No es del amor pero nos perturba una forma de amor, no es de la soledad pero la soledad mueve sus marionetas en el acto final de sus días... sí, pareciera un enigma, pero ¿qué otra cosa es el arte si no es enigma?
Yo los vi en Madrid en el largo paseo de La Castellana, a pasos lentos, oscuros, los vi en los verdes islotes de Estocolmo y en sus plazas de Gamla Stan sentados casi siempre como postales de la tristeza o de alguna melancolía que los pintores europeos vienen retratando hace siglos pero que ahora, como cenizas dispersas de un antiguo y vital fuego, cuentan la imagen del adiós. ¿Qué otra cosa es la civilización envejecida que trata de mantenerse con vida a pesar de la insostenible batalla contra el silencio? ¿Qué otro legado puede dar un continente que marchita a sus ancianos en los asilos y al gran espíritu del arte en los otros asilos, más sutiles, de los museos?
Michael Haneke nos ha traducido a imágenes los latidos de un corazón cansado y la frivolidad sobre la que se sustentan las relaciones más estrechas del alma europea. Patrick Süskind nos dio el esbozo en su novela corta La Paloma, y es, precisamente la aparición de esa paloma en el apartamento de Anne y George, el signo sobre el cual gira toda la ausencia de la vida en le petit monde, axfixiante espacio donde la melodía de un piano se vuelve pieza fúnebre, donde sus músicos son ángeles sepias o el terrible verso del poeta chileno Matías Rafide, los ancianos son los espías de la muerte... De igual forma, me viene a la memoria El Pianista de Polanski, donde los niveles de escapismo del gran ejecutante alcanzan niveles de autismo aún y cuando su idea de civilización se viene abajo con el bombardeo y el aniquilamiento llevado a cabo por los nazis sobre Polonia. La lista de escenas o temas donde el piano es precedente del final puede continuar: la escena de La lista de Schindler en la que enmedio del desalojo del ghetto de Cracovia dos soldados SS se detienen a discutir sobre si la pieza que otro desquiciado soldado toca es de Mozart o de Bach...
Es la civilización de un tiempo que se despide, son los últimos habitantes de los museos más ocultos ¿o Europa misma ya es un museo de proporciones insospechadas? Creo que Haneke ya no lo sospecha: lo afirma, y sabe muy bien que a esa ranciedad se le quebrarán los nervios de un momento a otro, y que todas las convenciones se irán al fondo de los cuadros y sus paisajes. Nadie quiere asfixiar a las palomas, pero en los parques, plazas y paseos del viejo continente ya los ancianos están dándoles migas desde hace mucho, atraiéndolas hacia sí, queriendo sentir las palpitaciones de un vuelo que la humanidad perdió hace mucho tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario