Durante dos semanas he mantenido una lectura "de ida y venida", es decir, un libro continúa en otro y viceversa. La historia de la destrucción de Monte Cassino siempre ha ejercido una fuerte atracción en mis lecturas, y ese 15 de febrero de 1944 zumba en mis oídos como si escuchara los motores de las fortalezas volantes lanzando sus miles de toneladas de bombas sobre los paracaidistas italianos y alemanes.
Los referentes son muchos, pero esta vez ha sido el mítico Sven Hassel el que me ha devuelto a los días de la batalla, apoyándome en la precisión del historiador nacido en Panamá David Richardson Pacheco y el ex-editor del New York Times David Hapgood, quien le da el estilo y corrección a la investigación llevada a cabo minuciosamente por Richardson, entrecruzándola con las cartas originales de los monjes del monasterio, testigos presenciales del bombardeo hasta el último segundo.
La abadía de Monte Cassino, fundada por San Benedicto en el año 529 d.C., supuestamente sobre un templo de Apolo, fue desde su construcción un sitio estratégico codiciado por los reinos y los imperios, aunque de una u otra forma, los abades siempre se la arreglaron para mantener el aura sacra sobre la edificación y así mantener a raya estas ambiciones militares. En su interior, se custodiaron durante siglos enormes tesoros culturales del cristianismo, reliquias traídas de Constantinopla y de toda Europa, contando en su biblioteca con el mayor número de escritos medievales del continente y en sus paredes, con extraordinarios frescos del renacimiento..
Todo esto mantuvo en crítico suspenso a los aliados y a los alemanes: Monte Cassino se encontraba en medio de la ruta que conducía a Roma; casi podría decirse que en esos momentos cruciales "todos los caminos que conducían a Roma pasaban por Monte Cassino", y desde el monasterio se dominaba el valle ( es memorable la descripción del General Seger siendo invitado a comer por el Abad en un comedor que daba a un ventanal. "¿No quiere ver la hermosa vista del valle, Herr General? Seger baja la vista, reconociendo la tentación y responde: "en verdad estoy disfrutando de la bella luz que me viene de la ventana". Terminó su comida y se retiró, sin dar pie a los espías que esperaban que él se asomara para justificar el señalamiento que el monasterio era un puesto de observación), y en el valle, los aliados estaban sufriendo bajas espantosas que los soldados, por supuesto, lo achacaban a la estupidez de dejar intacto "un monasterio que en realidad es el puesto de observación desde donde los alemanes enfilan sus francotiradores y sus cotas de tiro para la artillería", como recogían los testimonios periodísticos que la prensa aliada iba sonsacando desde el terreno, con el fin de ir entretejiendo el argumento final que justificaría la aniquilación del monumento histórico-espiritual.
Nada de esto era cierto. Lo que era evidente es que los alemanes tentaban a los aliados manteniéndose en los alrededores del monasterio. Nunca se comprobó que hubieran tropas dentro de él. De manera velada, la propaganda nazi deseaba que los aliados bombardearan la abadía con el fin de desatar una propaganda dirigida a mostrar a los aliados como los "auténticos y brutales destructores del patrimonio cultural europeo". Y lo peor, dentro del frente aliado, comenzó a fraguarse la decisión definitiva con ayuda de la maquinaria mediática: "ni uno solo de los frescos de Monte Cassino vale la vida de uno solo de nuestros soldados", se escuchaba repetir en el Parlamento inglés y en el Congreso estadounidense, pero aún así, ni con toda esta presión, Eisenhower, Comandante General de los Ejércitos Aliados, ni el General Alexander, Jefe de Operaciones del Mediterráneo, se decidía. En definitiva, la clásica oscilación criminal que la mass media actual mantiene previo a las invasiones imperiales, y sobretodo, la imparable acometida del poder total cuando ya se ha puesto en movimiento.
El punto de quiebre vino de la mano de un vanidoso y voluntarioso -acaso torpe- General de División neozelandés, Freyberg y del General de la División India, General Tucker, quienes aduciendo que no arriesgarían ni una vida más de sus soldados (muy necesarios en ese momento de ostensibles bajas) sin antes ver destruido el monasterio, presionaron de tal forma al Comandante General de Operaciones en Monte Cassino, el estadounidense y bisoño Clark, que éste terminó dando la orden del ataque, sellando así el destino de Monte Cassino como uno de los mayores crímenes al patrimonio cultural universal.
Esa es la historia en sus grandes rasgos, pero la historia de los combatientes de primera línea la describe Sven Hassel (ex-combatiente), desde el "exótico lado alemán"; y ya que el 98% de los testimonios que conocemos es del lado del vencedor, su lectura es realmente alucinante y esclarecedora de un panorama más amplio, donde los personajes principales van contando, rabiosamente, sus vivencias.
Nuevamente Porta, El Hermanito, Heide, El Legionario, Sven (el lado autobiográfico), Martin Gregor, El Viejo, Albert (el negro), Peter Barcelona y Oberts Hinka, nos meten de cabeza al pensamiento vulgar y silvestre del soldado de infantería confinado a un batallón disciplinario. Desde lo pendenciero, los soldados hablan y Sven Hassel los va presentando con inusitados momentos geniales y con un desenfado y procacidad que no se anda por las ramas en maldiciones, actos homicidas y locura, creando así el cuadro absurdo de la guerra vivida a ras de suelo, lejos de las decisiones de los generales y de los políticos, donde los soldados se van involucrando incluso en la operación de salvamento y traslado de los tesoros de la abadía al Vaticano (en realidad así sucedió), cualidad literaria de Sven Hassel que recoge, en muchas de las acciones, algunos de los picos sublimes alcanzados por un Isaak Babel en Caballería Roja o por Ernst Junger en Tempestades de Acero. Total, el drama gigantesco, conmocionante y horroroso de la guerra dictada al espíritu con fuego y arrobo a la vez.
Considerada por la mayoría de los críticos como sospechosa de falta de autenticidad y leída como "literatura B" (analogía del cine B), Sven Hassel, sin embargo, se convirtió en un éxito de la novela de aventura, sin ocultar para nada el desgarramiento humano y dando a lo explícito de sus escenas de combate un sentido de descarnada denuncia que pocas fuentes han sido capaces de afrontar.
Sus novelas:
- La legión de los condenados (1953)
- Los panzers de la muerte (1958). Llevada al cine en 1988 por Panorama Films International, filmada en Belgrado, Yugoslavia.
- Camaradas del Frente (1960)
- Batallón de castigo (1962)
- Monte Cassino (1963)
- Gestapo (1963)
- ¡Liquidad París! (1967)
- General SS (1969)
- Comando Reichsführer Himmler (1971)
- Los vi morir (1975)
- La ruta sangrienta (1977)
- Ejecución (1979)
- Prisión GPU (1981)
- El comisario (1985)
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