martes, 28 de abril de 2020

Adhemar Cereño Quevedo - Chile



Foto: Paola Scagliotti


Primero es el asombro. De los impactos sobre los cuerpos sólo distingo un aullido
de mujer. Acarreados al fuego alteran la escena del horror y esconden en sus
uniformes cuerpos de cenizas que no regresan. Otros cuantos bailan
semidesnudos la marcha de la muerte. Quiero irme a mi casa, conchetumare, le escucho
sus restos sollozando esparcidos sobre la Alameda. ¿Dónde irán los que
no aparecen esta noche? ¿Cuál es el color de una oscuridad sin ojos?
A una artista de la ilusión le ahorcaron su única presentación. 
Estación Baquedano, combinación con una línea de tortura
La tierra se hunde en el mar. Nada hay de Pacífico. De fondo la cordillera.
Cualquier pueblo de Chile. 





«Arrasaremos las carreteras» Es la única condición para arrancar de
este país. La cordillera de los Andes es un espejo. Al otro lado hay
barcos que llevan pasajeros de contrabando. En su mayoría
inmigrantes que guiados por el viento recorren Sudamérica. Llevan
en sus valijas revólveres y libros de bolsillo. Silban canciones pasadas
de moda, y en sus corazones, late absoluta la juventud.




Los Intocables

Tú escondes el vértigo en los puños
para no sentir la ferocidad de las palabras.
Los antiguos poetas son intocables.
Para escucharlos desde la muerte
debes practicar piromanía en un cuarto de antigüedades,
en las periferias de la ciudad
pero prefieres hacer turismo de aerolíneas
con escala en las piernas de tu padre,
recorrer países sobrepoblados
de policías que imitan tristes rutinas de televisión.
Se trata de hacer parar autos en la carretera
bajo una despiadada lluvia de madrugada
y estrellarse con los ojos abiertos.
Si después de eso seguimos vivos,
detenernos en las posadas que siempre hemos soñado
para advertir el fin de los días dóciles.
Retomar la autopista, colisionar una vez más
ahora contra un territorio sin mapa
en el que para siempre, permanezcamos olvidados.



Ñ


La ñ
como deformación pura de la lengua española.
Mutación gráfica y hasta fonética
accidente original de lengua, paladar, nariz.
Curtida por el canto aymara
mapuche
quechua
guaraní.
También por sus conquistadores.
Falla contenida en tu apellido
que confunde al despistado lector.
Gangosa, imperfecta, incómoda.
Tuya es la virgulilla para que seas todopoderosa
dominadora de mi habla,
letra fundamental de mi sangre.




Por aquellos días había deshabitado la piel
     y deambulaba solo
por la ciudad de las nubes fugaces.
Había extraviado mis ojos
y el lucero abrasador que me llevaba.
Había perdido mi nombre, pero eso qué importaba:
mi nombre era el nombre de un país perdido
tras las áridas montañas.
¡Oh sí! Las blancas montañas,
las cargo en mi pecho como un amuleto:
                       fueron la brújula      
mientras duró el resplandor en el valle.

El presagio vino a mí a través de un susurro de cóndores
pero yo estaba afirmado en el amor
o en lo que cree un chico de veinte años
que es el amor.

Del resto de los días
no recuerdo más,
tan sólo un rostro de wawa chola
que agarrado de mis huesos aprendió a caminar
y un par de carcajadas estrepitosas
que me arrancaron la sombra de un solo golpe.

Como un suicida arrepentido
          me aferré a un sueño oculto
y mis ardientes cumbres se enfriaron,
los pesados párpados se bañaron en un río de ciénagas,
entonces el presagio de los cóndores
se reveló vibrando en el horizonte.
Toda nuestra ternura se estrechó entre el rugido de espumas:
seremos un puente de océanos, le dije.
Y las aguas se mojaron unas con otras.
Yacerán hasta nuestra muerte
           en un canto de amor mestizo.




ndrome de Ulises

Atraviesas la cordillera de los Andes
como la última hazaña que se emprende antes de la tormenta.
La luz blanca que dibuja las cumbres nocturnas
encandila la memoria.
El vuelo de un cóndor arrasa tu pecho:
es el presagio de tu muerte y resurrección.
Atrás dejas el paisaje accidentado.
Serías capaz de reconocer cada montaña
serías capaz de reconocerte en cada montaña
como si fuera tu rostro una piedra.
La cordillera de los Andes es un espejo.
Desde ahora
se levanta sigiloso el llano
y te confundes con él hasta pertenecerle
hasta sacrificar la lengua primaria.
De fondo se oye la quietud de un río
tan inmenso como el mar,
y flotas en el fango
como barco vigilado por una noche sin faros.
Palabra por palabra el ritmo de tu canto se eclipsa:
tu diferencia es musical.
Para deshabitar tu dolor has enterrado las palabras,
aprendés el español de los gauchos.
Tu nombre es el nombre de tu patria
y en cada fisura suya resuena tu lamento
árido, como el rostro del hombre amerindio.



