viernes, 27 de diciembre de 2013

Ratas a cada rato

Rótulo de la Coca-Cola en el barrio El Reparto por Arriba, desmantelado por ladrones hace unos días.

Arriba está plagado de ratas, amigo, corretean por el entrecielo , ahí donde guardamos algunas cosas viejas que nos significan o definen, puras cosas simbólicas como una silla de bebé que fue tuya hasta que no dio más, unas gavetas sueltas como muelas de una prótesis dental de la abuela, los carcomidos baúles, en fin, las ratas se están comiendo todo (el reparto es por arriba) como todo Estado fallido suelta el tipo de ratas que podás imaginarte. Se llevan todo y ya van a caer  por aquí, la vajilla pública fue saqueada, las tapas para las cloacas pues, las redondas tapaderas de hierro colado donde se graba que eso pertenecía a una institución de algún país que fue o que es pero en otra dimensión. Se llevarán los pernos de los puentes, los medallones conmemorativos a poetas desconocidos, las aldabas de las puertas, las puertas sin aldabas, los barrotes de las ventanas que no impidieron el saqueo... todo será desmantelado y reutilizado como una rarísima caricatura de Roma...

Mirá amigo, esas letras de la coca-cola eran luminosas y casi nos daban el toquecín de Hollywood o de una navidad sin tregua. Vos te venías viéndolas desde que ibas llegando al centro y te daban una ganas de asombrarte y te asombrabas pero como con pena, la cosa es que ya no están, las desguazaron como todo lo demás que está mal parado y descuidadito. Aquí si no te ponés vivo te llevan la pared en la que te apoyás, el bote plástico del que bebés coca-cola y que los pepenadores ya te reclaman impacientes. Ponete vivo, las ratas hacen un relajo y ya bajan por las gradas, amigo, podés verlas haciendo una cadena de un parque a otro y al final de esa cadena -donde se pasa todo lo que se desmantela- hay un policía, un políticón o un ministro rata que también se goza de lo que ve pasar ante sus ojos chiquitos. Tegus queda bien, nos dijeron, Tegucigalpa es una palabra muy larga y hay que quitarle unas cuantas sílabas... al parecer, Tegucigalpa estaba escrita con hierro... hierro que ya fue arrancado, negociado... fundido.

Escudo de la República Federal de Centroamérica, estatua de Morazán, expoliada hace un  par de semanas, Plaza Central.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Palabras a Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito

Las palabras a continuación, son las que ofrecí en la presentación del nuevo poemario de Carlos Ordóñez, el jueves pasado, evento celebrado en el CCET.

De izq. a der.: Santos Arzú Quioto, Carlos Ordóñez, Fabricio Estrada, Pavel Núñez.

Al fin conozco a alguien con quien viajar al verdadero sur. Un poeta que ha encontrado los signos de esa desolación hondureña que baja hasta el Pacífico, se hunde en él y crea un lenguaje submarino.
Al fin, por lo tanto, conozco Orocuina -marchita ocarina perdida entre viejos tesoros- y su melodía no es dulce más allá de los silbidos que producen los tallos tiernos al reventar, abrasados por el fuego.

Cuando Carlos me pidió acompañarle esta noche no había leído los textos que ahora, ya reunidos, adquieren el nombre de Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito, pero sentí que toda esa paciencia y meticulosidad de Carlos sólo podía dar como producto un poemario de este nivel, con toda la estructura que le da a la poesía el salto hacia la literatura.
Cuando Willian Faulkner comenzó a trepanar en el sur profundo estadounidense, muy pocos le dieron crédito al tomar como crisol y arquetipo una zona geográfica alejada de los centros neurálgicos de la modernidad y su oro resplandeciente. Sin embargo, fue en Faulkner donde esa nación encontró su abisal humanidad y sus entrañas descubiertas. Así en Carlos y su poemario Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito, el lenguaje calca ese otro fantasma que Juan Rulfo quiso llamar Comala pero que Carlos identifica con Orocuina y los ojos de sus antepasados, unos ojos que se han quemado por una luz más intensa que el sol sureño: la palabra, la palabra poética que desnuda la pobreza y sublima el pavor al olvido.

He leído Disturbio en el fragmento 119 de Heráclito como una delicada conversación entre presencias dentro de una zona geográfica que avanza, como todo desierto, sílaba a sílaba, guijarro a guijarro hasta cubrir todos los puntos cardinales del verdadero país que somos: el país de la ausencia.

