El día en que aprendamos a caminar sobre las aguas sabremos que el mar siempre fue
un planeta líquido incrustado en el nuestro, que Jesucristo fue su primer astronauta
y que debemos agradecerle a Pedro haber sostenido tanto la cobardía y el miedo.
De haber tenido valor millones hubiéramos ido tras sus pasos, miles de millones que de pronto
vagaríamos sin sentido sobre el mar. Aún es tiempo de ver la inmensidad sin mancharla.
Ningún mar merece la multitud que somos cuando estamos solos.
Ningún mar aceptaría una civilización de cobardes.
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