El lago de Tegucigalpa

 Hace un par de años, el amigo poeta Alexander Sánchez, de origen panameño, me comentó que en Darién hubo un antropólogo que afirmaba que Tegucigalpa había sido un enorme lago. Sus fuentes -según el antropólogo- provenían de los indígenas del lugar (Darién) a quienes se les había transmitido oralmente a través de los antiguos viajeros de la selva, con toda seguridad comerciantes de los reinos mesoamericanos.
El lago no era ni en Nicaragua ni el de Atitlán, era un lago ubicado en la intersección de las rutas comerciales, o en la zona de confluencia del actual territorio hondureño, y que además, en medio de él, surgía una isla solitaria.

No volví a retomar el tema hasta el día en que se descubrió el colmillo de mastodonte en los alrededores de la Corte Suprema, aquí en Tegucigalpa. El amigo historiador y arqueólogo Roberto Ramirez, participó de las excavaciones y me comentó sobre las condiciones del terreno durante vivió el mastodonte. "Sin duda Tegucigalpa fue una enorme marisma, una laguna o lago ya que el colmillo estaba en estratos de ciénaga".

Hoy, leyendo la Revista del Archivo y de la Biblioteca Nacional del 10 de noviembre de 1905 (Tomo II, Entrega I), en un ensayo firmado por E. Martínez López, me ha dado una enorme sorpresa el encontrarme de nuevo con la hipótesis del lago en Tegucigalpa y de detalles más asombrosos como lo es la posibilidad de una erupción del cerro de Hula y del deslizamiento que separó El Berrinche de El Picacho. No me cabe la menor duda de que todo es una hipótesis, pero muchos de los datos son tan sugerentes que no puedo dejar de regocijarme de la misma forma que cuando leía mis primeras historias de ciencia ficción o súper fantasía. Vale la pena la lectura, para darnos la oportunidad de suponer más allá de lo que en apariencia no tiene nada más que decir.

E. Martínez López se basa en informes de 1851.