No hubo momento durante el partido en que no se mirara la posibilidad de esta goleada 8-0. La verdad, los parales estaban imantados y los tacos y la grama y los corazones de 40 mil aficionados... el asunto es que el balón no dejaba de entrar y ni siquiera se podían ver las repeticiones.
Costly lloró de pura honestidad (tenía tanto tiempo de no tocar pelota), Bengson se dio el lujo de la frialdad y Martínez quiso grabarse en cada retina como un impresionante Romario. Todo salió esta tarde, todo se miró tan fácil... cambiamos de portero, debutó Crisanto (el jovencísimo), se trianguló como los grandes y la Muma tuvo jerarquía al igual que Maynor. Era a Canadá a quien le ganábamos a los 4 minutos de iniciar el partido, no aquel San Vicente donde Tyson Núñez se asqueó de golear y gritar celebrando aún cuando México nos hacía la jugada dejándose ganar por Jamaica en el 2002, lo cual nos eliminó. Ni metiéndole 70 a los vicentinos hubiéramos pasado.
Pero aquí fue distinto: se cruzaron dedos por un 1-0 y terminó toda angustia con el 8-0. ¿Hubo angustia? Pues la verdad, en la forma en que se venía jugando lo mejor era que los canadienses nos echaran los 8, para acabar con el engaño: no es posible seguir pensando en competir al nivel de un mundial con jugadores que se sienten jugando una final Atlético Choloma Vs. Vida. Así que en parte la angustia era ganar por un pírrico 1-0 y seguir apostándole a la suerte, pero la selección que hoy le ganó a Canadá parece haber encontrado en Suárez un alquimista. Cada piedra que le tiramos en los últimos partidos las ha transformado en oro dulce y moldeable.
La hexagonal estará divertida y entretenida, estoy seguro. Divertida porque se jugará con confianza y entretenida porque por fin jugará la selección que se deshizo de las argollas de Amado Guevara, Pavón Plummer y otros simpáticos paralíticos que tanto daño le hicieron a las aspiraciones mundialistas... hasta Noel Valladares, como uno de los últimos representantes de esta patética historia de caprichos, nos hizo el favor de doblarse el tobillo y cederle el puesto a Donis Escober, quien por igual, le permitió a Mendoza jugar su rato. Todo un filtro en funcionamiento.
Blame Canada, blame Canada! decía el coro en las graderías, al igual que el capítulo de South Park en el que los gringos le echaban la culpa de todos sus males al pacífico territorio de alces y guardabosques uniformados de rojo... toda amenaza venía de más allá de los grandes lagos... pero en nuestras graderías, el Blame Canadá (echenle la culpa a Canadá) quedará como un recordatorio de lo sobrados o profesionales que se comportarán nuestro jugadores de ahora en adelante.
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