Después de 42 kilómetros se ve de reojo -dependiendo mucho de la velocidad- la casa de Doña Cristina, en la aldea de San José, Sabanagrande.
Las conozco desde niño, a ambas, casa y Cristina, y sin embargo nunca había tenido la oportunidad de viajar cámara en mano para coincidir en sus ojos, en sus puertas, en sus grietas de rostro o adobe.
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