Los vasos canopes guardan mi aceite. Guardan mi trago de ambrosía, mi kopi amargo, mi shedeh espumoso, mi bouza traicionera. En ellos guardaré mi esencia y latido, el golpe bajo y el oscuro temblor que viene de mis entrañas.
Recé por la mañana para que en las columnas del templo nadie borrara mi nombre. Y así he sido fuerte hasta la hora de Ra el potente, la hora en que los árboles no soportan su mirada, su mirada que baja por los obeliscos y se riega como agua de un surtidor resplandeciente. He sido fuerte porque recuerdo mi nombre y de mi nombre crecen ramas de arena, granos que son el polen del desierto, gravilla diminuta que halaga a Seth y lo amansa, para mantenerlo alejado, para que siga escarbando en el lecho del Verde Mismo.
Cuando me ponga en pie y mis ojos se acostumbren a la soledad -oscura como los nubios-, tendré sed, y beberé mi propia sustancia, muchos millones de años antes que la fatiga me acose en las escaleras de la luz total.
F.E.
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