Cuatro años

                                                                                         Enero 2017


Como los cuatro puntos cardinales
cuatro veces las estaciones sucediéndose, fugaces
como nubes por el cielo de Montevideo.
Manos y pies con los que te aventuras
y descifras los signos de este mundo:
frágil monstruo,
llena de impaciencia por devorarlo todo.

Fuego aire agua tierra
son por ahora un juego misterioso
y de ellos son tus huesos y tus risas
tanto o más que al aliento original
que encendimos con tu madre.

Cuatro años.
Lo que dura el amor según las ciencias
el tiempo que demora en cerrarse una distancia
lo que he esperado para vengas a encenderme los párpados
y decirme: padre, ¿qué has estado soñando todo este tiempo?
¿en qué paisajes yacen tus sueños? Paisajes accidentados y andinos.
Entonces mascullo un lenguaje que te parece extraño
y siento caer tus risas desde el firmamento.
Lo único que te quedará será la poesía.
En la naturaleza, en tu memoria y en las palabras.
   

Adhemar Cereño Quevedo

(Santiago de Chile-Chile 1987). Poeta y realizador audiovisual. Reside actualmente en Uruguay. En 2011 publicó la plaqueta independiente La espesura de la glaciación. Es padre de Sofía de 6 años.

domingo, 19 de abril de 2020

Renacimiento: Los cinco sentidos de un imperio estético - Fabricio Estrada


Renacimiento: Los cinco sentidos de un imperio estético

En una de las anotaciones que Leonardo da Vinci hiciera en el denominado Códice Atlántico, se encuentra una afirmación que bien pudiera definir las búsquedas de todo el arte renacentista: “Es más digno de elogio imitar cosas antiguas que cosas modernas”. Es paradójico que los académicos se refieran entonces al Renacimiento  como el “periodo moderno temprano”, y es que la época que ahora reconocemos como Renacimiento se concentró en elevar el conocimiento clásico del mundo greco-latino a las esferas del uso práctico, creando un cambio cultural profundo que le quitaría a la iglesia su preponderancia, a pesar de ser la iglesia el principal marco referencial donde los grandes pintores, arquitectos y escultores encontraron cabida a lo que hoy es patrimonio insoslayable del humanismo.

Estos geniales artistas lograron hacer síntesis en sus obras de todo aquello que la universidad medieval prefiguró haciendo hincapié en la teología, pero que poetas como Petrarca, en el siglo XIV, comenzaban a sincretizar con el estudio de las formas poéticas de Grecia y Roma. Esa poética es precisamente la que logró atravesar el espacio condicionado de la iglesia e integrarse a la misma más allá de la moral teológica, pero para ello, necesitó codificarse en una estricta dialéctica que protegió a los artistas de ser considerados heréticos.

Los atributos que los artistas del Renacimiento codificaron se repitieron en los que nosotros consideramos los cinco temas iconogáficos de esta época: La anunciación, La piedad, La virgen y el niño -o los santos-, El descenso de la cruz y Venus, siendo esta última la que mejor sintetizó el ideal neoplatónico. Boticelli, Leonardo, Bramante, Miguel Ángel, Rafael, Giorgione y Tiziano encierran en sus nombres y obras las reglas no escritas con que todo o toda creadora que se preciara de sí misma debería orientarse para comunicar las ideas fundamentales de este inicio de la modernidad. Los investigadores del arte llaman euritmia a este enfoque científico para lograr la composición armónica en la pintura. La así llamada euritmia constaba de cinco estipulados a los que debía prestarse la mayor atención: líneas, sonidos, colores, proporciones y perspectiva.

A propósito del enfoque científico, y tomando como referencia la arquitectura renacentista, H.W. Janson nos dice: “En el renacimiento de las formas clásicas, la arquitectura del Renacimiento encontró un vocabulario estándar. La teoría de las proporciones armoniosas le dio una sintaxis que había estado ausente en la arquitectura medieval. De manera similar, el resurgimiento de las formas y proporciones clásicas permitió a Brunelleschi transformar el "vernáculo" arquitectónico de su religión en un sistema estable, preciso y coherente. El logro de Brunelleschi colocó la arquitectura sobre una base firme y aplicó las lecciones de la antigüedad clásica para los fines de los cristianos modernos. Además, su estudio para los antiguos y su aplicación práctica de las proporciones geométricas clásicas probablemente estimularon su descubrimiento de un sistema para representar formas en tres dimensiones. Esta técnica se conoce como perspectiva lineal o científica’’.