El sur profundo de lo que somos ya tiene quién nos lleve de la mano hasta sus jícaras deslumbrantes.

"Estas cosas se saben ciertas, movimientos celestes, aspas de niebla en el raíl del recuerdo, láminas de viento que siegan la orfandad. He aquí la esclavitud, sus fístulas en las superficies de la sed, la más callada invocación al barro. Esto es lo sagrado, un don, tesitura del habla que predica el polvo de la edad. La belleza es el sueño de una tarde, el sur, donde descansan los hombres que liban las colmenas de lo invisible".

Fabricio Estrada
19-12-13

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Sur del mediodía, una reseña de Héctor Efrén Flores



Sur del mediodía*

El sur tiene siempre fronteras con otro sur
y los pájaros lo saben
y no descansan hasta dar con él.
F. Estrada

Voy de nuevo en esta colección de comentarios que voy llamando Chiapas en el regreso. Ahora le toca el turno a Sur del Mediodía, una colección de versos del ya conocido poeta hondureño Fabricio Estrada. Una colección de versos que se presta para la lectura en ruta, que se pueden imaginar verdes y que permiten que se confabulen extraños amores.

Siento que Fabricio merece mejor trato, y no es que no lo tenga, con eso de la poesía. Sus versos, la mayoría sin ligerezas, son una clara muestra de madurez, de asumirse, de despojarse, de hacerse ver en letras y contextos y desde ahí contar otras versiones de las versiones que salen sobre nuestro sur y la dureza del norte que se osa en reclamarnos suyos. Sus versos cantan a la vida y a la esperanza, al amor aún y cuando le amenaza la desesperanza.

Fabricio es capaz de ver la dulce arenilla de la caña creando silabas en su ventisca, yo apenas y soy capaz de sorberla en la sangre que me aerodinamiza, por eso su poesía es blanca y negra, dulce y amarga, de aquí y de allá. Poesía para todos y todas. Es capaz de quedarse sin aire, de estar en la inmensidad, de ver en este su sur el Everest imponente del mundo. Y perder el oxigeno y quedarse sin asombro… desollado… al lado del mundo entero.

Él puede ser un pájaro siguiendo el sur de la misma manera que es un libertario imaginando su patria en muchas y buenas manos. Adjunto, izquierdo, leído… Fabricio es conocedor de su tierra, enamorado deella y por eso la ve en cada paso que se da hacia el norte, en cada sueño que se derrumba en ese camino, y en todo eso que, más allá de la bestia descarrilada, descarrila la patria Latinoamericana. Cuando lean Sur del mediodía sabrán de que habló. Conocerán la Sabana Grande en la que retrata su mundo, y el mundo que se construye desde ese terruñito inmenso que se abre en sus ojos.

En este poemario, el otro de muchos otros por venir, Fabricio nos invita a que viajemos, que busquemos en el mundo sin fronteras el mundo real. A ser libres y dejar huellas, hacer bitácoras de andares y a no dejar que nos hagan ir en latas, como modernismo enlatado. Nos invita a ser como esa especie de pañuelo al que el viento le da caprichosas formas y le deja ser y hacerse.

Vamos a leerlo que no hay muchos, creo leer en algún medio por ahí, que es  una versión limitada, por eso digo que merece mejor trato, porque la poesía de Fabricio,  como la de Sosa y Juana la loca, ya no pueden seguir siendo poesía limitada, tiene que volverse poesía desde el mundo, para el mundo y, de ser posible, con este mundo y sus habitantes.

Chaco de la Pitoreta
(Héctor Efrén Flores - Tocoa, Honduras)

*Sur del mediodía fue publicado en México, por la Editorial independiente Public pervert del poeta René Morales.

martes, 17 de diciembre de 2013

Disturbio (Carlos Ordóñez-Honduras), Los fusibles fosforescentes (Alfonso Fajardo, El Salvador)

