La primera vez que vi a un fuerte grupo de gringos en acción
fue alrededor de “la palabra”. Llegaron de pronto, a principios del año 1983, a
aquel Sabanagrande que nunca había imaginado que se pudiera construir otra
iglesia en el sagrado solio católico del pueblo.
Pero ahí estaban los gringos de Connecticut o de algún
rincón de Wyoming, en camisetas y yines abriendo las zanjas de los cimientos y
demarcando el terrenito al lado de la casa de Córdula. “Como dice la palabra
–dijo un íntérprete- construiremos esta iglesia en tres días…”, y sin más, los
barbudos hombrotes y las rojizas y fuertes mujeronas fueron poniendo bloque
tras bloque de lo que en tres días –ni más ni menos- pasó a ser la primera
iglesia evangélica del pueblo: la iglesia Filadelfia. “Ahhh, pues entonces
estos gringos son de Filadelfia” –dijeron los conocedores que habían estado por
el norte en aquellos días en que pocos se iban de mojados.
“Es que vieran cómo trabajan esos gringos allá ¡arman y
desarman una casa en tres patadas!”. Y esa frase se me quedo, al igual que la
asociación que tenía de ellos con la ropa usada que empezó a llegar por decenas
de fardos junto a biblitas azules y unos folletines amarillos que eran como
cuestinarios para el alma pecaminosa.
Yo tuve una coleccioncita de esas biblias azules y también,
comencé una coleccioncita de Atalayas y Despertad (me gustaban las
ilustraciones de los mansos leones y de los cristos sin melenas doradas),
porque después de los de la Filadelfia comenzaron a llegar batallones de
evangelizadores con megáfonos y cantos y unos enormes fiestones que hacían
temblar la medianoche de lo que antes era un sueño eterno en Sabanagrande. Con
los gringos inicié el intercambio de palabras en su idioma de chicle y
mantequilla de maní, lo que se fue haciendo natural para mí y para todos y
todas una vez que llegaron las siguientes “muestras de amistad del pueblo
americano”: el Cuerpo de Paz.
La parroquia católica comenzó a sentir el arrinconamiento
cuando en plena misa de domingo, las misiones evangélicas empezaron a armar
culto en el parque frente a la iglesia, con todo el arsenal de gritos
exorcistas y equipos de sonido a todo volumen. Haciendo uso de sus
tradicionales influencias, Monseñor Evelio hizo que saliera una ordenanza
dirigida a no permitir esa “afrenta”, la cual fue efectiva, aunque para agarrar
el hilo del cambio de tiempos, el cura párroco dispusiera poner unos parlantes
a la altura del campanario para que la gente del pueblo escuchara la misa…
digo, para que se dieran cuenta aquellos de quién llevaba la voz cantante en el
pueblo. Ahí comenzó la banda sonora que recuerdo en el aire antes tranquilo del
pueblo. Los coritos alabaré sacaban
chispas con los perdona a tu pueblo señor
hasta formar una enredadera de nubes amorfas pero de inquietantes perfiles
apocalípticos.
La medida táctica de Monseñor no tuvo la efectividad
deseada. Las iglesias evangélicas fueron multiplicándose aldea por aldea,
barrio por barrio y Caritas comenzó un retroceso paulatino en sus proyectos de
desarrollo comunal. Muchos celebradores de la palabra católicos, cambiaron su
mensaje social pseudo-revolucionario al convertirse en pastores protestantes, y
así, la solidaridad fue cayendo en un autismo cada vez más profundo. Se dejó de
escuchar la misa campesina y ciertas insinuaciones progress de algunos
sacerdotes. Comenzó entonces a verse en toda su dimensión aquello de lo bueno
que eran los gringos en “armar y desarmar una casa en tres patadas”.
Todo eso se me cruzó por la cabeza ayer, al ver pasar las
movilizaciones evangélicas del Día de la Biblia. “Celebremos que Dios nos ha dado el libro más importante”, “Ningún
libro es superior a la Biblia”, “Satanás no lee la Biblia”, etc. Así eran
algunas de las expresiones escritas en los carteles. Y no eran pocos ni pocas
los que se movilizaban: eran cientos y cientos en las colonias y miles de miles
en el centro de Tegucigalpa, gritando consignas mixtas tomadas de la
movilización social en Resistencia pero acomodadas al objetivo
cristiano-evangélico: “Honduras con Jesús
jamás será vencida”, Jesús, amigo, el pueblo está contigo”, e incluso,
cánticos de barras bravas: “Olé olé olé
olé…Jesús, Jesús”… definitivamente un proselitismo en masa, etéreo y
arrobado, cuyos cimientos de poder promovían la candidatura presidencial del
Mesías próximo a descender.
Y las respuestas dadas a las cámaras de televisión fueron
más claras todavía: “Aquí está marchando
el pueblo de Dios en contra de la violencia en que nos han metido los
corruptos… vamos orando para que Dios quite de Honduras a quienes le han puesto
ataduras e intereses personales, y sabemos que Dios nos escuchará porque como
dijo Óscar Álvarez, en Honduras somos más los buenos (…)”
Mientras miraba todo esto, se me venia el sabor del spam y
del pollo enlatado que repartían los gringos en el pueblo. Recuerdo que, al
buscar una camiseta que le quedara del bulto recién abierto en la iglesia, una
señora campesina le decía a otra “si no
es por los gringos ni comeríamos ni nos vestiríamos…”, (ni aprenderíamos
coritos alegres, pensaba yo). La señora al fin encontró una camiseta verde y se
la puso. La leyenda escrita en el pecho decía “UCLA”. La falda era raída, oscura,
e iba descalza, una descalza eterna de Los Nanzales.
Si en algún momento sería más significativo “el pueblo de Dios movilizado por la paz de
Honduras”, no habría que dudarlo:
deberíamos saber que es ahora.
“Desata, oh Señor, las
ataduras de la corrupción, las ataduras de la violencia, las ataduras del
egoísmo, las ataduras del homosexualismo y el lesbianismo… las ataduras de los
revoltosos que salen a las calles a atemorizar (…)” y la plaza entera
repitiendo palabra por palabra, ojos cerrados y brazos al cielo. Cientos,
miles. Señoras disfrazadas de danzarinas hebreas, niños disfrazados de Moisés,
policías disfrazados de santos, jovencitas y jovencitos disfrazados de adultos…
Aquella blancura resplandecía aún bajo la tormenta que de pronto cayó, como
maná líquido.
Y al cerrar la transmisión en directo del Día de la Biblia
(¿habrá en Francia –bajo decreto lesgislativo- un día del Corán?), como un
moderno cántico en el paisaje celestial de la animación 3D, apareció de pronto
Polache, con su mensaje finamente analizado por los estudios de mercado en los
que se concluye que hay que hablar y hablar para la paz encontrar, y ser hermanos de nuevo…
“en una Honduras sin ataduras”…
We built this house and it will be us… me pareció escuchar a
aquellos gringuitos trabajadores. Pero no hubo nadie que me lo tradujera. Lo
que hubo ¡y mucho! fue spam y chocolate. Amén.