Nos llama la atención que la codificación sistémica es reiterativo en número de cinco (sea éste en forma de atributos, normativa ética o virtud teológica) ya que también la idea que se tenía de la virtud ciudadana correspondía a la ética en boga en la Roma clásica, de la cual se buscaba abrevar para lograr la perfección cívica implícita en las pinturas o esculturas. Una obra de arte virtuosa debía entonces revelar y expresar en sus temas lo siguiente: talento, determinación, excelencia, capacidad intelectual y contención.

Es obvio que quienes debían mostrar una virtud pública permanente (lejos de la esfera privada del ciudadano anónimo) eran los gobernantes, y esto en Florencia, cuna del Renacimiento, se llevó al ámbito del retrato y a la escultura de manera profusa, como representación y propaganda de un poder republicano intachable y benefactor. El mecenazgo fue clave para hacer orgánica la virtud artística con la virtud del patrón, elevando el estatus social de los artistas y, a la vez, consolidando a la élite instaurada.

Esta dinámica es interpretada de la siguiente manera por H.W. Janson: “Los patrones que encargaron a esta pequeña cantidad de hombres dotados y ambiciosos que les hicieran obras de arte. En este período se dieron cita los exigentes patrones, gobernantes, papas, príncipes y artistas innovadores. Los mecenas compitieron por las obras de estos artistas y pusieron a los artistas en competencia entre sí, un patrón que ya había comenzado a principios del siglo XV en Florencia; Las habilidades de los artistas se pusieron a prueba entre sí para producir innovaciones en la técnica y en la expresión. El prestigio de los mecenas contribuyó a que los artistas enriquecieran el prestigio de los mecenas. Lo que es realmente notable de este grupo de artistas es su dominio de la técnica”.

Y no solo Florencia fue el epicentro fundamental para fraguar esta eclosión en la historia del arte, la Roma del papado dictó las coordenadas espirituales donde los genios encontrarían una codificación más para probar su capacidad de contención (a propósito, una de las frases preferidas de Leonardo era “Movimientos simples y contenidos, fuerza simple y contenida”, un casi tantra que le sirvió para formular su concepción escultórica). De esta forma, la virgen María, tema religioso por excelencia en el Renacimiento, se abordaría bajo los -sorpresa- cinco atributos teológicos descritos en el evangelio de Lucas I-26:38: el tema de La anunciación debía tener 1 Conturbatio o turbación (“ella se conturbó”), 2 Cogitatio o reflexión (“discurría qué significaría aquel saludo”), 3 Interrogatio o interrogación (“¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”) 4 Humiliatio o interrogación (“He aquí la esclava del Señor”) y 5 Meritatio o mérito (estado beatífico posterior a la partida del ángel).
No es de extrañar que los retratos encargados a las y los pintores, se exaltara al patrón o a la patrona con el halo de santidad y severidad que la ideología católica -enfrentada en ese momento a la liberalidad en forma y fondo propuesta por la Reforma protestante- exigía para sellar, sin craquelado alguno, el destino manifiesto de los hombres y mujeres encargados de acompañar a la Contrarreforma. La piedad y la devoción cristiana se conciliaban así con la perspectiva lineal o científica promovida desde el neoplatonismo. Si bien, los retratados no se convierten en imágenes de devoción, sí logran convertirse en iconografía civil para determinar la encarnación del poder vigente, un poder que demarcaba su posición con gestos de lejanía enigmática.

Cuando este sistema estético alcanzó su cumbre de organicidad, los genios del renacimiento tuvieron la absoluta seguridad que una nueva poética había sido creada y que incluso, había defenestrado a la imaginación de los poetas. Esta poética moderna sería descrita por Leonardo en los siguientes términos: “La imaginación no puede visualizar la belleza que ven los ojos, porque el ojo recibe las apariencias o imágenes reales de los objetos y los transmite a través del órgano sensorial a la comprensión de dónde se los juzga. Pero la imaginación nunca se sale del entendimiento; ... llega a la memoria y se detiene y muere allí si el objeto imaginado no es de gran belleza; Así, la poesía nace en la mente o más bien en la imaginación del poeta que, porque describe las mismas cosas que el pintor ¡dice ser el mismo pintor!”. Con otro alarde, Miguel Ángel Buonarroti diría: “Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. Era, en pocas palabras, un imperio estético en todas sus dimensiones, dirigido por capitanes que iban construyendo su gloria a pinceladas y cinceladas. Deslumbrada ante el portento que casi veían en tiempo real, la sociedad renacentista elevó a sus mayores artistas a la estatura de genios y divinos, incluso, varios de ellos alcanzaron estatus nobiliario.