 He aquí dos poemarios que deben leerse. Conozco de primera mano el tiempo acumulado en ellos y la vida vertiginosa que los puso en conjunción. Carlos, por un lado, ha llevado su texto por todos sus viajes y, en ellos, ha tenido la enorme felicidad de conocer a poetas que han echo eco en su libro. Es un poemario, podría decir, que se debate entre sus estaciones en el Amazonas, Río de Janeiro y Madrid. Alfonso, por otro lado, ha esperado que los Fusibles fosforescentes vuelvan a tomar cuerpo y relanzados en una edición que honre la ya publicada luego de ganar el premio de poesía centroamericano de Quetzaltenango. Sus textos, resumen, a mi parecer, toda la intensa urbanidad de pos-guerra en El Salvador, el desgarre de una generación que debió sobrevivir al silencio estruendoso y a los señalamientos trasnochados de intimismo "no combativo". Aquí hay lucha, aquí, hay una lucha de enorme carga energética.
El jueves estaré en la presentación junto a Carlos Ordóñez, y ya quisiera moverme mañana hacia San Salvador para acompañar a un poeta para mí entrañable. Un hermano.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Stephen King: siento verguenza de ser estadounidense


Stephen King ha escrito cerca de 50 novelas y ha vendido más de 300 millones de ejemplares. El autor de Carrie (1973) y El resplandor (1979), el libro que Stanley Kubrick y Jack Nicholson convirtieron en una memorable película, es seguramente el escritor vivo más popular del mundo. Símbolo y metáfora de la cultura pop estadounidense, King es, sin embargo, un tipo absolutamente humilde, un histrión tierno y simpático que tiende a minimizar su talento de escritor y que se toma el pelo a sí mismo sin parar, en un ejercicio que a veces parece sano y otras parece rozar el masoquismo.
Acaba de pasar por París por tercera vez en su vida para promocionar su última novela, Doctor Sueño (Plaza & Janés), que es una especie de secuela o pieza separada de El resplandor. Alojado en el lujoso hotel Bristol, ha paseado por la ciudad, ha dado una rueda de prensa masiva, ha hecho reír a miles de lectores en el inmenso teatro Rex, donde acababa de tocar Bob Dylan, y no ha parado de firmar ejemplares y de hacer amigos contando anécdotas y riéndose de su sombra. El autor de Misery ha contado que llevaba 35 años preguntándose qué habría sido del protagonista de Doctor Sueño, que no es otro que Danny Torrance, el niño que leía el pensamiento ajeno y que sobrevivía a duras penas a los ataques violentos de su padre alcohólico y abusador, Jack Torrance, en aquel hotel triste, solitario y final donde transcurría El resplandor.
Danny tiene ahora casi 40 años, le pega al trago como papá, acude a las sesiones de Alcohólicos Anónimos y cuida a ancianos que están a punto de morir. De ahí el título de una novela que es un compendio del potente universo de King: hay vampiros que comen niños para alimentarse, gente con poderes paranormales, tiroteos, rituales satánicos y sesiones de telepatía intensiva. No se pasa un miedo cerval como en El resplandor, pero es una muy legible novela de acción.
En un reciente artículo publicado en The New Yorker, Joshua Rothman ha explicado que King es el principal canal por donde fluyen todos los subgéneros de la mitad del siglo XX: ciencia ficción, terror, fantasía, ficción histórica, libros de superhéroes, fábulas posapocalípticas, western, que luego traslada a su pequeño reducto de Maine, el remoto Estado del noreste de EE UU donde vive, poblado por 1,2 millones de personas.
La prueba de su influjo en la cultura estadounidense son el cine y la televisión, que siguen rifándose sus historias. Aunque a los 65 años King sigue insistiendo en que lo que escribe no vale gran cosa, cuatro décadas de oficio y una legión de lectores en todo el mundo han acabado convenciendo a una parte de la crítica y a algunos compañeros de profesión de que su literatura pensada para entretener a la América rural pobre tiene más interés, sentido y calidad de la que él mismo cree.
