Foto: Sandra Milena Arias
Víctor Hugo
ha debido ser menos idealista al momento de legarnos su famosa frase: “Nada más
poderoso que una idea cuando le ha llegado su tiempo”. A la luz de la historia
de la humanidad, lo que debió decir es que no
hay nada más poderoso que el formato que pone en movimiento la idea de nuestro
tiempo. Porque en la praxis son los formatos los que definen la viabilidad
de una idea aún difusa. La concretan.
Y esto vale tanto para la ciencia como para las sociedades.
Hace un par
de años, quise hacer una pequeña prueba sobre esta afirmación. Me tocaba dar un
taller sobre el tema Cambio en una
serie de conferencias Creative Mornings en Tegucigalpa. Repartí entre los
jóvenes asistentes diferentes soportes para que escribieran lo que pensaran
cambiar de su propio futuro o el de Honduras. Un pedazo de arcilla cocida y un
punzón, un trozo de madera y un clavo, una hoja en blanco y un lápiz grafito;
una máquina de escribir y su respectivo papel y una laptop con impresora fueron
los soportes que repartí a varios jóvenes seleccionados al azar. Les pedí que
me entregaran lo escrito hasta el final de la conferencia y cuando llegó el
momento pudimos leer la aspiración de cambio en cada uno. Quien recibió la
laptop me entregó un párrafo completo lleno de una clara enumeración de
objetivos para cambiar su forma de pensar laboralmente. El de la máquina de
escribir fue un poco más parco y, entre tachones o errores de tecla, escribió
sobre la necesidad de un país sin corrupción. La muchacha del papel y lápiz
grafito esbozó una idea de cambio personal en el que necesitaba estudiar mucho.
Por último, la pareja que recibió el pedazo de tabla y el pedazo de arcilla
cocida apenas pudieron escribir dos o tres palabras con el punzón y el clavo,
pero en ambos soportes decía, con grafos casi paleolíticos: urge cambiar todo, cambiar o estallar.
El resumen
final que sacamos entre todos esa mañana, fue que podemos sentirnos muy jóvenes
o contemporáneos, pero si no tenemos el soporte social o tecnológico a mano
toda idea que tengamos del futuro o del presente no pasará de ser una difícil y
costosa exposición de nuestras ideas. El cambio puede costarnos un proceso
doloroso a nivel social o puede ser una experiencia tan fácil y trivializada
como escribir sobre el teclado de nuestro smartphone o laptop, con una rapidez
tal que no nos demos cuenta del cambio operado en tan pocos años tanto en las
comunicaciones como en los movimientos sociales donde impactan todas las
tecnologías. Asumidos como naturales entes del cambio ya en curso, creeremos,
contradiciendo a Aristóteles, que el simple moverse dentro del espacio de
tiempo que vivimos es el tiempo[1]
-época- o, en el mejor de los
casos, afirmaremos con cierta pena lo que Lenin advertía a los revolucionarios
de vanguardia: La prisa de un tonto no es
velocidad.
Los soportes
que se demuestran efectivos para echar a andar la época[2],
han desencadenado una serie de cambios profundos en todas las esferas de las
ideas: desde impulsar la sofisticación de la lengua[3]hasta
el vaciamiento de realidad que ahora contemplamos a través de los smartphones y
otros aparatos que en principio aparecieron como un complemento de la realidad
comunicativa hasta convertirse ahora en la realidad, ya no como eufemismo
virtual, es justo decirlo: el soporte que traduce la realidad. Lo virtual ha
devenido en la realidad que antes creímos punto de partida para proyectarnos en
el desarrollo de las posibles ideas.
Esta
inversión del punto de fuga ha creado una realidad silenciosa donde el cambio
efímero establece su señorío a través de innumerables aplicaciones. La
identidad solo se define en lo trending
y lo que aspira a una mínima estabilidad representa el vacío. De manera pasmosa
se ha acelerado la conciencia de que el ser es el soporte mismo ya que todo
ocurre en un paisaje interior diseñado para ser infinito en su capacidad de
repetir nuevos efectos anímicos. Por supuesto, no es la primera vez en la
historia de la humanidad que una invención para la colectividad se convierte en
un incesante provocador de imaginarios y espiritualidades. La historia de las
religiones con todo y sus nomenclaturas metafísicas lo demuestra, pero lo que
sí sucede es que el tiempo de atención a cualquier idea se ha acortado al ritmo
de las constantes ventanas emergentes de nuestros dispositivos. Quizá por ello
la avasalladora crisis del cambio climático suene tan lejana, lenta y dispersa,
jamás concentrada en un punto donde se pueda advertir su inexorabilidad
destructiva y ni qué decir de los procesos políticos que se rechazan de
inmediato cuando estos requieren de una profundización paso a paso.
