Foncho no pudo ir mejor y Aaron peinaba la batería como quien acicala la cola de un gato. Yo los escuchaba y así fue fácil ir desenredando la poesía de las Blancas piranhas. No me lo imaginé de otra forma y no podía sentirlo diferente ya que esa era la música que me iba conduciendo cuando escribía ese libro.
El poemario es un solo poema que va siguiendo una secuencia fotográfica. Me dispuse a ser mi propio conejillo de indias e incluso puse la micro-cámara subjetiva en mi hombro. Me recuerdo entrando a la ducha de la recepción y saludar a la muchacha que luego encontraba almorzando su humilde comida. Tenía la pinta de una ejecutiva pero ese era el simulacro. Los y las demás le apostaban a gastarse una buena tajada del sueldo almorzando en La Piola, ese lugar in que tanto vacío metía a mi estómago. Ahí es cuando comenzaba el trance frente al teclado y salía un verso extraño, cínico.
Esas imágenes pasaban por mi cabeza al presentar el ritmo en Paradiso. Miraba a los y las amigas y casi cantaba. Félix Molina hizo algo inusitado: transmitió en vivo para la Radio Globo toda la lectura y la música, incluyendo la sentida participación de Fernado Rey. Creo que esto de presentar poesía en su salsa en vivo y en directo, y para un público tan grande, no ocurría desde el viejo formato de variedades que se dejó de usar en los setentas. Estaba conciente de eso pero había que ser lo que decidimos. No hubo cortes ni censuras. Dije lo que debía decir con esa insatisfacción que lleva años apretando mis pulmones.
Mayra dio las palabras de bienvenida y César Núñez icluso me enlazó en vivo hacia la Radio Sabanagrande y qué podía decir en ese momento... pues balbucié un par de formalismo y dichosamente Damocles nos estaba para promocionar a nadie y cortó rápidamente. Luego era de nuevo el jazz. Luego era el buen Mariano saliendo en ayuda con el sonido y luego luego estaba en trance.
Blancas piranhas se tatuaban, alfabéticamente.
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