“R. Gerónimo hizo una pausa.
En sus manos se produjo una ligera vibración. Baley lo advirtió y comprendió
que indicaba un cierto grado de conflicto en los mecanismos positrónicos del
robot. Tenían que obedecer a los seres humanos, pero era muy frecuente que dos
seres humanos quisieran dos tipos distintos de obediencia”. El pasaje anterior
se encuentra en el libro de ciencia ficción Los Robots del Amanecer, del célebre autor Isaac
Asimov; más adelante de la historia, dos robots se preguntan por qué el ser
humano es tan difícil de definir. “Aún no
encuentro el libro que me diga con claridad qué cosa es lo humano”, dice
uno de los robots, rompiendo con ello la frontera existencial impuesta por lo
humano entre ambas entidades que comparten espacio y tiempo, pero no
motivaciones. Esencialmente, los impulsos de un robot de Asimov son delimitados
por Las Tres Leyes de la Robótica,
especie de tabla de deberes que suplantan a la ética y la moral, de las cuales
carecen los robots por no estar sujeta su evolución de conocimiento a la
cultura y sus vicisitudes.
1.
Un robot no hará daño a un ser humano o, por
inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
2.
Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres
humanos, a excepción de aquellas que entrasen en conflicto con la primera ley.
3.
Un robot debe proteger su propia existencia en la
medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la
segunda ley.
Estas leyes
le dan poco espacio de maniobra al ser artificial, claro está, pero el
conflicto del ser termina llegando a una inteligencia que aprende, en cada
novela que Asimov hizo sobre el tema, a comprender que lo humano -el amo-
tiende a traicionar sus propios valores hasta volverse un ser voluble que ya no
merece respeto. Esta reflexión es la misma hizo que Cicerón en el siglo I a. E.C[1].,
escribiera en Los Deberes una serie
de codificaciones éticas y morales para el buen gobernante, en su caso y época
César Augusto. Podemos aventurarnos a crear una analogía entre estos deberes y Las Tres Leyes de la Robótica porque en
sí, lo que Cicerón trataba era “programar” al encargado fundamenta de sostener
la buena marcha de la vida ciudadana, algo que, si bien no pasó de ser un
consejo sano para Augusto, terminó convirtiéndose en matriz cultural de
occidente, presente en la mayoría de las constituciones republicanas y de las
cuales se derivaron todas las leyes de protección del ciudadano, al menos en
teoría. Cicerón aconsejaba lo siguiente:
1-
Que
los apetitos obedezcan a la razón.
2-
Advertir
qué importancia tiene lo que queremos hacer, a fin de no tomarse ni más ni
menos solicitud y trabajo que los que la cosa pide.
3-
Que
en todo lo que se relacione con las apariencias exteriores de la vida libre se
guarde la medida. Ahora bien, la mejor medida está en atenerse precisamente al
decoro.
Estos deberes fueron paradigma durante siglos, pero
como dije anteriormente, las vicisitudes culturales en la historia humana
crearon las condiciones para que los líderes que debían ajustarse a ellos
terminaran por ignorarlas. Esos deberes han quedado solo en el papel, como un
bello ideal del poder humano, y sin embargo, se recurre a ellos, como
esencialidad represiva, no para los gobernantes sino que para el ciudadano. De
esta forma el ciudadano común se encuentra confinado a una pervertida matriz
cultural, misma que ha hecho de él un robot.
En El Manifiesto
Comunista, Marx expone con claridad el cómo ese poder pervertido codifica y
potencia su existencia a través de las nuevas leyes que va creando sin
apartarse del aparente uso continuo de la tradición jurídica, espejismo ya roto
del humanismo clásico: “(al romperse la producción feudal) se estableció la libre concurrencia, con una constitución social y
política correspondiente, con la dominación económica y política de la clase
burguesa”’. Es decir, las avasalladoras fuerzas de producción del
capitalismo incipiente necesitaban de un nuevo marco legal que le permitiera
definir el espacio de maniobra de los obreros, siempre, para ellos, tan
inestables y problemáticos.
Todo lo que ha ocurrido desde entonces es de sobra
conocido, la historia de las revoluciones en el siglo XX, las reivindicaciones
obreras y el ascenso del hiper capitalismo global, cada uno de esos pasos
abundantemente previstos por Marx, tanto en El
Manifiesto Comunista como en El
Capital , pero acaso ¿no se nos está
escapando lo que piensa el nuevo obrero ya asumido en sus nuevos instrumentos
de trabajo[2]
y desligado de la conciencia moral[3]
por aprendizaje mimético de las alevosas actuaciones del patrono?
En las actuales condiciones laborales posclásicas[4],
bien podríamos hablar del obrero zapping, “cultivado y programado” para saltar
de un empleo a otro con la misma velocidad que consume información y ofertas.
