XI
Y de nuevo la lluvia acariciando el barro
rojizo de los tejados. Humedeciendo los secos líquenes, lavándoles el polvo. La
luminiscencia metálica del zinc es abofeteada. El golpeteo lentamente se
extingue: no soy del todo consciente, algo en mí, cree que ha comenzado a morir,
y no temo. Percibo una indescriptible placidez al abandonar la conciencia de
las cosas, la extinción de las formas, y el acabose de los pensamientos.
Amanece; abro los ojos, y pienso que la
muerte debe tener algo de dulzura, robada al sueño.
XIV
El polvo sólo es un largo bostezo que
perdió el delirio de acercarse al mar. Las zanjas eructan sopores y nublan las
miradas que interpretan los caprichos de las nubes. Un viejo encino muere
recostado en una cerca. Nadie logró ahuyentar la tristeza de los jardines.
Los pájaros la llaman, la lluvia no llega.
XXII
Las aguas reivindican el viejo andar sobre
los zanjones. El polvo solamente es un recuerdo terracota untado a los
barrancos. La sequía persiste en el fósil corazón de una roca atrapada por la
lluvia. El agua
cincela la memoria
colonial del calicanto;
lima, desdeñosa, la persistente raigambre
del estuco. Tiemblan
dos gotas presumiendo ser
estrellas en el universo de una telaraña. La bruma lame
el paisaje. Una hoja de papel sueña ser barquito sorteando la corriente. El
maíz moja sus pistilos y rememora la génesis - casi olvidada- del hombre. Los cercos
de púas son cuerdas ejecutadas por las manos del viento. Los árboles, ebrios,
tambaleantes, olvidan la profecía escatológica de la ceniza y el carbón. Se
nublan cristales, espejos y miradas. La tormenta impone silencios.
Las aguas, reivindican su viejo andar en
los indescifrables misterios, de lo que callamos.
XLVII
Habitamos en una pesadilla de la que
pataleamos por despertar, o una realidad de la que quisiéramos escabullirnos en
un dulce sueño. Envejecemos, donde a veces, con frecuencia, nos cuesta
determinar si somos víctimas o victimarios, si debemos gritar o que lo haga el silencio,
si salir a la calle desangrándonos por las aceras o morirnos de impotencia en
la pasividad de la sombra del tamarindo en la esquina del patio. No esperar
trompetas ni el ruido inflamable de un infierno vivido. Esperar a que nuestros
despojos se junten, y que los petulantes dioses vuelvan a ser creados en la
memoria sobreviviente del hombre (no de la mujer), para que ellos, patriarcas,
omnipotentes, omnipresentes y omniscientes, después, libres de culpas y
pecados, con sus varoniles manos vuelvan amasar nuestros barros para que
-nuevamente- tengamos la certeza que nos crean a su inmaculada imagen y
semejanza, y que nosotros, simples mortales, sometidos a su eterna voluntad,
nos volvamos a creer el cuentecito.
EL PRELUDIO DE LAS CENIZAS
“La muerte es una
vida vivida. La vida una muerte que viene”.
J. L. Borges
Un leve augurio susurra a mis cansados oídos
en esta habitación clandestina.
Los quejidos
arrancados por las llamas a la leña en la chimenea
y el olor de la resina sacrificada en incienso
traen consigo un presentimiento fatal:
Este intenso fuego pueril
con el que ahora me abrazas,
más temprano que tarde
me convertirá en simples cenizas.
EVOCACIÓN CORPÓREA
“En la circunferencia,
el comienzo y el fin coinciden”.
Heráclito
Reconozco
el olor de mi arcilla
levitando en la primera lluvia de
mayo.
Símbolos
nos retoñan por todas partes,
se
nos convida la reminiscencia del agua en la génesis del todo,
y
una gota de lluvia
resbalando
sobre la hoja de un árbol cualquiera
no
solo perpetúa esta procedencia del barro
sino
la impostergable necesidad de retornar a él.
EL MILAGRO DE LA
MULTIPLICACIÓN
“En la lucha de uno y el mundo,
hay que estar de parte del mundo”.
Franz
Kafka
Los
sábados por la mañana
saco
a asolear mis dudas,
espero
con fe
a
que los vecinos me ofrenden respuestas.
Lo
triste ocurre por la tarde,
al
ir a recogerlas, las dudas,
se
me han multiplicado.
MEDIANOCHE
A estas horas suelo ser silencio.
Los ruidos no llegan a mis oídos,
nacen y mueren en mí.
El universo:
una aletargada afonía
apenas rota
por el insidioso gorjeo
de un guecko.
Alex
Darío Rivera M.
Alex
Darío Rivera M. (Santa Bárbara, Honduras, 1975). Licenciado en Ciencias
Sociales. Poesía: "Introspecciones extintas" (2008), "Desde los
balcones" (2011), "Mortem" (Ciudad de México y El Salvador,
2017), y “La lluvia no llega” (Muestra poética, El Salvador 2019). Y el libro de microhistoria
"SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha" (2015). Cuento: "De fugas y
acechanzas" (2012) y "Recuentos a media luz" (2013). Antologado
en "Honduras, sendero en resistencia", "Poetas en los confines",
"Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño", "Antología del cuento
hondureño Siglo 21", "Tratado mesoamericano de libre poética: ecos
náhuatl Honduras-México" y en "Letras sin fronteras II". Parte
de su trabajo se ha traducido al vasco y al rumano.
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