Ballena de sal
A Ezequiel Padilla
Una ballena de sal apareció
muerta
en la Plaza
Central de
Tegucigalpa.
Nadie sabe nada.
La expectativa a puerta cerrada
y el miedo como piedra torcida en la mano
se abalanza sobre el crepitar de los pasos.
Rifles despuntando esperanzas,
palabras cuánticas midiendo injusticias.
Se ha levantado un triangulo de huno sobre la plaza
y perfora a cuadros el grito glacial de la multitud.
Una sustancia violenta ronda las esquinas,
hombres verduscos con bombas tragapalabras
llenan alforjas de desesperación,
cuento común para empezar el día.
Sólo seis heridos pronostico el diario;
nadie vio nada, nadie sabe nada.
Y la ballena de sal vuelta piedra
por la impotencia de rostros que siempre serán ajenos.
Tragame luna
Tragame luna
o aterrizá en este océano que soy.
Mirá que tengo la piel fosilizada de lenguas
y un abanico azul
que golpea desde mis trompas de Falopio.
He acampado en la sangre del abismo,
he provocado la suntuosa apatía por los ocasos.
Mirá que busco los ojos del sur
y llevo en las manos el paracaídas de la locura..
Escuchame luna,
la serpiente de la soledad
moldeó mi estatura rompiendo mis olas,
inyectando la dosis precisa de la seducción.
Mirá que me ha mordido desde adentro,
profundo,
vaciando los restos de la nostalgia
que se reproduce
en el inventario de las sorpresas.
Me ha dejado intacta la incertidumbre
y esta reseña de manipular los géneros
a mi conveniencia.
He volado profundo tus cielos luna,
mientras un hombre ha deletreado
mi arena más húmeda,
he comido de la catarsis de la investidura;
tragame luna
o volvete caracol,
velero,
arrecife, lo que querrás
pero volvé,
acampá,
quedate.
Escribiéndole una casa al barco
Esta casa vuela.
Su altura conjura um papalote
que se distorsiona a
la distancia.
Esta casa es un mar
y un barco también,
donde crispados,
salimos
a contemplar
los delfines mas
blancos de la locura.
Esta casa tiene un
color, un nombre,
su capitán Morgan
lanza de sus anzuelos
aurelianos peces,
espectros que
devoramos
en lo profundo de los
desvelos.
Esta casa barco se
desliza
por las olas de una
Tegucigalpa oscura,
mientras humanos
veleros,
navegan lento
dentro de botellas.
Falena Roja
una lluvia de falenas
caen muertas a los
pies del ocaso,
para que siete meses
más tarde Falena Roja
pueda renacer.
Abre sus alas, crisol
tempestuoso;
empalidece.
Demasiadas sombras
recoge el tiempo
congelándolo en sus alas.
Vuela hacia atrás con
la vista de frente,
ha vestido sus ojos
de luto,
cae furtivamente
muerta,
en un pasillo
hediondo , tapizado de peldaños.
Falena Roja es
transportada en la suela de algún transeúnte.
Prohibido olvidar
A Lucy
Después de cruzar
ciertos agujeros
atravesé la nostalgia
como se atraviesa un
suspiro
en medio de cualquier
semáforo.
Mis zapatos tienen
clavículas,
bocas que se
atragantan de pasos.
Primigenia me
apresuro,
por primera vez en
los labios
del hombre que jamás
besé.
La nostalgia esta
cocida a mano
como ese delantal que
guarda en su ropero mi madre.
En silencio comienzo
una oración
con la frase
“prohibido olvidar” .
La noche es un telón
que humedece,
un abrazo más por
ofrecer,
uno persuasivo de
adioses que no son definitivos.
Concluyo:
que los besos son
para los que aman
sin promesas ni
esperanzas.
Pequeña historia de amor
regreso a los días de
calendario.
tránsito casi
espiritual
Me remueve ese ángel
que lleva en sus angustias
cualquier mujer,
ando el vestido
salpicado de impavidez.
El amor fue como una
bisagra lista para abrirse
como mis ojos, como
latidos.
Ya asaltada en esta
razón
una mano invisible
se sumerge bajo mi
pecho.
Sacudo el resto de
espesor que dejó en mis labios
los besos de un
pasado mordaz
La amnistía no es
para los pobres y mucho menos
para los que no han
aprendido a olvidar.
Comienza abril y no
pierdo mi tiempo en recordar.
El manto de
capricornio embistió mis rótulas,
la historia quedo
arrodillada
a mitad de la puerta
Residuosueño y viceversa
Me dejo caer como
pedazo de agua en el recipiente de la nostalgia.
Sin que esto
signifique acabar de morir, desciendo,
el recuerdo es el
estigma de un puñal
que atraviesa mi
puerta todas las noches,
cuando el blanquecino
de los sueños
abre veredas en mí
y la magia de la
tarde cae como luz perpendicular
en un almendro
sonrojándolo
y entonces, llueve
sin que lo pueda evitar
sobre la niña del
letrero publicitario de mis recuerdos
y en el blanco de las
manos de mi madre.
Pero la tarde trae
también consigo
residuos de ceniza,
dejando mis labios con sabor a tumba.
Y yo empaco los
vestidos que jamás estrenaré,
me desnudo al
paisaje, en un vuelo origami desciendo,
me dejo caer,
como pedazo de agua.
Recuerdo,
sin que esto signifique
acabar de morir.
