Termina
Dunkerke, de Christopher Nolan, con una memorable frase ideológica sacada del
texto que Winston Churchill hiciera sobre la gran evacuación de la Fuerza
Expedicionaria Británica (1940) : “no nos rendiremos jamás; y por más que esta isla o buena
parte de ella quede dominada y hambrienta, [...] nuestro imperio de ultramar
[...] continuará la lucha hasta que, cuando Dios quiera, el Nuevo Mundo, con
todo su poder y su fuerza, dé un paso al frente para rescatar y liberar al
Viejo”. Y
sumado a ella, la shekeaspiriana despedida del coronel en el muelle (interpretado
por Kenneth Branagh) diciendo: “Yo me
quedo en espera de los franceses…”.
Pero
resulta que, en la realidad histórica, 40 mil soldados franceses estaban
muriendo en ese instante por salvaguardar la retirada inglesa de la
aniquilación que la Das Reich Divisionen traía y que, además, el nuevo mundo (Estados Unidos) esperaría
y esperaría hasta montar bien su participación en la guerra con un Pearl Harbor
sumamente calculado. El imperio en ultramar que Churchill convocaba caería
apenas terminada la guerra y su amigo del nuevo mundo le arrebataría la voz
cantante hasta estos años en que la industria de Hollywood ve necesario elevar
la presencia de la historia inglesa ya sea en la distribución o en la
producción, como es el caso de esta versión de Dunkerke. Ya Narnia, Harry Potter,
Piratas del Caribe, Big Foot Giant, Caballo de Guerra, Al filo del mañana y las
muchas de Marvel y DC han puesto en el escenario de sus batallas o aventuras a
la tía, madre o abuela Gran Bretaña apoyando en mutuo dolor a la jovencita e
inmadura América.
Ya la
crítica francesa le cayó encima a esta versión de Nolan así que no abundaré en
las coincidencias reflexivas que se me vinieron a la cabeza mientras la miraba,
pero sí resaltaré que la apología al Brexit es lo más relevante de este nuevo
borrador de memoria histórica contextual. Esperar a que Francia llegue al
muelle y se zafe de la Unión Europea parece ser todo el esfuerzo de la
producción, a pesar de que en la misma película los franceses que aparecen se
muestran como cobardes que huyen a la misma manera de los ingleses, o lo que es
peor, mintiendo casi como espías.
Hacer una
película épica de una derrota contundente es la magia del cine, sí, sobre todo,
cuando de los hechos que llevaron a la evacuación de 400 mil soldados no hay
mucho que explicar más que el papel pundonoroso que jugó la última reserva de vergüenza
civil a mano, con todo y sus barcos pesqueros. Pero es sabido que cada nación
que se ve amenazada a fondo convoca hasta a las escobas para que se conviertan
en espadas.
La pregunta es: ¿de quién se está defendiendo esta vez Gran Bretaña
y Estados Unidos? ¿Vuelve a ser una isla Estados Unidos cuando el síndrome de
Robinson Crusoe solo está en la cabeza de Trump y de sus votantes? Solo para
devolverle un poco de honestidad a la historia, diría que me encantaría ver la
enorme capacidad cinematográfica de Nolan recreando la Batalla de Stalingrado o
La Gran Marcha de Mao. En ambos casos la épica sería íntegra ya que esas fueron
las auténticas defensas y acciones que le dieron un vuelco al hasta ese momento
victorioso fascismo occidental y oriental.
Me quedo
entonces con la fotografía y mis nervios afectados por la música inquietante,
algo sumamente logrado para ensamblarse con el silbido hórrido de los Stukas.
Lo demás, es haber estirado el chicle de la derrota hasta sus máximas
consecuencias. Pero claro, ideológicamente muy bien logrado. Todo un Bréxito.
F.E.
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