jueves, 2 de junio de 2011
Poema de despedida a J Lo
J Lo ya no vende baleadas en las arcadas del viejo hotel decimonónico. J Lo se marchó y dejó partido el corazón de los taxistas. Prometió un cartel pegado con lágrimas y ahora todos lo buscamos bajo el blanco pintado de las paredes.
J Lo vendía con suma seriedad y las filas, daban la vuelta a la cuadra mientras ella palmeaba la harina. Será difícil encontrar manos tan suaves atizando la estufa de gas. Será difícil ver de nuevo sus ojos concentrados en los billetes de a veinte.
Nadie compra en su esquina de hollín. Un centro comercial pule la cuadra donde antes J Lo canturreaba canciones de Daddy Y. Se aglomeran los mirones y ven que la cerámica hubiera sido un lindo espejo para ella, que las puertas de vidrio la hubieran cortejado todo el santo día mientras ella se peinara de reojo vigilando que el derriere se mantuviera explosivo en luz de canela e iridiscencias de palmolive.
J Lo ya no vende en su puesto de baleadas. Los maniquies ocupan su lugar y sonríen, sin cabezas.
F.E.
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