El perfeccionamiento de este sofisticado sistema estético alcanzó niveles que jamás hubiera sospechado el mismo Brunelleschi cuando se decidió a transformar el "vernáculo" arquitectónico de su religión en un sistema estable, preciso y coherente. A tal punto se llegó a desterrar la pasión pura del proceso de creación que bien podemos decir que esta revolución artística se adelantó trecientos años a la era de la Razón revolucionaria francesa y su expresión neoclásica. El estudioso del arte, Francisco Calvo Serraller, lo sugiere así: “(Rafael)… en una famosa carta a Castiglione  -refiriéndose al tópico clásico que narra como Zeuxis, cuando le encargaron pintar una Venus en Cretona, escogió las cinco doncellas más hermosas del lugar  y tomó de cada una los rasgos más bellos- indica que cuando no es posible utilizar un método semejante, se vale de otra fórmula: Essendo carestia e di buoni giudici e de belle donne, io mi servo di cena idea che me viene nella mente. Es decir, se las imagina, y con ello entra en un terreno muy perturbador, porque es el de la expresividad, el de la infección carnal: la reintroducción del deseo”.

Así pues, concluyendo, la imitación tan elogiada por Leonardo no se trató en ningún momento de una calca empírica, sino que de un preciso sistema estético donde los cinco sentidos del artista se sujetaban para crear la alquímica tensión entre el impulso natural y la técnica. Lo que bien dijera Aristóteles sobre la tragedia griega: “La tragedia era imitación no solo de acciones humanas, sino de las mejores de entre éstas”.

Piedad del canónigo LluisDesplá, Bartolomé Bermejo, retablo, 172 cm x 189 cm (1490) Catedral de Barcelona

Pietá, Tiziano Vecellio, óleo sobre lienzo, 351 cm x 389 cm (1473-1476 ) Galería de la Academia, Venecia


Annunciazione, Leonardo da Vinci, óleo y temple sobre tabla, 98 cm x 217 cm (1472-1475) Galería Ufizzi, Florencia

La Anunciación, Fra Angelico (Guido di Pietro de Mugello), retablo, 194 cm x 194 cm (1426) Museo del Prado, Madrid

La Deposizione, Rosso Fiorentino, panel, 333 cm x 196 cm (1521) Pinacoteca Comunale de Volterra, Italia

La Deposizione o Trasporto di Cristo, Jacopo Portorno, óleo sobre madera (1525-1528) 313 cm x 192 cm, Iglesia de Santa Felicita, Florencia

La Nascita di Venere, Sandro Botticelli, temple sobre lienzo (1482-1485) 278,5 cm x 172,5 cm, Galería Ufizzi, Florencia

Alegoría (Venus, Cupido, Locura y Tiempo), Angelo Bronzino, tabla, 1.46 cm x 1.16 cm, (1545)  National Gallery of Art, Londres

Vergine delle Rocce, Leonardo da Vinci, óleo sobre tabla, 199 cm x 122 cm (1483-1486) Museo del Louvre

La Madonna del cuello largo, Girolamo Francesco Maria Mazzola, il Parmigiano, óleo sobre tabla, 214 x 133 cm (1535-1540) Galería de los Ufizzi, Florencia

Referencias

-          Leonardo- El vuelo de la mente, Charles Nicholl, 2005, Taurus
-          Janson’s History of Art- The Western Tradition, H.W. Janson, Reissued edition (8th Edition)
-          Los Géneros de la Pintura, Francisco Calvo Serraller, 2005, Taurus
-          Miguel Angel – El pintor de la Sixtina, María Ángeles Vitoria, 2013, Ediciones Rialp

jueves, 16 de abril de 2020

La primera vez que vi Nueva York

Aterricé en el John F. Kennedy junto a una ciudadana china y una fiebre que comenzaba a mover mis huesos. ¿Demasiada coincidencia con el futuro que aún no presentaba su nombre de perro? La muchacha hablaba un español bastante aceptable y me preguntaba de todo respecto a Honduras. "Disculpe si molesto, pero es que soy una viajera incorregible y me gustaría conocer Centroamérica alguna vez" -me decía, y yo quería un momento de silencio para poder ver desde la ventanilla a Nueva York. Respondiéndole con amabilidad logré ver la primera imagen de aquella ciudad que me prometí conocer un día, aunque esta vez solo sería en tránsito hacia Puerto Rico. Regresaba de Tapachula, del Festival de Poesía del Soconusco, en octubre pasado. Un día antes hablábamos con René Morales y Yeraldín Obando en los amplios corredores cerveceros frente al parque, en un mediodía donde los migrantes africanos y centroamericanos llenaban cada rincón en espera de que las autoridades les permitieran seguir hacia el norte.