En 2003, King ganó la Medalla de la National Book Foundation por su contribución a las letras americanas, un año después de que lo hiciera Philip Roth. Aquel día, el escritor Walter Mosley destacó su “casi instintivo entendimiento de los miedos que forman la psique de la clase trabajadora estadounidense”. Y añadió: “Conoce el miedo, y no solo el miedo de las fuerzas diabólicas, sino el de la soledad y la pobreza, del hambre y de lo desconocido”.
Pero sobre todo lo demás, King es un personajazo. Fue hijo de madre soltera y pobre, mide casi dos metros, es desgarbado y muy flaco, tiene una cara enorme, habla por los codos, no para de decir tacos, se ha metido varias cosechas de “cerveza, cocaína y jarabe para la tos”, toca la guitarra en una banda de rock con amigos, tiene una mujer católica “llena de hermanos”, tres hijos, cuatro nietos, una cuenta llena de ceros, ha pedido al Gobierno que le cobre más impuestos de los que paga, adora a Obama, odia al Tea Party, hace campaña contra las armas de fuego y es una mina como entrevistado: rara vez se olvida de dejar un par de titulares por respuesta.
¿Así que no le gusta venir a Europa? Vine una vez a París con mi mujer en 1991, y otra a Venecia y a Viena en 1998 con mi hijo; esa vez pasamos una noche por París, pero fuimos a ver una película de David Cronenberg. En Europa paso vergüenza: no hablo otra lengua salvo el inglés, y no me gusta ir dándomelas de celebridad. Prefiero un perfil bajo. Yo vivo en Maine, en un pueblo pequeño donde soy uno más. Cuando vengo a París soy la novedad, nadie me ha visto antes; allí llevan viéndome toda la vida y les da igual; soy el vecino.
¿Y por qué tiende a infravalorarse? Lo contrario de eso sería llamarme Il Grande, que sería lo mismo que llamarme El Gran Gilipollas.No quiero ser eso. Quiero ser tratado como una persona normal. Los escritores tenemos que mirar a la sociedad, y no al revés. Si mis editores me dicen que venga a París, es porque quieren vender libros. En las ferias de América trabajan chicas como gancho: se ponen en las puertas de los locales de striptease y mueven un poco el culo para atraer a los clientes. Aquí yo soy el que mueve el culo. En casa estoy en mi sitio, en la silla justa, escribiendo. Es ahí donde debo estar.
¿Qué se siente al haber vendido 300 millones de libros? Lo importante es saber que la cena está pagada, el número de copias que vendes da igual mientras sean suficientes para seguir escribiendo. Adoro este trabajo.
¿No siente orgullo? No sé si es orgullo, pero me hace feliz saber que mi trabajo conecta con la gente. Crecí para contar historias y entretener. En ese sentido creo que he sido un éxito. Pero el día a día es mi mujer diciendo: “Steve, baja la basura y pon el lavaplatos”.
¿Se siente maltratado por la crítica? Al principio de mi carrera vendía tantos libros que los críticos decían: “Si eso le gusta a tanta gente, no puede ser bueno”. Pero empecé joven y he logrado sobrevivir a casi todos ellos. Muchos críticos saben que llevo años tratando de demostrar que soy un escritor popular, pero serio. A veces es verdad que lo que vende mucho es muy malo, por ejemplo 50 sombras de Grey es basura, porno para mamás. Pero La sombra del viento, de Ruiz Zafón, es bueno, y Umberto Eco ha sido muy popular y es estupendo. La popularidad no siempre significa que algo sea malo. Cuando leo una crítica muy negativa, me callo la boca para que el crítico no sepa que lloriqueo. Pero siempre las leo porque quiero aprender, y cuando una crítica está bien hecha, te ayuda a saber lo que hiciste mal. Si todos dicen que algo no funciona, te puedes fiar. En todo caso, la mejor réplica a una crítica la hizo un músico del XIX cuya ópera fue demolida. Le escribió una carta al crítico diciendo: “Estoy en la habitación más pequeña de mi casa. Tengo su crítica delante, y muy pronto la tendré detrás”.
¿Cuándo decidió ser escritor? Sabía lo que haría a los doce años. Escribir nunca ha sido un trabajo. Llevo 54 años haciéndolo y todavía no puedo creer que me sigan pagando por esto. ¡De hecho, no puedo creer que nos paguen a los dos por estar haciendo esto!
