieron y
regresó llorando, mordiéndose los labios y jurando que la próxima vez le
reventaba la cara a ese imbécil que le insinuó algo para darle la chambita.
Juan Carlos: se nos pasa el tiempo y en el pueblo nos
preguntan de qué lado está soplando el viento, que cuándo estaremos dispuestos
para una lucha más… y vos sabés que a la lucha nos llamó el hambre y el hambre
es eterna como un palo de carao, torcida como su vaina, así que es fácil
contestarles, escribirles, cantarles: la lucha, compitas, es para toda la vida
y la vida nos ha hecho hermanos, hermanas de una sangre nueva que baja en
correntadas a través de nuestros sueños.
Los minutos pasan, Juan Carlos, como una inmensa multitud, y
nuestro tiempo, va con ella, con el pueblo.
F.E.
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