Eran cientos. Algunos muy aburridos y con graves necesidades. Hablábamos de la paradoja de que un hondureño -también migrante-viera desde la sombra de una cerveza a sus compatriotas que huían del país del que también yo había dejado, en otras condiciones, pero dejado, no en caravana, pero si en la multitud que fui cuando, desde la ventanilla del avión, vi la última imagen de aquella Tegucigalpa donde quedaba mi hijo. Tomé el último sorbo con lentitud y de pronto ya estaba cruzando el DF, con un frío incipiente y extraño luego de haberme encontrado con otro hondureño que, coincidencia tremenda, estuvo casado con una mujer de mi pueblo. Honduras me iba siguiendo y la alegre muchacha china seguía preguntándome si Honduras era grande o pequeña, que si tenía mar o un río inmenso; que si las montañas eran altas, que si la gente sonreía mucho. Le sonreí justo cuando miré el primer gran cementerio de los suburbios de Nueva York, el Beth David. Quedé absorto en su tamaño, calculé sus dimensiones y estaba confirmando que tenía el tamaño de una mala pesadilla cuando apareció el segundo cementerio, el Montefiore. Eran realmente inmensos y no fue la mejor imagen que esperaba encontrar de la ciudad. También vi campos de golf en medio de las interminables zonas habitacionales. Al fondo, muy en el fondo, destellaba Manhattan, absurdamente pequeña.

Lo que vi lo vi sombrío y no me agradó. Bosques de tonos café y grises, la acumulación de la gigantesca necesidad de habitar en torno al prestigio, la saturación habitacional del horizonte ¿cómo se desea vivir en esta ciudad informe? me preguntaba cuando el avión rodaba hacia la terminal y un masivo jumbo 747 de El Al-Airlines apuntaba su pico hacia el cielo israelí. Cuando llegamos a la zona de ingreso migratorio, la muchacha por fin calló y se despidió con alegría, "Prometo conocer Honduras un día" me dijo mientras me decía adiós. A partir de ese momento comencé a tener frío, mucho frío. Era fiebre y en definitiva, volé enfermo de algo que no identificaba aún. Como pude, respondí al papeleo y en medio de un dolor generalizado en todo el cuerpo, di tumbos hasta encontrar la zona de trasbordo hacia la terminal de donde tendría que regresar a Puerto Rico. Los funcionarios y empleados del aeropuerto me agradaron por su amabilidad, todo lo opuesto a los de Miami, insensibles y atorrantes ganaderos de hatos humanos. Llegué a la sala de espera y le pregunté a un policía dónde encontraba una farmacia. Pudimos conversar en un inglés que debe salirme bien con fiebre al igual que cuando tomo cerveza, y ya tenía a mano dos pastillas para intentar bajar el dolor de cabeza y el escalofrío.

Estaba ahí, de pronto con 39 o 40 grados de fiebre. En medio de cientos de personas. Recordarlo ahora me da taquicardia. Aún no ladraba el perro global de la cuarentena y yo esperaba impaciente subir al avión al igual que junto a Iris esperábamos subir a otro en Montevideo, justo en el filo del cierre de Uruguay al Covid-19 el mes pasado. Nadie me preguntó nada en Nueva York, todo fue sonrisa, amabilidad y genuina preocupación para que un pasajero como yo no perdiera su vuelo. Me pareció la gente más relajada y llena de compromiso con su trabajo. La mayoría eran afroamericanos y disfruté escuchar su jerga de serie televisiva y sus ademanes despreocupados. Ellos eran Nueva York así como el soldado White, el primer marine con el que hablé en mi pueblo, cuando los gringos querían invadir Nicaragua en 1986. White era afroamericano y era el único que se reía del robo que todo el pueblo hacía de los refrescos enlatados que se regaron de su convoy accidentado. Dos camiones llantas al cielo y la desparramada víscera de aluminio endulzándolo todo. "Pero white significa blanco en inglés ¿verdad?" le pregunté en mi masticado inglés de 12 años. "Sí, sí, lo sé... yo soy blanco" me dijo muerto de la risa. ¿and where you from? insistí. ¡From New York, of course boy!! Give me five!

Llegué a un Puerto Rico que creí tan frío como Alaska. Al día siguiente fuimos al médico y resultó que tenía chikungunya, una atrocidad que me tuvo tres semanas brutalizado y en cama. Miro las noticias que llegan del Nueva York arrasado por el Covid-19. Me pregunto cuántos entraron con fiebre al igual que yo lo hiciera. Cuántos hablaron, preguntaron y esperaron el taxi de Robert de Niro.

Me pregunto si White habrá invadido Panamá o Grenada o Irak o simplemente cumplió su tour hondureño y regresó a la ciudad que en la actualidad es la más triste del planeta. Me pregunto si la muchacha china habrá sobrevivido a la primera ola.


sábado, 11 de abril de 2020

Serge Gruzinski a la cart - ¿Para qué sirve la historia?



