lunes, 10 de diciembre de 2018

La generación cambiante ante el cambio urgente - Fabricio Estrada


Foto: Sandra Milena Arias


Víctor Hugo ha debido ser menos idealista al momento de legarnos su famosa frase: “Nada más poderoso que una idea cuando le ha llegado su tiempo”. A la luz de la historia de la humanidad, lo que debió decir es que no hay nada más poderoso que el formato que pone en movimiento la idea de nuestro tiempo. Porque en la praxis son los formatos los que definen la viabilidad de una idea aún difusa. La concretan. Y esto vale tanto para la ciencia como para las sociedades.

Hace un par de años, quise hacer una pequeña prueba sobre esta afirmación. Me tocaba dar un taller sobre el tema Cambio en una serie de conferencias Creative Mornings en Tegucigalpa. Repartí entre los jóvenes asistentes diferentes soportes para que escribieran lo que pensaran cambiar de su propio futuro o el de Honduras. Un pedazo de arcilla cocida y un punzón, un trozo de madera y un clavo, una hoja en blanco y un lápiz grafito; una máquina de escribir y su respectivo papel y una laptop con impresora fueron los soportes que repartí a varios jóvenes seleccionados al azar. Les pedí que me entregaran lo escrito hasta el final de la conferencia y cuando llegó el momento pudimos leer la aspiración de cambio en cada uno. Quien recibió la laptop me entregó un párrafo completo lleno de una clara enumeración de objetivos para cambiar su forma de pensar laboralmente. El de la máquina de escribir fue un poco más parco y, entre tachones o errores de tecla, escribió sobre la necesidad de un país sin corrupción. La muchacha del papel y lápiz grafito esbozó una idea de cambio personal en el que necesitaba estudiar mucho. Por último, la pareja que recibió el pedazo de tabla y el pedazo de arcilla cocida apenas pudieron escribir dos o tres palabras con el punzón y el clavo, pero en ambos soportes decía, con grafos casi paleolíticos: urge cambiar todo, cambiar o estallar.

El resumen final que sacamos entre todos esa mañana, fue que podemos sentirnos muy jóvenes o contemporáneos, pero si no tenemos el soporte social o tecnológico a mano toda idea que tengamos del futuro o del presente no pasará de ser una difícil y costosa exposición de nuestras ideas. El cambio puede costarnos un proceso doloroso a nivel social o puede ser una experiencia tan fácil y trivializada como escribir sobre el teclado de nuestro smartphone o laptop, con una rapidez tal que no nos demos cuenta del cambio operado en tan pocos años tanto en las comunicaciones como en los movimientos sociales donde impactan todas las tecnologías. Asumidos como naturales entes del cambio ya en curso, creeremos, contradiciendo a Aristóteles, que el simple moverse dentro del espacio de tiempo que vivimos es el tiempo[1] -época- o, en el mejor de los casos, afirmaremos con cierta pena lo que Lenin advertía a los revolucionarios de vanguardia: La prisa de un tonto no es velocidad.

Los soportes que se demuestran efectivos para echar a andar la época[2], han desencadenado una serie de cambios profundos en todas las esferas de las ideas: desde impulsar la sofisticación de la lengua[3]hasta el vaciamiento de realidad que ahora contemplamos a través de los smartphones y otros aparatos que en principio aparecieron como un complemento de la realidad comunicativa hasta convertirse ahora en la realidad, ya no como eufemismo virtual, es justo decirlo: el soporte que traduce la realidad. Lo virtual ha devenido en la realidad que antes creímos punto de partida para proyectarnos en el desarrollo de las posibles ideas.

Esta inversión del punto de fuga ha creado una realidad silenciosa donde el cambio efímero establece su señorío a través de innumerables aplicaciones. La identidad solo se define en lo trending y lo que aspira a una mínima estabilidad representa el vacío. De manera pasmosa se ha acelerado la conciencia de que el ser es el soporte mismo ya que todo ocurre en un paisaje interior diseñado para ser infinito en su capacidad de repetir nuevos efectos anímicos. Por supuesto, no es la primera vez en la historia de la humanidad que una invención para la colectividad se convierte en un incesante provocador de imaginarios y espiritualidades. La historia de las religiones con todo y sus nomenclaturas metafísicas lo demuestra, pero lo que sí sucede es que el tiempo de atención a cualquier idea se ha acortado al ritmo de las constantes ventanas emergentes de nuestros dispositivos. Quizá por ello la avasalladora crisis del cambio climático suene tan lejana, lenta y dispersa, jamás concentrada en un punto donde se pueda advertir su inexorabilidad destructiva y ni qué decir de los procesos políticos que se rechazan de inmediato cuando estos requieren de una profundización paso a paso.

