Hace algunos años, visité la
República de Paraguay. A las primeras impresiones lo percibí como un país
notablemente parecido al mio. Encontré gran similitud en los mercados, en los
autobuses, en la gente apostada a las orillas de las calles en espera de transporte
o para ofrecer en venta frutas o productos caseros a través de las ventanas de
los autobuses. Las quejas de la gente, lo que escuché en la radio y la basura
en algunas plazas, afianzaron mi percepción. No tardé en comprender que ese
parecido entre Honduras y Paraguay, se podía resumir en la palabra pobreza. Más
adelante al compartir mi percepción con un colega periodista de ese país,
pasamos a analizar el parecido en lo histórico y político. Su apreciación fue
contundente cuando dijo: "yo siempre he pensado que Paraguay es una país
caído de Centroamérica" Su frase tenía raíz en la historia compartida en
los problemas agrarios, en las carencias educativas, en las dictaduras, el
militarismo, el servilismo a intereses hegemónicos internacionales. Ahora con
los acontecimientos políticos, esa percepción sobre el parecido entre estos
países, ha venido con mayor fuerza a mi mente.
Otra similitud es haber gobernado con un frágil apoyo de la agrupación política que los llevó al poder, la adversidad del parlamento y de otra instituciones nacionales. No está de más mencionar la afinidad de ambos gobernantes con el Presidente Chávez, cosa que parece ser un delito grave en la mente de quienes aun están incrustados en el sistema político que domina al frente o desde la sombra en América Latina.
Ya en los hechos específicos, ambos han tenido que enfrentar una serie de acusaciones subjetivas en base a las cuales toman decisiones sus adversarios políticos actuando como juez y parte. En ambos casos, se trata de procesos ejecutados a la velocidad del rayo y reñidos con principios fundamentales del derecho. Pueden parecer legales a luz de los acomodos históricos de las leyes para preservar el orden establecido y cerrarle el paso a las ideas reformistas, pero no legítimas a la luz de las aspiraciones de las mayorías.
Salvo que los sectores populares ejerzan un presión excepcional o las Fuerzas Armadas se pongan de lado de la voluntad popular expresada en las urnas, a juzgar por el balance de fuerzas internas en los espacios oficiales de toman decisiones, Lugo será separado de la presidencia. Por su parte los gobiernos vecinos desconocerán el nuevo gobierno y le aplicarán sanciones. Otros como el de los Estados Unidos, enterados de la conveniencia del cambio, lanzarán una invitación al diálogo y la paz que solo servirá para que el nuevo régimen derechista termine el periodo de Lugo y eche para atrás los avances sociales que este haya logrado. Pese al cerco mediático que los medios locales impondrán, el pueblo paraguayo en su mayoría condenará la decisión del parlamento.
Las mismas fuerzas que corrieron a apuntalar a Micheletti, lo harán con el nuevo presidente paraguayo.
Así transcurirán los últimos meses del periodo que el pueblo paraguayo le asignó a Lugo. Pero el proceso de liberación de los pueblos no se detiene, los movimientos progresistas se reagruparán y de allí saldrá una nueva fuerza. Así es como Paraguay y Honduras afianzan su parecido.
Wilfredo Godoy Sandres
Periodista hondureño
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