"Toda evocación del pasado no es pues sino una construcción y esa construcción sustituye indefectiblemente a ese pasado y, por tanto, lo borra."

"La esencia del la modernidad es la conquista del mundo como imagen concebida" (Sloterdijk)

"En el siglo XVI, mesianismos, milenarismos y expectativas de los últimos días van estructurando un ámbito imaginario en el que la progresión de la ocupación del globo va a la par de la convicción de que se aproxima el fin de la Historia. Esas creencias e ideologías nos incitan hoy a escrutar la forma en que los motores de la mundialización no obedeces solamente a lógicas económicas, financieras o informáticas sino que también reaccionan ante las geografías religiosas."

"Al entrar en la escalada de la globalización, las élites coloniales manifiestan localmente su adhesión indefectible a modelos europeos con tanto mayor fuerza y arrogancia en la medida en que ello les permite diferenciarse de las masas indígenas o mestizas."

"La historia de la humanidad se mide a golpe de grandes experiencias mestizas".

"Las retóricas de la identidad y de la alteridad que a veces han inundado la prosa de los antropólogos han terminado por contaminar otros ámbitos, y entre ellos el de la historia, por no hablar de los medios de comunicación, siempre ávidos de fórmulas en boga"

"Las fronteras del mundo occidental son objeto de controversia incluso hoy en día. Para muchos observadores, entre los que se cuenta Samuel Huntington, el mundo occidental excluye América Latina y se limita a las porciones septentrionales, francesas y anglosajonas, del Nuevo Mundo."

"El acontecimiento principal de los tiempos modernos no es que la tierra gire en torno al sol, sino que el dinero gire en torno a la tierra". (Sloterdijk)

"El tiempo de un lugar nunca es estanco. Siempre está atravesado por otras temporabilidades que lo contaminan e interfieren unas con otras. Lo local experimenta tanto la concordancia como la discordancia de los tiempos."

"Resulta difícil demoler o retirar las paredes que aprisionan lo local. Una necesidad de seguridad, una ilusión de continuidad y de estabilidad, la idea de una singularidad incomparable, una búsqueda o incluso una reivindicación de las raíces invaden y contaminan incesantemente lo local."

"El día de mañana la historia de la expansión europea en los siglos XIV y XV deberá discurrir en paralelo con la historia de los éxitos y del fracaso de la expansión china".

"En cualquier caso, también cabe considerarla para explorar las múltiples maneras de que hoy disponemos para remontar el curso del tiempo. Y es que sin duda nunca antes han proliferado tanto los pasados. Los imaginarios contemporáneos no son más creativos que los de antaño, pero la multiplicidad de los soportes, añadida a la mundialización de la oferta y la demanda, inunda el globo de pasados (y de futuros), lo que reduce la contribución de la historia al mínimo".

''Una sala de ópera no es un libro de historia, pero forma parte de los dispositivos contemporáneos que conforman nuestra relación con el tiempo".

"Cuesta trabajo admitir que el pasado es siempre una construcción, que la mayoría de piezas del rompecabezas se han perdido para siempre y que por tanto hay que inyectar indefectiblemente en él un orden cualquiera acompañado de una dosis alta, a menudo no revelada, de plausibilidad y de imaginación."





martes, 7 de abril de 2020

Samuel Trigueros - Una canción lejana


Foto: Fabricio Estrada

Samuel me ha permitido publicar esta selección de Una canción lejana, su más reciente publicación a través del sello editorial español Imperium Ediciones, Zaragoza, donde reside actualmente. El prólogo es del también poeta hondureño Leonel Alvarado, residente en Nueva Zelanda, del cual comparto un pasaje. Como vemos, esta triangulación y resonancia termina reuniendo una inmensa zona geográfica que concluye aquí, en Puerto Rico, así como Honduras se ha expandido en el tiempo de nuestra memoria.

"En este libro hay un lugar lleno de muchos tiempos; lo que lleva a pensar en aquella pregunta de Georges Poulet: “¿Qué tiempo es este lugar?” Los varios tiempos y los muchos lugares de este libro caben en un sólo lugar: una colina, que funciona como un centro narrativo y se convierte en la “imagen-relato”, de la que hablaba Pavese. La pregunta de Poulet y la búsqueda de ese espacio poético-narrativo pavesiano permiten que el universo, en términos poéticos y humanos, del libro se articule alrededor de un espacio que lo concentra.