Yo tampoco. ¿Es verdad que tuvo una infancia un poco ‘Oliver Twist’? No tanto. Mi padre se fue de casa cuando yo tenía dos años y mi madre trabajó muy duro para criarnos a mí y a mi hermano. Lo que más siento es que murió de cáncer antes de que yo tuviera éxito. ¡Me habría gustado tratarla como a una reina! Mi primera novela, Carrie, se publicó en abril de 1974, y ella murió en febrero. Al menos recibí el adelanto y eso sirvió para cuidarla bien. Llegó a leerla y le gustó, dijo que era maravillosa y que tendría mucho éxito.
¿Heredó de ella la imaginación? No, el sentido del humor. La fantasía y la escritura las heredé de mi padre. Solía enviar relatos a las revistas ilustradas en los años treinta y cuarenta, aunque nunca se los publicaron. Adoraba la fantasía, la ciencia ficción, las historias de terror. De pequeño encontré en casa una caja llena de libros de Lovecraft, de Clark Ashton Smith; fue como un mensaje suyo lleno de cosas buenas.
Es un hombre hecho a sí mismo, con conciencia social, que pide pagar más impuestos de los que paga. Todo el mundo debería pagar impuestos según sus ingresos. A mí me gusta pagarlos solo para buenas causas, y no para sufragar guerras en Iraq, que fue la más estúpida del mundo. En ese sentido, encarno el sueño americano, aunque sin un Cadillac.
También hace campañas contra la venta libre de armas. ¿Una causa perdida? El problema no son las escopetas de caza. El 70% de EE UU es rural, y no tengo problema en que la gente cace ciervos y se los coma. Tener revólveres en casa tampoco me parece mal, yo mismo tengo uno, descargado y lejos del alcance de los niños. El gran problema, lo que me pone fuera de mí, son las armas semiautomáticas. Pegan 40, 60 u 80 tiros seguidos, como la que se empleó en la matanza de Connecticut. Es vergonzoso que se vendan, pero el lobby de la Asociación Nacional del Rifle trabaja para los fabricantes de armas y se basa en la fantasía de que EE UU es como hace 50 o 60 años. Dicen que las muertes de niños son el precio a pagar por la seguridad. La cultura pistolera forma parte de la cultura americana, pero odio eso, me repugna. Luego dicen que por qué nunca vengo a Francia o Alemania: porque son civilizados, y yo siento vergüenza de ser estadounidense. Amo a mi país, pero está lleno de basura.
Háblenos de Danny Torrance, el niño de ‘El resplandor’, que ahora vuelve en ‘Doctor Sueño’. Al final de El resplandor, era 1977, Danny tenía cuatro o cinco años, porque escribí la novela en 1976, durante el bicentenario, cuando era presidente Ford. Al principio de Doctor Sueño tiene ocho años. Durante 33 años, ese niño ha estado en mi cabeza. Me preguntaba qué sería de él, si seguiría o no manteniendo ese talento, el resplandor de leer los pensamientos de la gente. Creció en una familia terrible. Su madre malherida sobrevivió de milagro a la paliza de la mesa del comedor, y el padre, Jack, era alcohólico, como yo… Sabía que Danny debía seguir estando rabioso con el mundo, porque su padre era un canalla que abusaba de ellos. La rabia es el centro del libro, de Jack a Danny hay una generación marcada por la rabia.
¿Usted bebía mucho entonces? Cuando escribí la novela, muchísimo. Pero ya sabe, los escritores tenemos que hablar de lo que conocemos.
…¿Qué tomaba? Tomaba mucha cerveza.
Eso no es tan duro… Es que me tomaba una caja diaria, 24 o 25 latas…
¿Con otras sustancias? No en ese momento. Luego sí, tomé todo lo que pueda imaginarse. Cocaína, Valium, Xanax, lejía, jarabe para la tos… Digamos que era multitoxicómano. Lo malo es que entonces no había programas de ayuda, e hice de Jack un alcohólico peor que yo. Se intentaba curar la adicción por las bravas y era peor. Ahora he intentado equilibrar eso en Doctor Sueño pensando qué habría pasado si Jack hubiera tenido ayuda. Así que metí a Danny en Alcohólicos Anónimos.
Aquella novela supuso que le etiquetaran como un narrador de historias de terror. ¿Le molestó? La gente, y sobre todo los críticos y los editores, adoran las etiquetas, les gusta meter en jaulas a los autores, ponerles en una carpeta. Para los editores es como vender comida: este escritor os dará judías verdes; este, terror; este, chocolate. No me parece mal. Cuando salió Carrie, tenía dos novelas más escritas, y le pregunté al editor en Nueva York cuál prefería, una de un secuestro más literaria, Blaze, u otra de terror, Salem’s lot. Y él me dijo: “La segunda será un best seller, pero si sacamos la de terror, te encasillarán”. Y yo le dije: “Me importa un carajo si paga la cuenta del supermercado. Mi mujer me llama cariño; mis hijos, papá; mis nietos, abuelito, y yo me llamo Steve. Me da igual cómo me llamen los demás”.
