Francisco Ruiz Udiel
Me acerco en silencio para preguntar con disimulo de quién se trataba, quién es el otro que ya no está.
Se llamaba Francisco, dice una niña. Veo hacia abajo para saber si aún conservo mi sombra, que no estoy muerto, pero el día está gris y me lo impide.
Recuerdo el método del fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson, quien se acercaba invisible hacia su objetivo y luego apretaba el botón de su cámaraLeica. Decido practicarlo. Me dirijo hacia otro grupo de personas. De un automóvil sale una mujer y haciendo uso de la empatía comento que no hay detalle más hermoso que te recuerden con alegría. Asiente y empieza a hablar.
Se llamaba Francisco. Nació en Diriamba. Murió de cáncer de esófago. Tenía 64 años. Era furgonero en Estados Unidos. Lo van a cremar aquí. Vamos a dispersar sus cenizas en Los Ángeles y en Texas.
Pienso en cómo la vida de un hombre puede llegar a resumirse en pocas líneas. Minutos después llega un cercano de la familia con una corona de flores, una cinta púrpura muestra el nombre escrito con escarcha.
Me angustia ver. No quiero saber su nombre completo. Tampoco quiero ver la fotografía que alza quien añora la partida con la imagen en mano. Me alejo con el rostro de invierno hacia la tarde, con miedo, con la pequeñez de no saber quién soy.
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