No podemos olvidar que todo el siglo XX, con todo y sus devastadoras guerras mundiales, fue el gran forjador de una neurosis global sin precedentes, con las excepciones que se dieron en Europa por causa de la peste negra en el siglo XIV e.C. y el impacto de la invasión europea a América en el siglo XVI. Esta globalizada condición psicológica ha derivado -heredado- en el abandono de la competencia dentro de la realidad cotidiana (entiéndase: ir al trabajo, al centro universitario, al supermercado, lavar la ropa, etc.) y en la consecuencias alarmantes que dieron paso a la actual generación, una masa joven que muestra graves signos de inhibición que contrastan con la agresiva forma en que el sistema de consumo alienta al éxito, aunque sea una victoriosa vida dentro de las redes sociales o video juegos en línea, un afán que, paradójicamente, provoca una angustia tal que conduce al abandono de la competencia[4].

Las ideas que “prendan” en la generación cambiante tendrán que abordarse desde este nuevo punto de huida, más que de fuga, porque hasta la fecha, precisamente, han sido las ideas que cambiarían el siglo XX las que ignoraron el soporte humano sobre la cual se erigiría la época. Las tablas, las arcillas cocidas, las máquinas de escribir, los papeles, clavos, punzones, grafitos y laptops están siendo devueltos en fuego granado y a discreción a todas las políticas públicas que intentan erigirse como totem. Ese lenguaje hacia adentro[5] que tanto comunica a esta generación, puede ser el mayor de los silencios ante el vacío sobre el que están trabajando los Estados y movimientos sociales aferrados a una socio-lingüística ya ineficaz, que casi raya en el paleolítico.

Mientras tanto, las nuevas apps están surgiendo, el nuevo amor, los más rabiosos y silenciosos odios que van y vienen entre las redes sociales y los gamers on line.
El cambio jamás necesitó ser más 3D que en nuestra época.



[1] El movimiento solo se da en aquello que cambia, el tiempo se da en todas las cosas, y mientras el movimiento puede variar su velocidad, el tiempo no puede hacerlo, puesto que la velocidad de las cosas que cambian se mide en función del tiempo en que transcurren, pero el tiempo no puede medirse en función de sí mismo. "Es evidente, por tanto, que el tiempo no es movimiento" (Aristóteles, 1995b, p.86). La Concepción del Tiempo en Aristóteles, Jorge Vidal Arenas, Universidad de Chile.
[2] La época entendida aquí como la individualista y efímera vida cambiante que Bauman detalla en su concepto de la vida líquida.
[3] El vocabulario inglés, antiguamente limitado a unos pocos miles de palabras, se amplió hasta más de un millón con la proliferación de los libros tras la invención de la imprenta de Gutenberg. “Los límites del lenguaje se expandieron rápidamente a medida que los escritores competían por la atención de unos lectores cada vez más sofisticados”. Nicholas Carr, Superficiales ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?
[4] El inescrupuloso perseguidor del éxito no se cuida en absoluto del afecto ajeno; nada desea ni espera de los otros, sea ayuda o la menor generosidad… desde luego, aprovecha del prójimo, pero únicamente se preocupa de su buena opinión en la medida en que pueda servirle para lograr sus fines. El cariño en sí mismo carece de significados para él. Sus deseos y defensas siguen líneas rectas y definidas: poderío, prestigio, posesiones. (Karen Horney, La Personalidad Neurótica de Nuestro Tiempo)
[5] Referencia a la expresión de la poeta y novelista argentina, Andrea Zurlo, cuando al preguntársele en qué idioma escribía al vivir tantos años en Italia, ella respondió: escribo en ese español adentro que llevo siempre conmigo.

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