¿Ha pensado en qué lugar de la literatura estadounidense quedará Stephen King? Es difícil saberlo. No sé si hay vida después, aunque no creo. Pero si quedara algo similar a la conciencia, lo último que me preocuparía es saber si me lee o no la próxima generación. Dicho esto, cuando los escritores mueren, o sus libros se siguen publicando, o desaparecen. La mayoría desaparece. Quedan solo algunos, y esos son los importantes: Faulkner, Hemingway, Scott Fitzgerald, olvidado cuando murió y rescatado más tarde. En español, Cervantes, García Márquez, Roberto Bolaño, esos quedarán. Bolaño sabía tragar drogas y beber. Pero también sucede que queda la gente más rara: de Stanley Gardner, el autor de Perry Mason, quedó muy poco; pero no quedó nada de John D. McDonald, que era estupendo. Y apenas nada de John M. Cain, pero sí de Jim Thompson. Y, más extraño aún, queda Agatha Christie… Es decir, nunca sabes quién va a perdurar. Creo que los escritores de fantasía tienen más posibilidades de quedar. Y creo que, de mis libros, resistirán El misterio de Salems’ lot, El resplandor, It y quizá La danza de la muerte. Pero no Carrie. Y quizá también Misery. Esos son los imprescindibles para la gente que los leyó, pero no estoy nada seguro de que la gente siga pensando en mi trabajo cuando palme. Quién sabe. Somerset Maugham fue muy popular en su día. Ahora nadie lo lee. Escribió grandes novelas. Alguien le preguntó por su legado, y dijo: “Estaré en la primera fila del segundo rango”. Dirán eso de mí.
¿Ve cómo prefiere militar en segunda división? Cuando estás dentro del negocio, sabes bien cuál es tu nivel de talento. Cuando lees a un escritor bueno, piensas: “Si yo pudiera escribir así”, notas mucho la diferencia entre lo que haces y lo que escribe gente como Philip Roth, Cormac McCarthy, Jonathan Franzen o Anne Tyler. Hay muchos muy buenos.
¿Sigue leyendo mucho? Todo lo que puedo, cada día, aunque veo mucha tele. Y escribo todos los días, acabo de escribir una cosa sobre Kennedy para The New York Times. Este oficio es una pasión. Más que vivir de ella, me gusta practicarla. Preferiría estar escribiendo ahora en vez de estar aquí.
Ya acabamos. No, si es usted un tipo estupendo, pero es que las ideas me vienen sin querer. Esta mañana íbamos en el coche, nos paramos al lado de un autobús donde iba una mujer sentada y pensé: ¿Y si ahora sube un tipo y le corta el cuello? Será un cuento corto, aunque eso nunca se sabe; Carrie iba a ser un relato también y acabó siendo una novela. Lo importante es esa pregunta: ¿qué pasaría si…? Ese es el motor de mis historias.
Y luego acaban en el cine o en la tele. Sí, mucha gente va al cine en el mundo y eso ayuda a hacerte popular. Pero al final todo da igual, porque un día te encuentras con gente por la calle que te reconoce y te dice: “¿Eres Stephen King? Tío, me encantan tus películas”, y otro día, en un supermercado de Florida, me para una mujer y me regaña porque escribo cosas terroríficas. Dice: “Prefiero The Shawshank redemption”. Y yo: “La escribí yo”. Y ella: “No es verdad, para nada”. Y se larga.
¿El libro electrónico le ha ayudado a vender más? ¿Qué piensa de Amazon? Amazon y el libro electrónico son fantásticos para los escritores. Si antes un editor decía no, era no. Ahora puedes editar tu libro y venderlo. Para los que llevamos tiempo en esto, es un mercado más. Antes había tapa dura, tapa blanda y audio. Ahora hay también libros digitales, que son maravillosos. Todo eso es formidable para los suministradores del material, que somos nosotros: siempre van a seguir necesitando historias. Es un problema para los editores, que siempre han sido los cancerberos de la calidad, pero muchos descubren en la red nuevos talentos. Y para los lectores es ambivalente: sin librerías, el 90% de lo que inunda en Amazon es basura. Como 50 sombras de Grey. ¡Vender eso como ficción es increíble!.
(Con información de El País)