No podemos
olvidar que todo el siglo XX, con todo y sus devastadoras guerras mundiales,
fue el gran forjador de una neurosis global sin precedentes, con las
excepciones que se dieron en Europa por causa de la peste negra en el siglo XIV
e.C. y el impacto de la invasión europea a América en el siglo XVI. Esta
globalizada condición psicológica ha derivado -heredado- en el abandono de la
competencia dentro de la realidad cotidiana (entiéndase: ir al trabajo, al
centro universitario, al supermercado, lavar la ropa, etc.) y en la
consecuencias alarmantes que dieron paso a la actual generación, una masa joven
que muestra graves signos de inhibición que contrastan con la agresiva forma en
que el sistema de consumo alienta al éxito, aunque sea una victoriosa vida
dentro de las redes sociales o video juegos en línea, un afán que,
paradójicamente, provoca una angustia tal que conduce al abandono de la
competencia[4].
Las ideas
que “prendan” en la generación cambiante tendrán que abordarse desde este nuevo
punto de huida, más que de fuga, porque hasta la fecha, precisamente, han sido
las ideas que cambiarían el siglo XX las que ignoraron el soporte humano sobre
la cual se erigiría la época. Las
tablas, las arcillas cocidas, las máquinas de escribir, los papeles, clavos,
punzones, grafitos y laptops están siendo devueltos en fuego granado y a
discreción a todas las políticas públicas que intentan erigirse como totem. Ese
lenguaje hacia adentro[5]
que tanto comunica a esta generación, puede ser el mayor de los silencios ante
el vacío sobre el que están trabajando los Estados y movimientos sociales
aferrados a una socio-lingüística ya ineficaz, que casi raya en el paleolítico.
Mientras
tanto, las nuevas apps están surgiendo, el nuevo amor, los más rabiosos y
silenciosos odios que van y vienen entre las redes sociales y los gamers on line.
El cambio
jamás necesitó ser más 3D que en nuestra época.
[1] El movimiento solo se da
en aquello que cambia, el tiempo se da en todas las cosas, y mientras el
movimiento puede variar su velocidad, el tiempo no puede hacerlo, puesto
que la velocidad de las cosas que cambian se mide en función del
tiempo en que transcurren, pero el tiempo no puede medirse en función
de sí mismo. "Es evidente, por tanto, que el tiempo no es
movimiento" (Aristóteles, 1995b, p.86). La Concepción del
Tiempo en Aristóteles, Jorge Vidal Arenas, Universidad de Chile.
[2] La
época entendida aquí como la
individualista y efímera vida cambiante que Bauman detalla en su concepto de la vida líquida.
[3] El
vocabulario inglés, antiguamente limitado a unos pocos miles de palabras, se
amplió hasta más de un millón con la proliferación de los libros tras la
invención de la imprenta de Gutenberg. “Los
límites del lenguaje se expandieron rápidamente a medida que los escritores
competían por la atención de unos lectores cada vez más sofisticados”.
Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
[4] El
inescrupuloso perseguidor del éxito no se cuida en absoluto del afecto ajeno;
nada desea ni espera de los otros, sea ayuda o la menor generosidad… desde
luego, aprovecha del prójimo, pero únicamente se preocupa de su buena opinión
en la medida en que pueda servirle para lograr sus fines. El cariño en sí mismo
carece de significados para él. Sus deseos y defensas siguen líneas rectas y
definidas: poderío, prestigio, posesiones. (Karen Horney, La Personalidad
Neurótica de Nuestro Tiempo)
[5] Referencia
a la expresión de la poeta y novelista argentina, Andrea Zurlo, cuando al
preguntársele en qué idioma escribía al vivir tantos años en Italia, ella
respondió: escribo en ese español adentro
que llevo siempre conmigo.
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