La vecina del 501 tiene
la cara de un Land Cruiser.
Ha
tomado el ascensor como su estacionamiento japonés.
Sube
y baja con todas las luces encendidas,
luces
altas que molestan mucho.
El
tipo que apenas masculló disculpas
tenía
el gesto de un Jeep Rubicon recién
salido de agencia.
Me
pasó por encima y hubo comentarios fuera de lugar
de
un Kia Sorento
y el
tic nervioso de un Hyunday Elantra.
Me
consuelo pensando en que falta poco
para
verlos bajo la lluvia, cuarteados por la nueva temporada,
con
los parabrisas inmóviles, frígidos escualos de goma.
Los
Transformers beben aceite ligth
y
comen un asfalto sin gluten;
eso
les da músculos a los Mustang,
traseros
sólidos a los Ford
y
videncia LCD al retrovisor del Peugeot.
La
chica de la sala de exhibiciones tiene el deseo renovado
de
una Mini Cooper
y la
amargada del celular
la
piel brillante de un Porsche
acererado.
Imagino
sus cilindros, entonces,
y el
cofre de aluminio que le cubre el pubis.
Salvador
Madrid ya había escrito algo sobre el neo porno
y
del cómo se abre una capota hasta el orgasmo
(lo
recuerdo a medias, como buen Corolla
ochentero
lleno
de fetiches y dados de felpa oscilantes).
La
chica Porsche nota mis luces rojas
y
sale de la sala a toda velocidad,
se
pierde entre los banners publicitarios sin una mueca,
diosa
indiferente,
única
aunque
hecha en serie.
F.E.
No hay comentarios:
Publicar un comentario