conversatorio sobre poesía hondureña durante el II Festival Internacional de Los Confines, Gracias, Honduras 2018.
He leído artículos
con enunciados en contra de los poetas hondureños, especialmente sobre la
generación que se consolida por su obra y que asumirá el relevo generacional en
los próximos años.
Comprendo que no
todos los poetas comparten formas de ver la vida, la política o la poesía. Pero
eso es normal. Nadie debe asustarse: fue, es y será siempre así. Tampoco hay
que escandalizarse por algunos excesos de esos seres un tanto anárquicos,
odiados o amados, que aún en medio de las mezquindades ofrecen en sus palabras
una posibilidad de lectura de nuestra circunstancia en el mundo.
La poesía
hondureña contemporánea pasa uno de sus mejores momentos. Es difícil visualizarla
a plenitud por el ruido y la broza que la cerca intencionalmente con la idea de
suplantarla. Hablo de esas miles de almas decadentes que se autodenominan y se
auto validan hoy en día como “poetas” y no sé que más cosas. Nunca antes ha
habido tantos tecnicismos y tecnócratas para la poesía. La fiebre contemporánea
del primer mundo, que allá es hermosa, llegó aquí y mutó en una peligrosa
enfermedad tropical al mezclarse con el lumpen y los hipsters con plan prepago
en el móvil, creando una generación de locos con causa, un movimiento digno de
cualquier especialista en fenómenos bizarros.
Pero decíamos que
hay una generación que se establece con características diferentes a las
generaciones anteriores, donde el canon y el proselitismo ideológico generaba
un espíritu un tanto homogéneo que la volvía totalmente moldeable o predecible,
y fueron muy pocos los casos (brillantes para suerte de nuestra historia
literaria) que dieron un salto estético superior.
Es un país de
pocos poetas; lástima que el abuso del enfoque sociológico, la falta de
lecturas, la ideología y el proselitismo político, nos crearon una idea
absurda: Honduras está llena de poetas. Eso es falso. Está llena de gente loca
que se cree poeta. Lo que sí es cierto es que en Honduras hay poetas
extraordinarios, no son multitudes, pero son esenciales y uno puede detenerse
en cualquier lugar del mundo con sus obras, y es más que seguro, que saldrá
bien librado de cualquier valoración.
En la actualidad,
nuestra poesía es plural; se abre a otras experiencias, no sólo a las políticas;
pues explora con otra óptica viejos temas literarios y nuevos afanes del mundo
contemporáneo. La era digital, a la que de algún modo se resistió, le
favorecerá en el futuro. La mayoría de estos poetas son migrantes digitales,
algunos optaron por estudiar o vivir en el extranjero, poseen altos niveles
académicos y los que no, son magníficos lectores y están enterados de cuánto
sucede, no sólo en la literatura, sino en la política, en la filosofía y en la
ciencia.
Es importante
destacar que es tiempo de hacer revisiones a fondo de la historia de la poesía
hondureña y darles su lugar a las poetas. Durante mucho tiempo fueron
literalmente borradas. Más allá de las discusiones de género (que son
importantísimas porque nos recuerdan la búsqueda de la justicia y la lucha
contra la exclusión) son voces referenciales que permanecen y permanecerán,
aunque haya un empeño intencional de determinarlas como hacedoras de orden
menor.
Dentro de la
generación joven, cuando se habla de poesía con mayúscula, con gravedad y
seriedad, un buen lector o alguien que se precie de ser crítico y que tenga
referencias universales de la literatura, dará una opinión asertiva sobre la
poesía escrita por mujeres en Honduras. El hecho que no las tomen en cuenta no
le resta a importancia a su producción, y al momento de hacer análisis
literarios se debe ser más responsable. No se trata sólo de apuntar a la
igualdad numérica, sino al reconocimiento de una sensibilidad que posee su
propia fuerza y más allá de la caracterización, nos permite asumir un lenguaje
que siempre ha estado ahí. No se debe negar que el canon se ha establecido para
resaltar y marginar. Igual ha sucedido con la producción centroamericana
marginada por el canon europeo; bueno, no digamos europeo, español al menos. Lo
importante es generar reflexión desde un ejercicio crítico para alejarnos del
maniqueísmo, que al verse descubierto, intenta, desde la estética del canon
“dar un espacio a las mujeres”, eso es perverso y mediocre.
Cuando se trata de
poesía, el tema también da para ser responsables. Es un país de muchas imposturas
e impostores: la poesía no se salva de eso. Es un país de pocos poetas y de
muchos locos, he dicho antes. Incuso los locos se podrían clasificar: hay
algunos que estudian literatura, se vuelven profesores universitarios o de
educación media y se transforman en tecnócratas.
No hay nada más
complejo que una loca o un loco que se crea poeta (eso es peor que un poeta
loco). Terrible cosa: exigen toda la atención posible, se suman a todas las
causas, las posibles y las imposibles, se auto victimizan para validarse; cada
mediocridad o estupidez que se les ocurre debe respetarse y celebrarse porque
de lo contrario te etiquetan como un germen al que debe destruir la libertad
inquisidora que prolifera en estos días.
Veo o escucho a
"poetas" que dicen "mi obra" y ni siquiera han publicado un
libro o al menos una muestra representativa en la web. No tienen ni un poema
que sea trascendente. Veo que hacen hasta cien lecturas al mes, que hablan con
una propiedad monumental e insisten cada día en banalizar la poesía como si
este arte sólo requiere hipo inspirador, pujidos románticos, indignación a
rajatabla, cuchicheo con música de fondo, mostrar las nalgas o proyectarse en
la panza un video, enojo con espuma en la boca, enjuague ideológico, enlazar
palabras, chisporrotear sinestesias baladíes y hacer piñatas de palabras a las
que llaman poemas.
Cuando pienso en
los grandes poetas de Honduras, los veo casi anónimos y silenciosos. Sus libros
son piezas de culto, gente que trabaja y lee, con los que se puede sostener
brillantes conversaciones. Sus lecturas son memorables, tienen una conciencia
absoluta de sus habilidades y van más allá de ellas; son asombrosos y su
rebeldía es resplandeciente, no sólo pueden escribir, sino que saben leer los
libros y el tiempo que habitan. Paradójicamente no dan talleres de creación
literaria, casi nunca leen en público sus poemas, no hacen proselitismo para
ser invitados a festivales, no piden premios, pocos son docentes (no sé si
admirarles o reprocharles, pues deberían estar en espacios culturales y
educativos del país), no pierden el tiempo en naderías, no fotocopian el
realismo sucio y saben que ser malditos va más allá de leer al buen Bukowski.
Tiempos raros
estos donde si no eres poeta en facebook no eres nadie. Pero no hay que
preocuparse; en el fondo las redes sociales pueden hacernos caer en un
espejismo de la democracia. Si se piensa bien, apenas son un placebo de la
libertad, y por supuesto ese universo placebo, permite a muchos locos creerse
poetas.
Lo importante,
estimado y culto lector, es que usted valore y conozca a los grandes poetas de
Honduras, le aseguro que con un poco de reflexión y paciencia le será fácil, y
lo mejor, le causará alegría y esperanza.
S.M.
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