La colina, que reaparece en muchos poemas, no es un artificio retórico, sino un núcleo poético-existencial que se va expandiendo intensamente sin desbordarse. Es, de hecho, un centro de gran intensidad, en el que la experiencia humana y el oficio de escribir reconocen sus límites. Sin embargo, no se escribe desde la cima, es decir, desde afuera de la colina, sino desde adentro. El libro se mueve entre cima y sima; entre ambas se encuentra la colina, y desde su interior surge la poesía porque en ella transcurre la vida. El libro tiene la virtud de mantener esa tensión, así como logra moverse en un espacio confinado sin agotarlo poéticamente; este, me parece, es su mayor acierto; cada vez que aparece, la imagen de la colina nos permite vislumbrar otras revelaciones, otras iluminaciones poéticas y humanas". 

Leonel Alvarado.





SÓLO UN PASEO



La carretera o el salvaje sendero de tu vida
nace en el vientre del cosmos
y se adentra en un bosque.
Ahí conoces la solemnidad
del aroma y la resina que después
serán el aguarrás
en que se han de disolver tus días.

Algo se arrastra a un lado del camino.
«Es el amor», piensas,
y ansías la mordedura,
pero el siseo desaparece
entre las hojas de hierba simbólica.

El futuro cae como una bellota a tus pies,
canta la zarzamora,
roja de espejismo, al alcance de tus ansias.

Entras en la espesura
y crees que atrás dejaste
el bingo de las circunstancias,
pero un aullido surge cuando escarbas
entre los restos de tu biografía.
Tu piel comienza a craquelarse,
crepita tu garganta,
la mariposa de la muerte
emprende vuelo nocturno por tu sangre
y choca contra la oscuridad
de todo lo que has perdido.

Estás en el camino
y te rebasan, veloces,
los ciclistas que van hacia el acantilado.
En el caparazón de la tortuga
sientes que hay una verdad impenetrable.                                                                    
Piensas en el río que te resume y te sucede,
en las dársenas donde la memoria estiba
sus fardos de melancolía,
en el taimado cocodrilo de las horas,
en las fauces donde podrías terminar
como alimento de ese ganado anfibio.

Al fondo,
miras el esplendor sangrado de la tarde.

Es el final del viaje.
No hay más.

La apresurada cinta del camino
te arrastra a la colina.





CONSTATACIÓN DE CIRCUNSTANCIAS



Lo que nos quiere acompañar
estuvo ahí desde el principio:
el término de la comedia,
la retenida piedad,
las joyas del orgullo,
el aprendido mérito de la saeta
lanzada con temor hacia el futuro.

La Gracia prevalece.
Vamos por ella, sin esfuerzo,
hasta el agotamiento de los huesos.

Toda pasión,
todo vano deseo,
todo afán sin consecuencia,
se disuelve en el paisaje.





A TRAVÉS DEL VELO TERRESTRE



Un niño borra la lección
y crea en la pizarra
unas nubes de invierno.
Leemos en ellas lo que antes
pareció encaminarse hacia la luz
y ahora yace en tierra insana.

Aquí estamos todos,
quietos al fin,
sin los pretéritos afanes,
sin poder ver los corazones apagados
a través del velo terrestre.

Ya nada es parte de nuestra voluntad.
La hierba crece
sin que necesitemos
hacer nada más que alimentarla
con el silencio en que nos deshacemos
adentro
de quienes ayer cantaban con nosotros.

Crear o destruir, se fue de nuestras manos.
No hay naves, no hay caminos.
no hay cambios de estación,
ni amor ni odio.
La sabiduría no crece ni la estupidez mengua.
Nada muda.
Aquí es donde estamos
los que hemos desaparecido.

El viento quiere lamer nuestras heridas,
esas raíces de polvo que persisten
como una red inútil de la sombra.
Tenemos larvas por tesoro
en los pulmones aplastados
y el viento no lo sabe.

Después de la tormenta
queda en el cielo una magnificencia de cobalto.
En vano intentamos recordar
(en la quietud que queda)
esa vieja lección
que un niño borró de la pizarra.





CANTA OZYMANDIAS



Desprendidos de un astro,
caímos al mundo.

No lo sabíamos.

Nuestros pasos, nuestro esfuerzo,
las ciudades que nuestras manos levantaron
(esas enormes burbujas
a las que dimos nombre de imperios y que reventaron
en el pantano transparente de los aires),
fueron tan sólo instantes del sendero
que nos condujo a esta tierra de calladas hierbas.

Polvo es lo que une las estrellas y mis manos.





ABEJA EN LA SOLAPA



Aquí
si alguien recuerda a alguien,
evoca sólo
el fotograma perdido de un aroma.

El polen de la existencia
vuela disperso por el campo.





STARBUCK

Sobre la nata brillante de los besos
está la mosca muerta del amor.

Alguien pregunta un nombre
y lo anota en el reverso del instante.





