Un bartender
es funcionario de la aduana más movida en el tránsito humano. No pide
pasaportes de ningún tipo, cartas de recomendación, invitaciones oficiales, al
contrario, siempre da y escucha la polifonía del silencio, porque todos hacen
como que hablan pero en realidad, el bartender sabe que vienen a él para llenar
su silencio de un solo trago.
Has aprendido las
conductas:
si
esperan una chica
buscarán la última mesa junto a la ventana
si esperan a su sombra
buscarán la última mesa junto a la ventana
si esperan a su sombra
buscarán la barra
Un
francotirador aviva la llama del bartender, y Paola lo sabe ahora, porque en su
momento supo disparar hacia las sombras cuando las tuvo a su alcance, implacable,
calcó la paciencia y precisión del dolor, la nostalgia, el suicidio, la
conspiración de los tristes, el contrato de la carne y de lo efímero, el gran
carnaval que Dionisio trajo en su despedida.
¿Quién recoge
las cenizas del bonzo silencioso que se
inmola en un rincón del bar? El bartender. ¿Quién encuentra las madrugadas que
se fueron rodando bajo la mesa con retinteo metálico y devaluado? El bartender. ¿Quién
recibe las hurañas propinas que deja la soledad? El bartender, por supuesto. En todo el poemario vamos siendo testigos de
una paciencia infinita decidida a detallar la celebración íntima que cada uno
de los clientes trae para compartir en esta tierra de nadie, esta zona franca
de la locura. Como Panero lo dijo, Paola reivindica el derecho a la locura, el hecho de que hay poetas con suerte y poetas que no la han tenido nunca, porque
hacer un poemario sobre la fauna y flora que llegó a Rayuela en los tiempos que
Paola y Dennis estuvieron detrás de la barra, es negar – y sublimar a la vez-
las duras jornadas del desamparo económico en que el azar y la frustración impusieron su dinámica. Así es
que la fortuna fue contar con el temple que la poesía auténtica sabe dar a sus
elegidas junto al arqueo de caja que solo la locura puede asumir como riesgo y
fe.
Leer
Bartender, de Paola Valverde, es entrar a un mundo dentro del cual todos y
todas estamos en deuda y a la vez perdonados, porque al entrar en él ya pagamos
el precio de habernos convertido en personajes de una poesía delirante que
elevará a consigna la épica de los solos.
Fabricio Estrada
San José, Costa Rica
18-4-15
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