Nota de duelo del Atlético de Madrid
Es difícil hablar de un jugador que uno jamás vio jugar, pero ¿qué pasa cuando ese jugador es un fantasma que se planta al oído de todo delantero y le dice "recuerda que debés golear"?
La Coneja Cardona era ese recordatorio para todo delantero hondureño que se preciaba como tal, era el memento mori del fútbol aburrido de los domingos de finales en el Estadio Nacional y la recurrente memoria en los interminables homenajes deportivos. Cuando uno ha querido ufanarse de tener cultura futbolera -entre las cervezas que se iban invitando- de pronto venía la tabla de salvación y uno exclamaba: "¡ahhh, pero nadie ha podido superar a la Coneja Cardona!", y ¡zas! las miradas se volvían a este advenedizo de caseta y entre todos era obsequiado con gestos de bienvenida a la camaradería. Ya estaba, eras parte del sacrosanto parloteo ante las repeticiones televisivas donde se mostraba a ese mal delantero de la liga nacional que fallaba solo ante el marco.
Por ahí comenzaba el interés en La Coneja. En aquellos tiempos -casi como parábola bíblica- sólo él había cruzado el charco. Eran los 60 la Coneja se convertía en el primer hondureño en jugar en Europa, y lo que es más fantástico, ese grano de mostaza dio frutos del tamaño de un balón de fútbol en el fondo de cuanta red se le cruzaba: fue él quien marcó el único tanto en la final que el Atlético de Madrid le ganó al Real Zaragoza en 1965. Vistió la camisola del Elche y del Atlético de Madrid y ganó campeonatos como quien no quería la cosa. Y su sueldo era contra mareos, nada que ver con las fabulosas contrataciones actuales.
Estos últimos años sufría de diabetes y a pocos se lo decía, aún y cuando le cansara al extremo estar descolgando y volviendo a colgar la foto firmada que había enmarcado en su casa, para las entrevistas de los nóveles reporteros deportivos que lo buscaban para hacer su primera entrevista. El era memorioso y no se guardaba nada, comentaba sobre la selección actual y se callaba mucho de lo que realmente le hubiera gustado decir, por ejemplo, "Yo no soy una ex-gloria, yo he sido la verdadera y goleadora gloria de este país", "A mi me gustaba jugar, no cobrar", "Yo soy la Coneja Cardona, alias José Enrique Cardona nacido en 1939, en El Bejuco, La Lima, entre los cañaverales y las barbas amarillas... con ellas aprendí el dribbling y con los alambrados de púas a no perder de vista las redes".
El fantasma acaba de agarrar cuerpo, así es en Honduras, se debe morir para saber que existimos.