Algo bajo la camiseta

El niño tenía algo oculto bajo su camiseta. Al verme subir al colectivo se corrió hasta el fondo y me miró, detenidamente. Su pelo delataba que venía de bañarse. Un hilo fino de agua bajaba por su cuello. Sus ropas, en cambio, estaban completamente sucias y contrastaba con la limpieza del rostro y su tranquila sonrisa. Cantaba cualquier cosa, un estribillo de un merengue de moda, tal vez. ¿Por qué paga trece lempiras si va tan cerca de aquí?, me preguntó, "mejor págueme mi pasaje". En ese momento subió a su boca lo que ocultaba bajo la camiseta: una botella plástica de refresco con resistol adentro. Inhalaba y me hablaba con total normalidad. Me contó de su abuelo de 95 años al que tiene que llevar comida, me contó que le gustaba cenar pan tostado con margarina y que cuando había, podía cocinar unos huevos con queso kraft que le quedaban deliciosos.
La enorme cicatriz que abrió el proyecto del Trans-50 mantenía el atasco de vehículos aunque estuviéramos en un domingo ópaco, tan opaco como los lentes del taxista que, de pronto, me preguntó si yo le pagaría al niño. Claro, le dije. Bajo en el Colprosumah, por favor. Escucho que el niño vuelve a cantar a mi lado. Debo bajarme y no sé exactamente cómo me sentía al advertir que todo lo que pasaba era tan cotidiano como puede ser en este país. Abracé al chiquito, le dije cuidate, dejá eso, pero la verdad es que no tenía palabras y me sentía estúpido, incapaz de hacer algo mejor.

Entro a la asamblea extraordinaria de LIBRE y recuerdo, cuando veo a mis compas, que los medios de la derecha, a modo de chanza, llamaban al FNRP "la resistolencia" o "los resistolentes", como un modo de de hacer ver que nuestros argumentos debían estar llenos de delirio o de obnubilación política, o simplemente para excluirnos de cualquier debate o participación dentro de la "sociedad razonable". Exactamente igual como hacer invisibles a los niños de las calles que inhalan resistol.

Ya adentro, luego de apostar a los dados como los viejos soldados romanos al pie del crucificado (la apuesta era cuál iba a ser la agenda de la asamblea), entramos al salón atestado. Lo insólito era el ambiente de campaña que flotaba en el aire, los jingles de cierre, las consignas, los grandes poster de la Pichu, Xiomara y Julliette sirviendo de fondo a la mesa principal. ¿Seguimos en campaña o nos moveremos hacia una lucha menos delirante? nos preguntábamos. La asamblea iniciaba con una hora y media de retraso, como de costumbre y la base quería hablar. Pero no habló... se llevó al máximo la tensión de la espera y la decisión de desplegar, como punto único de la agenda, la separación de LIBRE del FNRP, es decir, volver a reactivar el FNRP y hacer la lucha de oposición desde las calles como igual se hará dentro del Congreso Nacional con los 37 diputados y diputadas electas. ¿Suena bien? ¿No? Sí pero... hay un pequeño detalle: el FNRP fue absorvido totalmente por la dinámica electoral.

El horno estaba cociendo una olla de barro que de pronto se resquebrajó. La base quería hablar, pero José Manuel Zelaya mantuvo su aplanadora unipersonal y dijo que no, que la agenda continuara. Ahí lo pude ver. Fue algo como un sismo anímico que terminó vibrando por todos los asambleístas. Manuel Zelaya se resquebrajaba en su liderazgo y la asamblea toda exigía que se le diera la palabra a quien la pidiera. Y el compa tuvo que asumirlo: no se puede seguir desmovilizando, no se puede ir tan a fondo incluso desmovilizando la opinión interna. "Que cada generación use el lenguaje que mejor se adapte a su modo de pensar y de entender el mundo", atronaba Gramsci en las conciencias, desde un rincón todavía temeroso de la concurrencia pero que terminó desbordando la agenda, desbordándolo todo, silenciando la fanfarria mecanizante y los jingles de reconciliación que no funcionaron y que, en la práctica electoral, no movilizaron a nadie.

El almuerzo diluyó el resto. Se comía en silencio, se pensaba en la asamblea nacional del FNRP en enero próximo. El discurso de Xiomara fue potente, sí, pero algo no cuadraba en los rostros de los compas cuando se llevaban el bocado a la boca, como si bajo las camisetas se escondiera un corazón que latía desesperadamente triste. "Mejor págueme el taxi de regreso", parecíamos decirnos entre nosotros, en todos los grupos diseminados por la plaza. El día, continuó opaco hasta las misma medianoche. Realmente no anocheció.