Esta aceleración que hemos venido viendo en los últimos veinte años, ha creado
nichos de alto blindaje en la primera generación joven que, muy probablemente,
se convertirá en la última generación en comprender la realidad a través de la
linealidad temporal con que se medía el tiempo de producción. El mismo Frederick
Taylor, con toda y su gestión científica de las horas/hombre ha quedado muy
atrás en el manejo del recurso humano, un recurso que el algoritmo de las redes
sociales y la programación de la robótica industrial ya han superado.
Si de entre todos los grandes y acelerados avances de
la tecnología que estamos recibiendo se anunciara que ya tenemos la posibilidad
de viajar en una máquina del tiempo, sería muy interesante confrontar a Cicerón
con un jefe empresarial o gobernante actual. Cicerón tardaría mucho en
reconocer en el pensamiento de éste algunas trazas de lo que él considero
eterna pauta para las relaciones entre poder y ciudadano. “Es
preciso que el simple particular viva en igualdad y paridad con sus
conciudadanos; ni sometido y abyecto, ni tampoco dándose importancia; y en el
Estado debe querer la paz y lo honesto
(Este es el buen ciudadano)”[5]
A pesar de no comprenderle del todo, este
empresario o gobernante estaría en toda la disposición de jurar que su
desorientación es tan occidental como accidental, ya que se siente orgulloso de
ser heredero de la jurisprudencia romana -con la cual aún monta el simulacro
constitucional- pero que no está dispuesto a desestimular la verdadera dinámica
con que se mueve la sociedad poshumana:
El simple particular debe sentirse
diferente a su conciudadano, pero a la vez debe
estar sometido y abyecto, aún y cuando le de toda la importancia a su imagen a
través del Facebook, Instagram, Twitter, etc. La realidad ya no pertenece,
entonces, ni al pensamiento clásico ni a la constructo más posmoderno del
obrero, lo que vendría a darle la razón a Marx, una vez más, en cuanto a que el
carácter distintivo de la propiedad burguesa -ahora en fase hiper capitalista-
es la abolición de la propiedad para mantener una constante transformación
histórica, vital para minimizar el arraigo, el sentido de orientación, el
patrimonio, la idea de la colectividad como fuerza ciudadana, en fin, el
barrido de la memoria que permita la nueva codificación o programación. ¿Cuál
puede ser esta? Benjamin Noys se aventura a decirnos: “La idea de una vía extendiéndose hacia el futuro convierte a la
revolución en un momento que se pierde en la distancia: la estación a la que
nunca llegaremos. La consecuencia, contraria a la intervención revolucionaria,
consiste en alimentar constantemente las calderas del tren, es decir las
fuerzas productivas. Este es otro ejemplo del aceleracionismo que, o bien trata
de aumentar activamente la velocidad del capital, o simplemente se convierte en
pasajero del tren, permitiendo la constante destrucción del trabajo vivo y su
sustitución por trabajo muerto.”[6]
No
es para menos que, ante esta programación, el ciudadano joven -o lo que resta
de él- no vea con alarma la desaparición de los derechos laborales y sus fondos
de retiro, dado que en una simple app puede encontrar el láudano diario que
necesita para entretener el ocio -desempleo o falta de productividad-
entretanto llega el próximo salto en el pop up de las ofertas digitales. Una
vez logra un empleo, de pronto se ve ante las implacables cadenas de montaje
maquileras, produciendo sin descanso para un consumidor abstracto que exige
más, que compra por docenas, que “estrena” piel textil con enorme gula. También
puede, en el caso del joven tercermundista recién graduado de escuelas
bilingües, encontrarse ante un teléfono de Call Center, practicando su inglés
horas y horas en llamadas insospechadas que le reportan un salario que le da lo
suficiente para comprarse la versión más reciente del smartphone de moda y así
continuar ante los grilletes de la pequeña pantalla en las horas extras en que
se convierte su vida normal.
Consumir
y consumar son palabras que bien pueden ser los mellizos estrellas de esta
época hiper capitalista, algo así como Asimov nos ha advertido que puede
confrontar a lo humano respecto a la inteligencia artificial de los robots. El
ser humano podrá quedar entonces del lado del consumo, mientras que los robots
nos verán desde el lado de la nueva producción, donde la moral se mide por el
tipo de imágenes que se nos da a consumir a través de algoritmos y la ética es
una estadística perfectamente medida. Así, no resultará extraño que un robot
afirme, sin ningún atisbo de nostalgia: “Aún
no encuentro el libro que me explique con claridad qué es lo humano”.
Cicerón,
sin duda, llorará dentro de la cápsula del tiempo.
F.E.
[2] “La
Burguesía solo existe a condición de revolucionar los instrumentos de trabajo,
es decir, todas las relaciones sociales.” C. Marx, El Manifiesto Comunista.
[3]
Sigmund Freud, El Malestar en la Cultura: “El hombre moral mantiene una
conciencia más severa y vigilante”.
[4] “Los confines entre las categorías de lo
natural y lo cultural han sido desplazados y, en gran medida, esfumados por los
efectos de los desarrollos científicos y tecnológicos”. Rosi Braidotti, Lo
Posthumano.
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