La incierta
ruta
“Esta es la era del cambio y el
riesgo… la gran deriva ha comenzado” (Henry Miller)
No es el tiempo el que importa. Importa aquello que hace al tiempo, que
lo transforma o lo fija en su infinita deriva. Los miles de puntos particulares
que somos, tal vez, intentando fijar las masas continentales que definen
nuestro hartazgo o nuestra hambre, alejados de cualquier indicio de
nacionalidad o de exótica interpretación.
El deseo de anclar la deriva de la humanidad, entonces, tiempo muerto y
fraccionado que hace fuerza centrífuga y tensiona hasta romper las coyunturas
de lo que fue esencial, de lo que fue asombro existencial y que ahora, hace
surgir el tiempo nuevo que es arrastre, vórtice en la ilusoria consideración de
los filántropos globales con sus cenas benéficas y sus miles de mondadientes
desperdigados en todas direcciones, como semillas del hambre.
El trabajo donde perdemos toda nuestra energía y el empleo que nos
esclaviza en una de sus dicotomías más perturbadoras; la articulación de lo
inútil en una sola herramienta que se abandona a la pleamar de un océano sin vida.
Estas son las primeras impresiones que recibí al
entrar al espacio de la Alianza Francesa de Tegucigalpa, donde Léster Rodríguez
dispuso su más reciente obra instalativa, Deriva continental, una de las incisivas muestras que, con gran empuje y oficio asumido, se han dado a conocer en nuestro circuito artístico-visual.
Una vez que me permití la fascinación inicial, dejé que mi sentido espacial
tomara las riendas de la lectura y así captar la correcta dimensión de la
propuesta, sin atavismos, solo dejándome llevar por el ritmo visual ya impuesto
por Léster.
"Si los mitos tienen un sentido, éste no
puede depender de los elementos aislados que entran en su composición, sino de
la manera en que estos elementos se encuentran combinados." Continúo
mi apreciación desde Levy Strauss por una simpleza que asumo con un dejo de
cansancio: la actual tragedia humana reside en su dispersión mediática y en la
consecuente insignificancia que se le da a la calamidad de millones de seres,
todo esto a través de los segmentados y risueños resúmenes noticiosos. La
realidad se ha convertido en una rueda de la fortuna donde una bella
presentadora le da vueltas y vueltas para extraer “lo que interesa”, “lo que
puede convertirse en masivo”. El azar, precisamente, es lo que define la
importancia o no de nuestras tragedias.
Resulta paradójico, por igual, que una vez que
el gran ojo mediático ubica su atención en un acontecimiento, la realidad misma
es sobre-expuesta hasta el exceso, y bien lo acotaba Camus: “todo exceso
produce insensibilidad” (en este caso, la sospecha de que algo realmente
ocurre), de la misma manera en que los miles de mondadientes terminan siendo –ante
la portentosa obsesión artística de Léster- apenas un efecto para llenar la
forma.
La mediación del dolor, de la necesidad con
todas sus aspiraciones (trabajo, recompensa, salario) es un simple destello en
el zapping del aburrimiento enajenado. Podrían transcurrir siglos antes que la
maquinaria se estropeara y nos permitiera advertir el gran lago de sal que
nuestra fragilidad ha moldeado y concentrado, limpiamente, como lo pudiera hacer
un avión de papel que describe círculos concéntricos y que termina multiplicado
en miles por causa de la reiteración, de la redundancia, de la incierta ruta de
los débiles, que en sí misma, es la auténtica e implacable fuerza de los
excluidos.
Esta movilidad –el piso que ya se está
desplazando bajo los pies de la ciega globalización- imperceptible desde la
Mass Media, es la que Léster Rodríguez intenta fijar conceptualmente. En manejo
de espacio y síntesis, en la sensación de estar ante un aspaviento mágico (el
prodigio dentro del mito)y, por supuesto, en la contundente atracción estética,
puedo asegurar que Deriva continental ha logrado desplazarnos de la idea de la
modernidad hasta el punto de retorno donde el tiempo retoma las fuerzas del
mito y el mito vuelve a fraguar lo humano.
Fabricio Estrada
14 de junio
del 2012
1 comentario:
De la manera más simple, lo más complejo: impresionante.
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