F.E.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Hablar o no hablar



De los primeros sonidos que escuché al mudarnos a Tegucigalpa, en 1989, fue el de un grito gutural que bajaba el bloque residencial, insistente pero cadencioso. Alguien tocó a la puerta. El mismo grito insistía. Al abrir me encontré con una vendedora de tortillas de las colonias altamente violentas de los alrededores pidiéndome, a puras señas y vocalizaciones, que le comprara. Supe entonces que "la mudita" era muy popular por su forma de pregón y su alegría, lo que hacía que en un par de horas vendiera toda su mercancía. Hubo un momento de a mediados de los noventas en que ya no pasó más. Eran los tiempos de la disminución del poder militar a través de la eliminación del servicio militar obligatorio a favor del voluntario. Uno se la creía: Roberto Reina, entonces presidente, parecía decidido a civilizar Honduras con su "Revolución moral" y lo mejor, los militares parecían obedecer a su voz de mando civil.

Todo mundo quería hablar, opinar de cualquier cosa pero hablar. Recuerdo a una vendedora ambulante que enfrentaba un desalojo del centro de la ciudad con la siguiente imprecación al policía: "A mi no me vas a venir a decir lo que debo hacer con ese tono... andá bajándole, porque aquí, ahora, ustedes están bajo el poder de los civiles y nosotros tenemos derechos"... en fin, la ruleta rusa iba a nuestro favor, parecía la modernidad al fin alcanzada. De pronto llegó el futuro, el año 2000, y el Y2K se saltó con todos sus fallos al poder civil, desprogramando la esperanza ciudadana y metiendo de nuevo el virus del paramilitarismo contra las pandillas. El aquelarre de Oscar Álvarez llegó desde su Ministerio de Seguridad y las matanzas colectivas que no se habían visto desde la guerra civil de 1924 volvieron a la primera plana, en 3D y hasta el fondo del ADN de la nueva generación... la misma generación que tendría un momento único de darle un giro decisivo a la gobernanza del país en las pasadas elecciones del 24 de noviembre.

Ahora era el tiempo absoluto de los medios. La ciudadanía enmudecía o ladraba fieramente. Los titulares no pararon de hablar a partir de entonces y su discurso era sangre, miedo, sangre y más sangre. "El espanto me quiere matar", declaraba a los medios Óscar Álvarez ("El Espanto", alias de un pandillero) y así daba el grito de batalla para mayores operativos y brutalidades policiales. El militarismo había regresado en todo su esplendor justo en el momento en que las grandes contradicciones sociales, acumuladas durante tanto tiempo, mostraban al mundo un golpe de Estado del cual ya se ha hablado en demasía sin nunca morder tuétano. El tuétano corría viscoso en los labios de los voceros de la violencia institucionalizada, el tuétano era la delicia diaria y se convirtió en cultura gastronómica de cada habitante en esta olla de presión.

Hace unos días, quizá una semana después de las elecciones, volví a escuchar el grito gutural de La mudita. ¡No lo podía creer! ¡Habían pasado casi 20 años desde la última vez que pasó vendiendo sus tortillas! No tuvo que tocar la puerta, fui yo quien salió apresurado a abrirle. Y ahí estaba, con una sonrisa inmensa, ya avejentada y con dos muchachas, sus hijas, a su lado. Me dio un abrazo, le hizo señas a sus hijas explicándoles que me conocía desde hace mucho. Una de ellas me preguntó por quién había votado. Le respondí señalándole un sticker sobre la puerta: "Xiomara, le dije". La mudita hizo un gesto de decepción, casi molesto. Se persignó, me dio un abrazo con otra sonrisa y se despidió. Una de las muchachas me dijo: "Pero qué fregada que perdió... se fue mal con la doña". La miré bajar el bloque, cantando. La mudita seguía con su pregón de tortillas, seguramente hechas en los fogones que Juan Orlando Hernández repartió* entre las zonas más pobres de la capital y de toda Honduras.

"Pero ganaron con fraude" - les alcancé a decir. La mudita dio media vuelta y me hizo una seña de burla cariñosa. Igual yo... le devolví la sonrisa más extraña que haya guardado para estos días.

F.E.

* Juan Orlando Hernández fue apodado con el nombre Juan Tortilla debido a este programa social impulsado desde su presidencia en el Congreso Nacional. Durante su campaña, apeló al militarismo para atacar la violencia generalizada.