El ejército
de ocupación hondureño llevaba días recibiendo informes sobre nuevos elementos
insurgentes con gran capacidad de aguante. “Son inmutables, resistentes e
incluso dispuestos a cargar explosivos dentro de ellos… como los iraquíes”-
dijo el oficial G-2 que dio el informe definitivo previo a que se lanzara el
gran operativo. “Esta es mi gran oportunidad para ser ascendido”, se dijo el
G-2 frotándose las insignias.
Las Fuerzas Especiales
fueron reunidas en el patio del cuartel y alentadas para que no tuvieran
contemplaciones con los terroristas. Les dieron nuevos detalles del tipo “pueden
parecer indingentes y no lo son, pueden cargar hasta cuatro kilogramos de C4 y
además, lo que es más peligroso en ellos… son de mecha corta”. Los soldados lo
entendieron perfectamente: no había lugar a dudas ni por un segundo. Salieron a
la calle y pronto vieron mucha algarabía. Sospechoso, muy sospechoso en un
pueblo tan triste, se dijeron.
Los nervios
aclimatados a la bala viva del batallón les hizo diferenciar qué cosa,
escuchada a lo lejos, era cuete y qué cosa disparo en la nuca. “Algún compañero
sicario debe estar cumpliendo aisladamente su trabajo”, dijo el oficial en voz
alta, para subir la moral de la escuadra, y esta respondió automáticamente
cerrajeando sus nueve milímetros.
Las rocolas y
los equipos de sonido tronaban con la Navidad sin ti de Los Bukis y esto no
hizo más que confirmar la gran estrategia que el G-2 había detectado en la
insurgencia, similar a la utilizada por la guerrilla salvadoreña en los días
previos a la gran ofensiva del 89 en San Salvador. Por eso fue que a la tropa
se le había entrenado rigurosamente en la identificación puntual de las
canciones que podrían ser usadas para ese fin distractivo. Desde las 3 de la
madrugada, los parlantes de las barracas arrancaban el día con el Cangrejito
playero, La muerte del Sambunango, A lo oscuro metí la mano, El africano y muchas otras canciones populares al estilo del
yo no olvido el año viejo.
¡Esas son las
canciones de mecha larga! ¡Cuando las escuchen es que la insurrección va en
camino! gritaba el sargento instructor a los pobres monigotes especiales, y
estos respondían con un portentoso ¡y duro con ellos, duuurooo con ellos,
Señor!! Muy pronto se veían corriendo alrededor del campo, haciendo amagos con
el R-15 y lanzándose contra un espantapájaros que se burlaba de ellos
aguantando la risa. Sí, los campesinos de la zona comenzaron a notar que alguien
estaba desapareciendo sus espantapájaros y si no lo denunciaron fue por purito
miedo, porque también se fue haciendo notoria la aparición de vísceras de trapo
regadas a la orilla de las quebradas y de pelotas de plástico agujereadas por
yataganes.
Los soldados
llegaron a un barrio del sur de la Capital. Bajaron intimidando a los cipotes
con su camuflaje. Las doñitas cerraron las puertas y los del billar no tuvieron
tiempo de meter al subversivo. Eso fue lo que dijeron los testigos después de
que los soldados se lanzaran sobre el muñeco y lo rodearan a puras patadas. ¿Dónde
están los otros, basura? -y el muñeco no decía nada- ¿Dónde fuiste entrenado,
ñángara? –y el muñeco se les quedaba viendo, insondablemente divertido. Y fue
justo el momento en que a uno de los soldados se le ocurrió la trágica idea de
quemarle al muñeco la planta de los pies para que soltara lo que sabía.
Sacó el
encendedor Belmont y lo puso justo donde el papel periódico que hacía de zapato
decía: “Alcalde capitalino prohíbe venta de pólvora”.
Toda la vecindad cerró
las puertas y ventanas cuando comenzó el estallido. Un estallido tan conmovedor
que volatilizó en un segundo a la escuadra anti-subversiva. Las detonaciones
continuaron 45 minutos más; el helicóptero de la policía sobrevoló la zona y
describió lo ocurrido como un atentado en toda su regla. Se desató la
persecución y no quedó muñeco con cabeza en ninguna esquina de barrio o
colonia. Cuando el avispero hubo pasado, la gente comenzó a reír, primero como
una chispita del diablo y luego como una carrera de bombas de feria. La risa
era incontrolable y las cebollas, morteros, volcanes, metralletas, mariposas y
cachinflines se mezclaron al estruendo de los equipos de sonido que repetían
sin descanso el Jugo de piña, El comelón, El comején, Apágame la vela, El
jardinero, La muerte del Sambunango teleño, La pastilla del amor y toda, si,
pero toda la ristra de éxitos de Los bukis.
El aguerrido
comandante G-2 y monigote especial fue ascendido al fin… pero ascendido a los
cielos por el monumental estallido.
F.E.
1 comentario:
Que bueno compa lo felicito excelente guión para un corto!
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