Una carta no dos
Como esos rostros que
sólo una vez logramos ver,
llegaste a pastar los
surcos de mi cabello,
argumentando con
método ortodoxo
amor prófugo nunca cae en deriva sobre la mar.
Raspé la corbata de
la incrédula que fui
y me prensé en los
labios guillotinas azules
que despedazaron mis
ultimas palabras de amor.
Desde entonces el
calendario sube en bicicleta
hacia mis parpados
dejando mi mirada
envuelta en ruedas de fuego
que lleva todo abril,
porque para entonces todo abril era todo.
Mordí los silencios
que como jaurías
se precipitaban en mi
pecho.
abriendo con sus
únzalas ranuras de la madrugada
por donde se veía
como la soledad sin tu cuerpo
me cubría parte de la
frente.
Vos tal vez pensando
en aquella profecía de mujer
que recoge caracoles
y que nunca se logra
casar.
y yo que guardaba en
los andamios de mi barco
un pedazo de tu
playa,
me di cuenta que era
demasiado tarde
para escribir cartas
que emergieran de tu amor.
Y yo que creía en lo contemporáneo
y en esas formas lúdicas
de olvidar;
ahora que lo pienso,
que buenas aquellas madrugadas
con una luz
entreabriendo mis piernas,
yo a solas, esperando
al hombre que jamás regresó.
No siempre la luna
No siempre la luna
es amuleto perfecto
de la seducción.
No siempre mi cuerpo
es caja musical;
a veces no tiene
sonido.
A ceses conjuro que
el vigor de mi padre
para que desaparezca
de los retratos,
pero los veo y me doy
cuenta
que no existe tal
cosa,
que sólo encuentro a
un hombre de aspecto asustado,
cono ojos sagaces
en miradas que ya
pasaron
y con labios
flexibles como sabanas radiantes,
cabello canoso, nariz
husmeante,
y en su frente,
el sepulcro,
de sus ocho hijos
olvidados.
Orillas
Era el pasado un tren
sin rumbo,
llevaba por embestida
la pólvora que en los
ojos de mi padre
apuntaba a su propia
soledad.
“El hombre nace para contemplar
la tierra, la cosecha, los hijos
y todas las mujeres iniciadas en ese arte llamado
amor”
Quizás mi padre, en
sus propio afán
rasgo la tierra,
mordió la cosecha,
creyó que sus hijos
eran un sueño
y amó a todas y
cuantas carabelas
que en su navegar
pausado llegaron a su orilla.
Mi padre, de manos
resueltas como arena
de dejo trepar por
unas caderas imprevistas
que lo preservaron en
sal;
pero la penumbra es
blanca y negra
y se amarillenta con
la soledad.
Mi madre guarda a
escondidas de él, una foto
donde aún emerge lo
clandestino de su propia ética,
ambos ausentes ya de
efervescencia,
andan los pasos
tersos por tanto roce con las despedidas:
se ven,
a tientas parpadean
un Morse de amor naufrago,
pero hoy ya es martes
y, hace cuarenta años
que mi padre no ve el
mar.
Hay quienes me han dicho
hay quienes me han
dicho
que le amor fallece
de fiebre los domingos.
En lo personal, lo he
visto fallecer los lunes, martes,
miércoles
y todos los días de
estas semanas punzantes,
en las esquinas, en
las bibliotecas desoladas;
pero también lo he
visto quedito, tímido,
en el sueño fugaz de
los adolescentes.
Procuro desenredar
esa apatía
que no tiene nombre
ni título, tan sólo es,
y que se pega como
chicle en todos mis pasos,
y sus avenidas,
vueltas y trabalenguas
me hacen descubrir la
vida
y a cada encuentro es
como un suicidio,
o como un abigarrado
sentimiento de culpa.
Para entonces los
versos
se anclan como
postales en mis ojos.
El amor es muy
extravagante en estos días,
mejor hablemos de
déficit, impuestos, globalización;
al fin y al cabo, al
amor, no le importan las despedidas.
Fábrica de inmigrantes
Poetas probetas
formulan una profecía acústica, limitada.
La soledad sin astucia
es la soledad asustada,
y los retro avisos son retos invictos.
Mejor armemos un complot
para desarmar una parábola
y los inmigrantes con nombre de Azucena,
coral petrificado:
Luís montaña desolada
donde los guardabarrancos van a morir,
Antonia besa la pálida frente de sus hijos,
Guillermo empuña un Fusil oxidado,
deambula como espectro en el panajachel
con sus ojos de locura.
Claudia sueña que un tiburón blanco,
jalonea sus rizos desde un país distante
y Honduras amanece hundido en los ojos de Claudia,
ella dora su piel en un Miami colorido
mientras, heme aquí,
dorando mi piel de inflación y tristeza
y la piel de los indigentes se dora de abandono,
por el acumulamiento de promesas perdidas
en los noticieros cirqueros,
noticieros con sus industrias de indultos,
noticieros y sus mentiras prolongadas,
noticieros sonrisa, mueca,
carcajada,
noticiero utopía,
noticiero palabra plastificada,
noticiero bendición de farsantes.
Y mientras los noticieros promueven la objetividad,
los inmigrantes salen de sus trabajos
con un candado que les aprieta las rodillas,
masticando hellos
y se van, tarareando en sus mentes
el himno de aquel país
prácticamente olvidado.
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