ANALOGÍAS



Mi cabeza es el cuerpo de una araña.
Kilómetros abajo, en lo indecible,
están las raíces de mis piernas
y el tarso inmóvil como un tubérculo nonato.

Habito un ciego espacio interestelar.
Como la araña,
de rama a rama lanzo mis Voyager.
La densidad del polvo es incesante.
Me vacío del ayer brillante
mientras abrazo las sombras insondables.

Mis brazos quietos son mis remos.
Las fatigas trabajan en mi sueño.
Eso es lo único necesario para el viaje.

Mi corazón es un secreto,
una amatista
en la geoda de la noche,
una pequeña gota de ámbar
que llegó hasta las raíces.





LOS FUEGOS FATUOS



Habremos de reencontrarnos
porque viajamos en círculos concéntricos.

Esa botella de agua que alzas con tu mano
está contaminada de afanes.
Bebes tu propia muerte.
Besas la calavera del amor.
El tiempo asiste como un cirujano.
Tus amigos son ayudantes del forense.
Tu hombre o tu mujer
son la novia de los enterradores.
Tu trabajo es resistir,
acumular trofeos:
por allá la cabeza brutal del ego;
de este lado la pulida cornamenta del deseo;
las perlas de sabiduría
en el cuarto estómago de la vaca;
el camafeo de las profecías al alcance de la mano;
el holograma de la satisfacción en la pared norte;
al sur, el castillo de naipes
(y el diablo junto a él);
el carné de esclavo alrededor del cuello.

La sed nos seguirá hasta el fin.
La lengua se hincha.
Las palabras están detrás.

Nuestros adioses
son una momentánea bifurcación de los caminos.

Al final se encuentra la colina,
iluminada por los fuegos fatuos.




AL FINAL



Entre otras cosas,
este oficio de escribir
ha doblegado mi columna.
Las vértebras cervicales
se curvan como un arco
del que salen disparadas las palabras.
Una de ellas atraviesa un manzano
y así me integro a su presencia;
otra
intenta llover sobre tus labios,
y cae
entre las ramas ardientes de las horas;
la más hermosa
vuela como un pájaro de oro
hacia tu corazón.
Ahí muere, sin entrar,
fría y oxidada.
Este oficio
es inservible y triste,
a veces.
Al final,
pero sólo al final,
puede que esa sea
la única y última belleza que nos quede
-este amoroso intento
de pronunciar con luz tu nombre-,
cuando cansado y gris
camine
por los jardines arrasados
y recuerde
los besos
que jamás nos dimos.




ATRAVESAR LOS LÍMITES



Llanura de silencio.
Colina de rumores.
Cada paso,
cada aliento simplísimo
es un fugitivo sin antorcha
en medio de la noche.
Las aldeas surgen a su paso
y se apagan al instante.

Todo pasa.
Las cavernas se abren
y sueltan un vaho de silencio.
Las palabras que no se pronunciaron
no lo harán jamás.
No escucharemos las voces de las llamas.
Los heridos
habrán de conservarse en la cima de su fiebre.
Ahora tocas a mi puerta.
Oyes un prolongado rumor de multitudes.
Abres mi pecho.
Entras.
Termina la batalla.





ADIÓS A TODO ESO
A Robert Graves



Menos florida, sin olivos,
sin blanco perfil de horizonte,
sin la súbita luz del mar,
sin mar,
bogando los vacíos,
he llegado al fin a la colina,
hasta la isla de mis sueños.

Un continente mayor, oscuro, he dejado
a la deriva
en la implacable marea de los días y las noches.

Esto que escribo no nace en mi costado:
vacía la urna,
en el pequeño navío de mi mano
está el cadáver transparente del pasado.

Atravesando el ruido de la estática,
llegan noticias de que estuve al frente,
mas nunca comprendí
los delirantes campos de batalla.

Nada hay que corregir.
Fue así.
Para otros el peso de todas las medallas,
para mí la paz.

Viste despojos colgando de las alambradas,
pero ignoraste la lenta despedida.

Un poco de comercio, un poco de arte,
estirar con vigor el cable de la sangre:
vanos intentos, vanos todos;
tan sólo juvenil candor,
anécdotas sabrosas alrededor del fuego.

Encima del sendero está mi casa.
Duermo junto al río Escamandro.
Aquella que se acerca,
¿se vestirá de rojo,
de púrpura o azul o de blanco purísimo? 

Ratas roerán las cuerdas de mis arcos;
mas nada importará:
la guerra habrá pasado,
la vida habrá pasado.
Solo estará y en paz al fin el anfiteatro.

En lo más alto, bajo los olmos,
las páginas sin mancha,
la silenciosa Albión,
los más callados
y respetuosos lectores que jamás tendré,
dirán tan sólo dos palabras:

hubo poesía.